juan antoNio marrahí/javier martínez
Domingo, 20 de junio 2021, 00:00
La fecha está marcada con un rotulador rojo en el calendario de los investigadores. 17 de noviembre de 2019. Ausencia. Wafaa Sebbah, una joven argelina de 19 años asentada con su familia en la Pobla Llarga, no vuelve a casa. Era ... independiente y no siempre pernoctaba en su hogar, pero los días pasan. La chica no responde al teléfono, el miedo se adueña de su familia y su alegre rostro ilustra los carteles de la ficha de su desaparición. El drama se agrava con la coincidencia en espacio y tiempo del caso criminal de Marta Calvo.
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17 de junio de 2021, otra fecha marcada en el almanaque. Macabro hallazgo. La Guardia Civil localiza el cuerpo en estado de descomposición de Wafaa tras detener al presunto autor del crimen, David S. O., conocido como el Tuvi, con antecedentes por maltratar a dos mujeres. El sospechoso confiesa que mató a la joven y que arrojó el cadáver a un pozo en Carcaixent.
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Los investigadores acuden al lugar indicado por el homicida y descubren los restos humanos. Este fue el punto final a 578 días de angustia para la familia de Wafaa y para todo un pueblo, la Pobla Llarga, que ha sentido como propio el largo período de incertidumbre y su fatal desenlace.
El pequeño municipio golpeado por la tragedia tiene algo menos de 5.000 habitantes. Entre tres balcones de su ayuntamiento, un cartel expresa su sentir: «Tota la Pobla som Wafaa». Es el mismo mensaje que se leía en el aniversario de la desaparición de la joven. Coincidiendo con la hora y el día en el que el móvil de Wafaa dejó de funcionar, cerca de un centenar de vecinos de la Pobla Llarga se concentraron el 17 de noviembre de 2020 en la plaza del Ayuntamiento para mostrar su apoyo a la familia.
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Su madre, Soraya, venció la pena por unos momentos y alzó la voz con una carta que nunca hubiese querido leer: «Echo de menos abrazarte, tocar tus manos y tu pelo. Mi corazón siempre estará contigo. Pienso en ti en cada momento. Te quiero mucho». El llanto no le dejó continuar y un familiar le tomó el relevo: «Si alguien tiene información que lo diga, necesito encontrar a mi hija». Su error fue confiar en su entorno. Casi un presagio. Era la intuición de una madre y el convencimiento de que la ausencia no era voluntaria, sino criminal.
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Tras terminar la lectura y ante el silencio de los presentes, la mujer estalló su rabia contenida. Gritó el nombre de Wafaa y preguntó desesperada: «¿Dónde está mi hija? ¡Por favor, que me lo digan!». Ni siquiera aquello conmovió a la bestia. David, el único ser que sabía la respuesta siguió callando. El mutismo gélido de quien no tiene alma. Y así hubiera seguido de no ser por el trabajo minucioso de un equipo de guardias civiles, que se afanaron en la investigación, y porque otra madre, la suya propia, quizás le arrancó la confesión en pleno registro. «Donde estáis buscando no está. Yo os puedo llevar donde la dejé», dijo David ante la sorpresa de los agentes.
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El cuerpo de Wafaa yacía en un pozo tras ser asfixiada por el detenido. El cadáver estaba en otra parcela que perteneció a los padres del homicida. Era cuestión de horas que la Guardia Civil lo encontrara. Los agentes tenían previsto registrar esa segunda finca al día siguiente con un georradar y tres perros adiestrados en la detección de restos humanos, pero la confesión de David acortó la búsqueda.
Encontrar el cadáver, una prioridad
Una de las prioridades de los investigadores de la Guardia Civil era encontrar el cadáver de Wafaa, además de detener al autor del homicidio, para probar su muerte violenta y afianzar la incriminación de David S. O. El equipo de agentes del Grupo de Homicidios de la Comandancia de Valencia y de la Unidad Central Operativa (UCO) no quería otra laboriosa y larga búsqueda, como sucedió con el caso de Marta Calvo, y por ello removieron el avispero, una expresión que en el argot policial significa poner nervioso al sospechoso para que cometa un error.
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Días antes de la detención del homicida, en su círculo de amistades ya comentaban que era el principal sospechoso del crimen. David estaba más arisco que nunca, al parecer, porque sabía que lo estaban investigando por la desaparición de Wafaa. La Guardia Civil estrechaba el cerco al homicida y le interesaba que él lo supiera por si daba un paso en falso, intentaba deshacerse de alguna prueba o incluso trasladaba el cadáver. Tras su arresto el pasado jueves, David no colaboró pero al día siguiente indicó a los agentes dónde había arrojado el cuerpo.
Desde entonces, la Pobla Llarga llora con Soraya. Dos profesionales de la asociación Psicoemergencias Comunitat Valenciana se afanan en la asistencia a la familia de la víctima. Mariano Navarro, coordinador del grupo de psicólogos, ya se volcó con Marisol Burón, la madre de Marta Calvo, cuya muerte investiga el mismo equipo de guardias civiles que ha resuelto el crimen de Wafaa.
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«A través de la alcaldesa de la Pobla Llarga se requirió nuestra presencia en el domicilio familiar tras el hallazgo de Wafaa. Mandé a dos compañeras de mi equipo que ya habían estado con la madre al inicio de la desaparición», explica Navarro. «El jueves estuvieron de nuevo con la familia y seguimos a la espera de sus necesidades de apoyo según consideren. Tienen nuestro contacto y nosotros, disponibilidad total para su asistencia», añade el psicólogo.
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El proceso de duelo
La familia de la joven argelina todavía lucha por encajar el trágico desenlace. Neus Garrigues, alcaldesa de la Pobla Llarga, ha estado al lado de la madre de la víctima en todo momento y habla por ella: «Se siente literalmente destrozada y clama justicia. Ella no esperaba este final. Tenía la esperanza de que Wafaa estuviera viva o secuestrada, pero viva. Ahora la familia está tratando de asumir que no es así». Para la Pobla Llarga y los muchos vecinos que aprecian a la familia, «esto es una profunda tristeza para un pueblo pequeño y tranquilo donde no había sucedido nada semejante desde hace muchos años», afirma Garrigues.
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Mientras Soraya pedía ayuda para encontrar a su hija, la Guardia Civil sometía al sospechoso a una estrecha vigilancia y escuchaba sus conversaciones telefónicas, con la correspondiente autorización judicial, para recabar pruebas incriminatorias antes de detenerlo. Tras 578 días de silencio y angustia, la familia de Wafaa comienza ahora a cerrar el largo proceso de duelo.
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