Paco Moreno
Domingo, 15 de febrero 2015, 20:02
«Vivir aquí es lo más bonito que hay, me parieron aquí y aquí moriré». Así de claro habla Paco Cuenca, 75 años y vecino de la huerta de Vera, de la Casa Dols, la alquería donde reside y que ahora está amenazada por la revisión del Plan General. Como él, decenas de familias intentan sobrevivir con un modo de vida arrollado por la ciudad desde hace décadas y donde parece que no hay una fórmula mágica garantista de su supervivencia.
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La ruina de las alquerías es una constante desde hace años, pese a que el Ayuntamiento ha rehabilitado una veintena para equipamientos públicos, como indicó el pasado verano el concejal de Urbanismo, Alfonso Novo. Obras costosas para que fueran reutilizadas como centros de servicios sociales, bibliotecas o guarderías.
¿Cuál es el problema entonces? El arquitecto Miguel del Rey indica que «la protección patrimonial debe ser siempre positiva», en referencia a que la Administración debe dar las máximas facilidades para el mantenimiento de estos inmuebles, con usos diversos e incluso permitiendo construcciones anexas.
Esa parece ser la clave, es decir, la ausencia de una línea pública de ayudas para las alquerías y barracas, al contrario de lo que sucede con los edificios urbanos de los centros históricos, donde hay subvenciones por ejemplos para las fachadas y la unificación de antenas de televisión. En la huerta, los propietarios deben apañárselas solos.
Miguel del Rey elaboró en 2013 el trabajo más completo realizado hasta la fecha sobre las alquerías, barracas y entornos de huerta realizado hasta la fecha en Valencia. En las fichas eleva a 58 el número de estas construcciones que corren un riesgo serio de desaparición.
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Más dramática es la situación para el grupo socialista. El concejal del PSPV Vicent Sarrià habla de 300 casos amenazados por el despoblamiento, la degradación y la inevitable ruina. Esta semana, los agricultores de Malilla daban la voz de alarma acerca de los robos que padecen en los campos y casas, en la zona aislada que se extiende entre la V-30 y las vías del ferrocarril.
Los saqueos son otra de las derivadas de la degradación de las alquerías. Al igual que los anteriores, los vecinos de Font dEn Corts también han dado la voz de alarma sobre estos robos, que afectan tanto a las cosechas como a las viviendas.
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De especial relevancia son los actos de vandalismo que se producen en alquerías protegidas deshabitadas y sin ningún uso, pese a que todos los expertos coinciden en su importancia histórica. La alquería dels Moros y la alquería de la Torre se encuentran en un puñado de terreno, en la parte norte del parque de Benicalap. La primera está catalogada como Bien de Interés Cultural, mientras que la segunda (propiedad del Valencia CF) aparece en el catálogo como Bien de Relevancia Local.
En ambos casos, precisa Del Rey, la ficha extiende su protección al entorno para que permanezca al menos una porción mínima del antiguo paisaje agrícola. La asociación Círculo por la Defensa del Patrimonio ha puesto especial empeño en dar aviso de la degradación de estos inmuebles, al igual que ocurre con el cercano Casino del Americano.
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Pese a los requerimientos del Síndic de Greuges y de otras instituciones, su salvación depende exclusivamente de la ampliación del parque de Benicalap, para lo que no hay fecha. La revisión del Plan General, ahora en tramitación, fía este proyecto a la cesión de solares como cargas urbanísticas.
En la alquería propiedad del Valencia, el nivel de degradación llegó a tal extremo que el Consistorio no tuvo más remedio que pedir al club el cerramiento de la parcela con una verja metálica. Esta decisión estuvo motivada en gran manera por la presión ejercida por el Círculo de Defensa del Patrimonio.
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«La protección debe ser siempre positiva», insiste Del Rey, para quien «sin un uso posible se aboca a la ruina a las alquerías». Y la otra razón que evita la ruina son las raíces que tienen muchas personas con estas zonas amenazadas de la ciudad.
«Esto es lo más bonito porque es muy tranquilo», dice Paco Cuenca, quien se mueve por sus tierras y las calles de la huerta de Vera con una silla de ruedas eléctrica. «Mi mujer falleció hace seis meses y ahora tengo un chico que me ayuda, pero yo no me pienso mover de aquí», dice.
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A la pregunta de si viviría en un piso, contesta tajante: «me pasaría igual que un pajarillo que lo meten en una jaula, me moriría de pena». No tiene un lugar especial de la casa, dado que «en todas partes se están muy bien». Y también tiene opinión sobre el propósito del Ayuntamiento de reclasificar 22,7 hectáreas de Vera para la ampliación de la Politécnica: «eso es una salvajada». Los afectados ya han redactado las alegaciones para intentar frenar la desaparición de esta huerta.
Tiene la fachada mirando al mar porque hace tiempo se hacían las viviendas con igual o mejores criterios de sostenibilidad que ahora. «Veo el amanecer y la puesta del sol», afirma sobre la orientación de la antigua casa rural, construida después de que la riada de 1957 asolara dos barracas de paredes de barro y cubierta de borró. «El agua se llevó una por completo y hubo que construir una nueva casa, que es donde vivo ahora y seguiré viviendo».
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Debido a que se mueve en silla de ruedas ya no cultiva sus campos como antes, aunque tiene personas que se encargan de esa faena. «Tengo cebollas y patatas. A mis dos hijos les gusta mucho la huerta, aunque trabajan en otra cosa porque no tengo tantas tierras para que pudieran seguir en esta faena».
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