400 años de devoción: la Fiesta de los Niños de la calle de San Vicente cumple siglos
La celebración mantiene vivo el legado de San Vicente Ferrer que dio protección a los niños que deambulaban por la Valencia del siglo XV
Marina Costa
Valencia
Lunes, 19 de mayo 2025, 01:14
El ritmo vertiginoso de nuestra era no permite que muchas cosas permanezcan en el tiempo. Cada día cierran o expiran tantas ideas, proyectos o efemérides ... que dar con una historia de 400 años es... casi un milagro. Y claro, siendo protagonista de esta crónica San Vicente Ferrer, todo encaja. Pero para contarla hay que viajar hasta la Valencia de 1410.
Muchos niños, a consecuencia de la peste y otras fatalidades, vagaban desprotegidos por la ciudad en aquellos tiempos oscuros. La mayoría vivía de la caridad y de lo que podían recoger. Fue entonces cuando San Vicente Ferrer decidió fundar el Colegio Imperial de Niños Huérfanos, la institución benéfica más antigua de Europa.
Este primer orfanato se ubicaba en las inmediaciones de lo que hoy es la plaza de San Agustín, donde se levantaban la iglesia y el convento del mismo nombre y estaba al lado de uno los accesos sur de las murallas de la ciudad, donde hoy se erige la 'finca de hierro'. Aquella casa, también llamada Hospital del Niño Perdido, se convirtió en refugio para los más pequeños, que comenzaron a celebrar periódicamente procesiones, vestidos de dominicos, en las que recogían limosnas y alimentos que les daban los vecinos para colaborar en su sustento.
La iniciativa fue creciendo al calor de la barriada, algo que en Valencia siempre es sinónimo de querencia festiva. Sin embargo, cuando el colegio se trasladó en 1624 a una nueva sede –la llamada Casa del Emperador–, aquel vacío se llenó con una fiesta para recordar aquella iniciativa que incluía una procesión el lunes posterior al primer domingo del mes de junio.
La Fiesta de los Niños de la Calle de San Vicente había estrenado su pequeña gran historia con el convencimiento de que, con la ayuda de San Vicente, perduraría en el tiempo. Y aquel pronóstico se cumplió. 400 años después, la fiesta sigue viva gracias a las miles de personas que, generación tras generación, han puesto su granito de arena para lograr que este viaje en el tiempo, desde aquel 1625, sea posible.
Valencia ha cambiado tanto que ni el mismísimo San Vicente Ferrer la reconocería. Quizá, si viera a los niños recorrer el nuevo barrio, salpicado de edificios y curiosos zocos, sabría que sigue siendo la ciudad que él vivió.
La fiesta del 400 aniversario comenzó con una ofrenda de flores extraordinaria a la Virgen de los Desamparados. Y estos días, el reparto de miles de tartas de bizcocho con naranja, marca la antesala dulce de la fiesta.
El 25 de mayo, las imágenes de San Vicente Ferrer se trasladarán a la parroquia de San Agustín. El sábado 31 será la fiesta infantil y, el domingo, el Arzobispo de Valencia, Don Enrique Benavent, presidirá la Misa Mayor en San Agustín. Por la tarde será el Bautizo en el Pouet y el pasacalle en coches de caballos para presentar al recién bautizado a la Virgen de los Desamparados. El lunes 2 de junio saldrá la tradicional procesión desde San Agustín hasta el altar donde se entrona a San Vicente y, al día siguiente, se representará un milagro por la tarde y, tras un concierto por la noche, se bajará al santo a las 24 horas poniendo fin a la celebración.
Y es que la participación ha sido y es el gran motor de la fiesta. «En este año tan especial hemos querido recordar especialmente nuestros orígenes y nuestro caminar a lo largo de todos estos años», explica el presidente de la festividad, Rafael Pinazo. Por eso, agradece «a todos, los que de una manera u otra formáis parte de la Fiesta, desde niños o desde mayores, desde dentro y desde fuera, pero que la sentís vuestra, porque la Fiesta es de todos los que amamos a San Vicente y a nuestra Valencia».
Es en estos días, con el reparto de las tartas, que abuelos o padres encargan con cariño para sus nietos e hijos, tal y como hicieron sus mayores con ellos, cuando se escucha por el barrio una frase que da sentido a todo y que suscribe quien les escribe esta historia: ¡Yo también fui niña de la calle de San Vicente!
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