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Pasear por la plaza dels Porxets de Valencia en la confluencia con María Cristina, en ese entramado de calles donde rezuma el aroma social del ... comercio crecido al calor de su catedral, el Mercado Central, ya no va a ser lo mismo. La emblemática y entrañable mercería Brocal, está cerrada para siempre. El escaparate desde el que se mostraban los tocados, pasamanerías, broches, brillantes botones, flecos, cordones y cualquier alamar que se deseara para vestir las ceremonias sobre las que se ha escrito buena parte de la historia de los valencianos, ha apagado sus destellos de fiesta. La reja bajada descubre que los maniquíes de busto que durante 75 años lucieron sus mejores galas, hoy contemplan al espectador urbano ya calvos y desnudos.
Es el retrato de una ciudad que ha mudado la piel impulsada por ese cambio cultural que ha apartado las manos laboriosas, sobre todo de muchas mujeres, de los talleres de modistas y las tardes de costura. Con Brocal se va un negocio, pero se van también experiencias inolvidables de quienes vendieron y de quienes compraron. Y dicen adiós palabras, muchas palabras que como 'mercería' forman parte de una colección semántica única a la que el desuso condena al olvido.
El cartel en el que se lee 'Disponible', certificado de que el comercio tradicional agoniza, cubre el luminoso rojo con el nombre de la casa en blanco que desde la esquina ha llamado a propios y extraños a pegar la mirada a un escaparate tras el que brillaba la ilusión de la fiesta. Eso sí, las elegantes letras del rótulo que coronaban el dintel de la puerta de acceso muestran su resistencia desde el lugar en el que se colocaron para darse a conocer a un público que acodado sobre mostradores de cristal solicitaba cuanto deseaba mientras disfrutaba y se asombraba de la habilidad con la que las dependientas buscaban hasta la más diminuta pieza en un inmenso mar de piezas que se antojaba insondable, pero en el que siempre triunfaba el brillo perseguido.
Carlos Javier Pastor Pérez, el último administrador de la casa y nieto de la fundadora, Mercedes Brocal Berenguer, lo ha confirmado a LAS PROVINCIAS. Sí, Brocal ha cerrado. Ya hace unos meses. Lo afirma con una emoción fácilmente comprensible. El adiós de un establecimiento histórico como es este viene a confirmar el valor social de las tiendas.
El adiós de la casa se lleva consigo un buen retal de la memoria colectiva, la vida de muchas familias que nacieron al calor de bodas con tocados de Brocal, la vivencia de las mujeres que acudieron a sus mostradores en busca de lo mejor para poner el broche de oro al traje de valenciana que lucir en la ofrenda a la Mare De Déu. Y se va el aroma de la procesión del pueblo, de clavariesas acicaladas con alamares de fantástica factura adquiridos en la casa de la que han salido no pocos de los botones que llenan de personalidad y color las cajas de latón en las que unas cuantas generaciones de valencianos, seguro, guardarán memoria de momentos que llevan nombre de madre y de abuela.
Brocal nació en 1947 del impulso de dos mujeres: Mercedes Brocal Belenguer y su hija Mercedes Pérez Brocal. Además, en la trayectoria del establecimiento fue de gran trascendencia la aportación de «mi tío Javier Lliso Brocal», como recuerda Carlos Javier Pastor cuando explica que «todo comenzó en la calle Pintor Salvador Abril». Desde allí pasaron a su última localización, a ese punto de la ciudad desde el que ahora se despiden como consecuencia de unos cuantos avatares que empujan a trazar el perfil de lo que Carlos Javier Pastor con tristeza define como «un sueño roto». Dice el sucesor de las fundadoras que «ha caído el mundo de la costura, a lo que se han sumado las ventas on line y también los efectos de la pandemia».
Todo, unido a la búsqueda de los establecimientos 'low cost' ha creado la combinación perfecta para que esta mercería como ha sucedido con muchos más establecimientos históricos se haya visto abocada a poner fin al relato social de Valencia, a engrosar el ya largo listado de establecimientos que con su marcha dejan huérfano de estilo propio el entramado urbano sobre el que se escribe la historia.
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