
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Tras una noche de mucho viento, el domingo amaneció soleado y con temperaturas agradables en Valencia. Un día ideal, casi primaveral, para salir a la calle y disfrutar de las terrazas, el río, el paseo marítimo... si no fuera, claro, por el virus. La pandemia, desbocada en la Comunitat Valenciana con una incidencia acumulada superior a 1.100 positivos por cada 100.000 habitantes (la tercera más alta de España), ha obligado al Consell a tomar nuevas medidas esta semana, entre las que se cuenta el cierre total de la hostelería, que únicamente puede funcionar para servir comida para llevar o a domicilio. La imparable tercera ola ha trastocado los planes de millones de valencianos, que se han pasado a picnics más o menos improvisados al aire libre.
Uno de los puntos de la ciudad donde más se dejaba notar esto era en el barrio de Ruzafa, que funcionaba a medio gas cuando la hostelería tenía que cerrar a las 18 horas pero que ahora está prácticamente dormido, por no decir muerto. Un paseo por calles como Pintor Salvador Abril, Cuba, Puerto Rico, Cura Femenía, Cádiz o Literato Azorín revela chaflanes vacíos cuando hasta hace apenas una semana las terrazas se enseñoreaban de las aceras, ocupadas, en ocasiones, por demasiados comensales. Apenas un par de restaurantes aguantaban, como determinada aldea gala, ofreciendo comida para llevar. Al filo de las 15 horas de ayer, un italiano de la esquina de Salvador Abril con Pedro III el Grande tenía una cola de cuatro o cinco personas esperando para pedir comida. «Hemos venido porque en casa no teníamos nada y antes de bajar a comprar algo para cocinar hemos preferido venir aquí y ayudar como podamos», contaba Manuel, que esperaba su turno manteniendo a la distancia de seguridad.
El viaje por los epicentros hosteleros de la ciudad ha de llevar, indefectiblemente, al paseo marítimo, en concreto al tramo entre el balneario de las Arenas y la Marina de València. En el mismo puerto el silencio es absoluto, con todos los locales cerrados. En el paseo de Neptuno, por su parte, apenas sobreviven dos tiendas de regalos y recuerdos. En una de ellas, la dependienta barre tranquilamente. El interior está vacío. Son muy pocos los valencianos que han decidido acercarse a este punto de la ciudad, aunque un poco más al norte, en la playa del Cabanyal, el paseo está mucho más concurrido. Los grupos son reducidos y se mantienen las medidas de seguridad. Ni rastro, eso sí, de cafés para llevar.
Algunos grupos sí están haciendo un improvisado picnic tanto en la playa del Cabanyal como en la de la Malvarrosa y ya en Alboraia, aunque son los menos. Había, eso sí, valientes que se atrevían a tomar el sol o bañarse en el mar o a hacer deporte por la orilla, concurrida en este día soleado en una imagen que recordaba mucho a cómo se llenó la playa de gente en la desescalada y los vecinos de la ciudad pudieron, de nuevo, volver al mar. En Alboraia también hay varios locales especializados en desayunos y «brunches» que estaban cerrados esta mañana. Sobrevivían apenas dos. Uno es el Llevant, que se ha especializado en la entrega de paellas a domicilio. El encargado relata que la afluencia es «muy inferior a la de otros fines de semana» y que se ha tenido que reducir la plantilla, pero que aún así, «ayer sábado vendimos varias paellas y hoy tenemos varios encargos». «A subsistir como podamos», indica. El otro local es Casa Patacona, que servía cafés, infusiones o bocadillos y frente a la que se formó una cola de varios clientes.
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Con todo, es una cantidad ínfima comparada con el negocio que se contabilizaba hace apenas una semana. En el centro, la sensación es similar. La plaza del Ayuntamiento ha registrado una importante afluencia de viandantes durante la mañana, como es habitual desde su peatonalización, pero los bares de alrededor estaban cerrados. En uno situado en la calle Ribera, unos de los camareros cuenta, a condición de que no se revele su identidad ni la del establecimiento, que ha sido reconvertido a personal de barra para vender «lo que se pueda»: «Mi jefe quiere intentar salvar el mes vendiendo lo que nos quieran comprar, pero ya ves». Acompaña esta última frase con un elocuente movimiento de brazo a la desierta calle. Incluso las franquicias situadas en la plaza del Ayuntamiento han cerrado, aunque algunas de ellas abren en las horas centrales del día para ofrecer hamburguesas para llevar, así como por la noche, pero hasta las 20 horas para que se pueda cumplir el toque de queda.
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