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Como los imperios, los macrobotellones tienen su auge y su caída. Todos. Nacen del deseo de mentes decididas y terminan con la intervención de fuerzas superiores, que pueden ser o la Policía, o el amanecer, o un coma etílico. Este jueves por la noche, la playa de la Malvarrosa volvió a vivir una de estas historias en tres actos cuando se convocó por redes sociales, creció y fue desalojado por la Policía un macrobotellón con unas 300 personas, según cálculos de los agentes. Su historia demuestra cómo se crean este tipo de eventos, cómo crecen y cómo mueren antes de que, como el año pasado, se desmadren tanto que acaben creando problemas de seguridad. «Si venimos tres horas más tarde, aquí hay 1.000 personas y entonces ya no sé si intervendríamos», decía a pie de playa el mando policial que intervino en el dispositivo.
Nacimiento
Como en todos los imperios, los macrobotellones los crea alguien. En el caso de la fiesta organizada en la playa este jueves por la noche, ese alguien se llama Tom. O Hanka. Son los dos nombres que aparecen en los mensajes reenviados por redes sociales a los que ha tenido acceso este diario con los que se convocaba una «fiesta en la playa» en la que pedían que cada asistente trajera su propia botella y altavoces. «Coste de la entrada: buen rollo», ponía en la invitación, escrita en inglés y dirigida sobre todo a estudiantes Erasmus. La fiesta empezaría a las 22 horas y terminaría «tarde». Estaba convocada en la playa de la Malvarrosa, frente a un conocido local de bocadillos de una aún más conocida franquicia de comida rápida y al lado de la estatua de los delfines. El mensaje corrió como la pólvora por redes sociales y grupos de WhatsApp. Lo de la expansión del imperio, ya saben.
Auge
A las 22.17 horas ya había dos decenas de personas en la playa. Una hora más tarde ya eran más de 150. Y cuando llegó la Policía Local, a eso de las 23.45 horas, ya había casi 300 personas. En este caso, el botellón se formó por acreción, como los planetas: distintos grupúsculos de personas se iban sumando lenta pero inexorablemente al grupo. Llegaban desde el paseo marítimo o desde otros puntos de la playa. Una pareja, un grupito de tres, otro más grande de unos seis... Una increíble Torre de Babel cuyos peldaños estaban compuestos por jóvenes que cantaban a voz en grito Pepas, de Farruko, una canción con más de 400 millones de reproducciones en YouTube y con un estribillo que deja poco lugar a dudas: «Pepa' y agua pa' la seca, to' el mundo en pastilla' en la discoteca».
El macrobotellón evolucionaba como evolucionan este tipo de reuniones, que se convierten en pequeños cosmos donde pasa casi de todo. Las parejas se empiezan a formar y se separan del grupo, yéndose a la orilla a besarse entre las olas, en una historia que seguro que luego cuentan en los bares o en las fiestas en pisos de Oslo, a Amsterdam o a Londres. También quienes llevan bebiendo desde hace bastantes horas, porque en Europa el ritmo es otro, sucumben a los excesos del alcohol, como un joven casi desmayado junto a las miniporterías de fútbol de este enclave de la playa. Mientras, en el paseo marítimo, unas luces azules rompen la noche y se reflejan en los cristales de las ventanas del Hospital de la Malvarrosa. Comienza a ponerse el sol en el reinado de Felipe II.
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Caída
23.45 horas. Una 'lechera' de la Policía Local, con seis agentes, entra al paseo. El mando de la misma llama a su jefe y le traslada lo que está viendo: a cientos de personas bebiendo en la playa. Lo que no ve desde el paseo es ninguna botella, porque los jóvenes, de forma similar a como hacen los elefantes con sus crías, han hecho un círculo en torno a las bolsas y no se ven desde tan lejos. «Vamos a esperar refuerzos para intervenir», explica.
El caso es que cuando los agentes se plantean actuar en estos casos, han de tener en cuenta varios factores. No únicamente el tamaño de la reunión social, que también, claro, sino también determinados aspectos como el nivel de embriaguez de los participantes (reducido a esa hora de la noche, excepción hecha del chico abrazado a una miniportería de fútbol y que seguramente lamente la última copa), la ubicación (están justo frente a un hospital y no es el mejor de los sitios) y el personal disponible (hasta 12 agentes de UCOS Noche acaban participando, junto a dos agentes en quad). «Tengo que valorar si se está produciendo una infracción administrativa o una alteración del orden público», admite uno de los mandos, que reconoce que si hubieran acudido tres horas más tarde «habría 1.000 personas y habría sido mucho más difícil».
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En la memoria de todos estaba lo ocurrido el pasado año, cuando un macrobotellón acabó provocando cuantiosos daños a los chiringuitos de la playa. Y todo esto en la noche previa a que este viernes el alcalde de Valencia, Joan Ribó; la concejala de Licencias, Lucía Beamud; y el concejal de Protección Ciudadana, Aarón Cano, se reúnen en Alcaldía para tratar temas de seguridad. El botellón, que en algunos barrios vuelve a causar serios problemas, estará encima de la mesa.
Pero las condiciones son idóneas a eso de las 0.20 horas de este viernes. Los agentes se despliegan por la playa y de forma educada alejan a los jóvenes hacia el paseo marítimo, con los quads controlando los grupos de gente (porque como en los imperios, en los macrobotellones también hay colonias lejos de la metrópoli) que están cerca de la orilla. Es casi un pastoreo, porque la técnica es exactamente la misma. «Es una lástima cómo han dejado la playa», dice un agente. «Tengo arena en los zapatos», dice uno de los participantes. Distintas prioridades, claro.
En cuatro minutos, ya no queda nadie en la arena. Apenas dos o tres chavales que recogen las botellas y la basura donde antes se encontraba el resto del grupo. Cientos de jóvenes salen al paseo marítimo, de donde son desalojados de nuevo para alejarlos del hospital, no sin que antes pierdan sus botellas de alcohol. Incluidos cuatro chavales, de Paterna, que reconocen que no son Erasmus. «Ya me extrañaba a mí, estaba ahí dentro y no entendía nada de l¡o que decía, hermano», comenta uno de ellos. Los grupos terminan 'acampados' frente a una conocida discoteca con nombre de técnica pictórica, donde los agentes efectúan al menos tres detenciones por venta de estupefacientes pero sin relación con el macrobotellón. En la arena queda una patrulla y los quads en labores de vigilancia hasta el amanecer. De la pareja de las olas y del chico de la portería nunca se supo nada más.
Así termina la noche, así desaparece un imperio, así muere un botellón. Al menos en este enclave. Incluso para una familia que estaba de despedida de soltera en la playa, con globos, tumbonas y coronas de flores, que dejaron de reproducir música en altavoces cuando vieron aparecer a la Policía Local. «Mi futuro marido es policía y pensaba que los había enviado él», decía la novia, confundida. En este caso, como en tantos otros, pagaron justas por pecadores.
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