Hombros encogidos, miradas resignadas y hasta un poco de mala leche. Un paseo por el barrio de Ruzafa, uno de los corazones hosteleros de la ciudad, evidencia el malestar entre el sector, que trabaja a medio gas. Alrededor del Mercado de Ruzafa, las cafeterías y bares que siguen abiertos lo hacen «porque bajar la persiana y quedarte en casa es peor». «Te deprimes», dicen.
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Carmelo Hinojosa, del bar La Llatja, se encuentra a la puerta de su local en la calle Sueca. En una ciudad donde ya nadie es de aquí y todos son, a la vez, más de Valencia que el Ateneo, a Carmelo se le nota en su acento, pero en el barrio le saludan por su nombre y él sonríe detrás de la mascarilla, sus ojos dos rendijas oscuras. «Ayer en todo el día vendí una Coca-Cola», comenta, entre apesadumbrado y resignado. «La gente se lo piensa mucho antes de salir de casa, pero yo, ¿qué hago si me quedo? Me deprimo», dice Hinojosa.
Junto al Mercado de Ruzafa hay otro bar. Su dueño atiende a LAS PROVINCIAS, pero se le nota enfadado con los medios. No quiere ni que salga el nombre de su bar. Se llama Vicente. «Soy muy crítico con los medios de comunicación, estáis todos comprados», dice. Bajo la barra hacia la calle en la que atiende hay carteles facilitados por FOTUR en los que se lee «0 ingresos, 0 impuestos». «Estamos intentando sobrevivir, pero no me sale a cuenta cerrar porque sólo me dan 460 euros», explica.
En este caso, parece que no depende de cómo te lo tomes. Al otro lado del Mercado de Ruzafa hay un Cafés Valiente. Tras dos mesas puesta en la puerta, «la cocinita de mi hija», dice, atiende Sergio Luján. «Hay movimiento porque sí hay gente que trabaja, pero salen con miedo», explica. Por su ubicación, él no pudo ocupar la calzada para ampliar la terraza antes de este segundo cierre lo que, en su opinión, le habría permitido tener un colchón del que ahora no dispone. Admite, eso sí, que ha habido «mucho descontrol con las terrazas». Hasta en las asociaciones de hosteleros se reconoce, eso sí, con la boca pequeña, que ha habido quien se ha excedido en los tamaños de las terrazas, aunque apuntan que su control no depende de ellos sino de la Policía Local y los inspectores del Ayuntamiento. Cabe recordar que Actividades recortó las terrazas del centro y de Ruzafa tras la desescalada al detectar zonas para mesas y sillas demasiado extensas.
Aguantan ligeramente mejor los bares que además de cafetería son panadería o pastelería. Es el caso de La Estrella, en la esquina de Matías Perelló con Maestro Aguilar. «La parte económica es desastrosa, pero entra gente y demás», explica Blanca Martí. Ella tiene dos compañeras de baja «y otras dos de ERTE». Durante la entrevista, un señor entra a comprar un cortado para llevar. «Es un euro que no va a ningún lado y así ayudamos como podemos», reconoce.
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Así, a base de cafés para llevar, está sobreviviendo Oliver Barr, de El Monumental, en Reino de Valencia. Es un restaurante especializado en hamburguesas que aguanta porque en la zona «hay muchas oficinas, la gente compra el café o el almuerzo y se lo toma en los bancos de ahí», explica, señalando el bulevar central de la avenida. Es una práctica que se parece a los recreos en el colegio: almorzar o desayunar con tus compañeros de trabajo pero en lugar de en la oficina, en la calle. Se está haciendo tremendamente común en determinadas zonas como el centro de la ciudad y el testimonio de Barr (y un vistazo rápido al paseo ajardinado de Reino Valencia) confirman que parece que ha llegado para quedarse. Son una imagen común en muchos enclaves de la ciudad, favorecidas estas reuniones, obviamente, por el buen tiempo. Explica este hostelero que han empezado a trabajar con una empresa encargada en reparto de comida a domicilio «aunque las condiciones son mejorables». Ellos hacían mucho negocio «con la gente que venía a tomar una caña y acababa pidiendo otra o algo de comer, pero la gente que va dando un paseo no se va a comprar una hamburguesa», lamenta.
Hay incluso locales que han intentado ofrecer determinados productos que son difíciles de encontrar por el centro como paellas o fideuàs para llevar. Es el caso del bar La Perla Negra, en la esquina de Martí con Reino de Valencia. «Los clientes vienen a por ella, pero estamos empezando», explica Alejandra Bernal. Es la salida que han encontrado en este bar, que sobre todo daba almuerzos, ante la falta de servicio en mesa.
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R. González/M. Sáiz-Pardo / A. Soto
Así es un barrio que funciona a medio gas, donde hay muy pocos locales abiertos y donde a partir de las 17 horas prácticamente todo está cerrado. Lo que ocurre en Ruzafa, por tanto, sirve como extrapolación del resto de la ciudad, incluido el centro, donde para vender cuatro o cinco cafés, o incluso un único refresco en un día como en algunos bares de Ruzafa, muchos locales han decidido directamente no abrir sus puertas. Simplemente, dicen, no les sale a cuenta pagar luz y agua para vender tan poco. La Federación Empresarial de Hostelería de Valencia (FEHV) ya ha alertado de que muchos de estos negocios no volverán a subir la persiana cuando se terminen las restricciones y los barrios perderán, de nuevo, un poco más de vida.
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