![Ciutat Vella, El Carmen, Valencia | La Babel que revitaliza Ciutat Vella](https://s2.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/202206/10/media/cortadas/Imagen%201448578350-R6aTUTAjO49PhZZnoEyNhnI-1968x1216@Las%20Provincias.jpg)
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RUBÉN GARCÍA BASTIDA
Sábado, 11 de junio 2022, 18:59
En el laberinto de calles del centro histórico de Valencia flotan en el aire mil acentos y la sensación de que está pasando algo. Gabriele Nero, un italiano de 39 años que reside en la zona desde hace 11 años, cuenta que ha visto ya tres encarnaciones de Ciutat Vella. La que encontró cuando llegó, la que surgió tras el pinchazo de la burbuja inmobiliaria y la que ve renacer ahora esperanzado tras la sacudida del coronavirus. Una nueva vida que achaca al impulso de muchos de los extranjeros que han hecho del centro su hogar y su sustento.
Gabriele abrió una pequeña librería y editorial independiente en la Calle Quart: El Doctor Sax. Desde ella ha sido testigo de cada cambio del barrio. «Las mayores transformaciones han coincidido siempre con una gran crisis», señala.
La primera ruptura la sitúa «en 2010». «Había mucha movida nocturna y muchos sitios 'underground' que fueron desapareciendo en favor de cosas más ordinarias, y el barrio, a nivel cultural, se fue apagando». La otra gran transformación llegó hace dos años, cuando las restricciones sanitarias dejaron el centro histórico en coma inducido. Tras el golpe, Ciutat Vella ha resurgido como una gran Torre de Babel que acoge a artistas e iniciativas culturales y donde florecen restaurantes, cafeterías y pequeñas tiendas impregnadas de la multiculturalidad del vecindario.
«Hay gente de distintos países que aporta cosas nuevas, pero muchas veces, por la cuestión lingüística, se les deja fuera de los círculos culturales. Se está moviendo todo un circuito internacional y muchos no se dan cuenta», señala Gabriele. «El Ayuntamiento debería potenciar esta multietnicidad».
Según el último padrón municipal, Ciutat Vella es el barrio que más habitantes ha ganado, hasta alcanzar los 27.983, y de ellos, uno de cada cinco (5.815) son extranjeros. Su concentración de población foránea, del 20,8%, supera ampliamente la media de la ciudad, que se sitúa en 14,9%, algo que impregna todo lo que sucede en sus calles. «Se ve mucha más gente joven de todas partes del mundo –cuenta el italiano–, que está dándole identidad a la zona, con iniciativas muy peculiares. Lo bueno es que finalmente se está respirando un aire más internacional».
En ese crisol de nacionalidades que domina el casco histórico resuenan con especial fuerza los acentos italiano y francés, las comunidades más numerosas, con 903 y 442 vecinos, respectivamente. Le siguen venezolanos (252), colombianos (221), marroquíes (221) y chinos (216).
«Sin duda, los italianos son los que más abundan. Yo lo veo en mis clientes, en los camareros, en todas partes», reconoce Carlos Segura, un hondureño que hace un año abandonó una exitosa carrera trabajando para grandes firmas de la moda para abrir una pequeña tienda en la Calle Baja. Hasta los 40 años, su vida transcurrió entre hoteles y aeropuertos. Llegó a ocuparse del 'merchandising' visual y el escaparatismo de cadenas como Blanco, Desigual, Versace o Armani en hasta 30 países, pero de todo lo que ha visto, nada como El Carmen. «Aquí hay un ambiente y un matiz especiales», afirma.
El hondureño Carlos Segura inauguró en septiembre su tienda de ropa: «La gran mayoría de galerías, restaurantes y comercios los están abriendo extranjeros. Me siento como en El Borne de Barcelona, con muchas opciones diferentes».
Esa misma sensación tuvieron al pisar el barrio el prestigioso artista francés Mathieu Mercier y su mujer Moraima Gaetmank, una puertorriqueña de raíces argentinas y pasado neoyorquino. Fue durante una visita para una exposición en Valencia. Se enamoraron de sus callejuelas retorcidas, de su vida peatonal y, por supuesto, «del cielo, la luz», hasta tal punto que decidieron comprar un bloque cerca del Portal de la Valldigna. Hoy son punta de lanza entre los nuevos rostros de la cultura en el barrio.
Mathieu y Moraima han transformado un inmueble deteriorado de 1790 en una de las joyas arquitectónicas secretas de la zona. Discreto por fuera, tras sus muros se despliega una sucesión de espacios de aire industrial distribuidos en cuatro plantas donde predominan el hormigón blanco, el cemento pulido y el cristal, todo coronado por una azotea con piscina y un jardín de piedra volcánica con unas privilegiadas vistas al maremagnum de tejados junto al Teatro Escalante. «No fue tanto Valencia, sino este barrio, su situación única», dice Mathieu, explicando la decisión de trasladarse a El Carmen con su mujer y su hija Eloïse.
El artista contemporáneo Mathieu Mercier y su mujer Moraima Gaetmank iban camino de París cuando Macron anunció el confinamiento en Francia. «Dimos media vuelta inmediatamente». Desde entonces viven en El Carmen. «Es un lugar único en el mundo».
A pocos metros de allí reforma también una casa el músico puertorriqueño Gabriel Ríos, cantautor reconocido en el circuito europeo de folk independiente, que decidió cambiar su residencia en Gante, Bélgica, atraído por los mismos encantos. «Hay mucha energía nueva aquí», señala Moraima. «Ha cambiado mucho desde el confinamiento, los pequeños comercios han sufrido muchísimo con la pandemia, pero ahora se ven nuevas ideas y nuevos lugares». Uno de ellos es el café Mestizo. Otra prueba de la mezcla sin límites en que se ha convertido el casco histórico. Sus creadoras Andrea Di Doi, de 32 años, una argentina de abuelos italianos, y Layan Khoury, de 30, palestina con pasaporte israelí, se conocieron y enamoraron trabajando como camareras. Tras la pandemia, se decidieron a abrir un pequeño rincón propio que hoy sirve cafés, galletas y dulces típicos de Argentina, como los alfajores, y que cuenta, a la vez, con barista, carta de vinos y tapas del Medio Oriente. «Queríamos reflejar la diversidad cultural de este lugar», subraya Andrea.
«Esto tiene mucho encanto. Tenemos muchos clientes del barrio que no son españoles. En esta mezcla de culturas nos sentimos como en casa», asevera la argentina Adriana Di Doi, que acaba de abrir un café con su pareja palestina, Layan Khoury. «Hemos visto un cambio tremendo, muchos cierres y traspasos, pero ahora se respira un aire nuevo».
Tanto a ella como a Mathieu y Moraima, les fascinó el silencio que reina en el laberinto urbano de El Carmen. «Si sabes por dónde caminar, parece que estás solo», dice la argentina. «Tenemos la sensación de vivir en un pueblo dentro de la ciudad», coincide Mathieu. «Mira, no se escucha nada, ni un coche», señala sentado descalzo en su terraza. También comparten pasión por el Jardín del Turia. «Es una locura total, un parque único de casi 10 kilómetros», exclama el francés.
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Al acercarse la noche se escucha el chisporroteo de los tacos en La Comadre, un nuevo mexicano en la Calle Dalt, y cierra sus puertas la galería de arte LaJoya, en manos alemanas. A un par de manzanas, una brasileña toma un vino valenciano y se preparan los italianos para el turno cenas. Lentamente, Ciutat Vella va desplegando su catálogo de olores, un aroma que viene de lejos y va cambiando calle a calle.
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