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Hora del almuerzo en uno de los locales más concurridos de Campanar ADOLFO BENETO

Campanar: Un barrio herido en el que la vida sigue

Campanar se recupera de la tragedia del incendio tras una lección de solidaridad que ha unido al vecindario de manzanas llenas de urbanizaciones

M. Hortelano

Valencia

Sábado, 24 de febrero 2024

El barrio de Campanar tiene una idiosincrasia particular. No es de los que se consideran céntricos, pero tampoco periférico. Arrasó mucha de su huerta para hacer crecer la ciudad por el noroeste, pero conserva aún campos y alquerías en los que en esta época aún quedan verduras de invierno. Además, conserva uno de los núcleos históricos más pintorescos de Valencia, con tintes del pequeño pueblo que hasta hace no mucho fue, con plaza, iglesia y fiestas patronales, que justo acabaron esta semana. Es decir, combina lo antiguo con una de las partes más nuevas de la ciudad: Nou Campanar. El distrito, es uno de los que más población ha ganado en la última década, a golpe de nueva urbanización en la prolongación de la Avenida Maestro Rodrigo, salpicada de urbanizaciones con jardín, pádel y piscina, en los que la vida se vive de puertas para dentro. Pero ese sentimiento de vecindad que no se ha forjado demasiado en una década, se ha acrecentado en apenas 48 horas. Las que han pasado desde el incendio que el jueves arrasó uno de los edificios que componían el paisaje del barrio.

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La solidaridad de los vecinos ha colapsado los puntos de recogida ADOLFO BENETO

La zona, aún cerrada al tráfico desde que se inició el fuego, está estos días recibiendo numerosas visitas. La mayoría de curiosos, pero también de cientos de personas llegadas desde todos los barrios de la ciudad, que acuden para llevar las bolsas de ayuda que han conseguido recoger en fallas, asociaciones o entre particulares. Las llevan recogiendo y clasificando desde el primer momento en Valientes, un pequeño cívico muy conocido en Campanar. Pero ya no pueden absorber más solidaridad. En la puerta ya colgaba este sábado un cartel en el que avisan de que ya no aceptan más donaciones porque van a permanecer cerrados. Necesitan ordenar todo lo que han recibido, clasificarlo y repartirlo entre los afectados. Si no, tanta ayuda tiene poco sentido. En la puerta, en una pila de libros que suelen prestar, uno de la influencer Paula Gonu que dice que «De todo se aprende», y la biografía del ciclista Lance Armstrong titulada «Mi vuelta a la vida». Hasta el local se ha acercado María Pilar, vecina de la Ciudad de las Ciencias, que ha acudido a traer unas mantas y algo de ropa, transportada en su carro de la compra. El edificio está justo en la esquina, con un recuerdo permanente de por qué merece la pena todo su esfuerzo.

Raquel, saliendo de su casa, en Campanar, camino a su boda LP

Justo enfrente, en la siguiente esquina, en uno de los bares de almuerzos más conocidos de la ciudad, la vida sigue. La terraza está repleta de mesas de amigos comiendo chivitos y brascadas. Muchos ya habían quedado hace días y han mantenido los planes. En la siguiente manzana, cinco minutos antes de las doce, Raquel se monta en un coche de época conducido por su padrino. Sus amigas le han preparado una traca, que casi rompe el silencio programado para el mediodía, en señal de duelo. Pero ella va camino de su boda, guapísima, vestida de blanco. Porque no todo en la vida se puede aplazar. Al fin y la cabo, la vida sigue.

Ya más cerca del edificio, en cada esquina de las que dan acceso a la primera fila de tragedia, los curiosos se arremolinan. Móvil en mano graban vídeos, stories y se hacen selfies que demuestren que ellos han estado ahí. Que tampoco se han perdido este suceso. La avenida Maestro Rodrigo vuelve a estar tan transitada como algunos marzos de antaño, cuando a unos metros del terrible incendio se plantaba la falla más grande y cara de la ciudad. Muchas personas conocieron entonces esta extensión del barrio y no habían vuelto desde entonces. Pero este sábado por la mañana volvió a ser escenario de pererginación de curiosos. «El edificio quemado, ¿sabes dónde está?», me pregunta un ciclista a primera hora. Quiere visitarlo después de hacer una ruta. Y hace marcha. Cuando llego a hablar con algunos de los vecinos de la zona me lo encuentro allí, móvil en mano, generando un recuerdo.

Parque infantil junto al edificio quemado ADOLFO BENETO

Mientras, en el edificio encuentran el cadáver que hace el número 10. La policía científica parece un enjambre, moviéndose en uno de los laterales de la fachada lateral. Apuntan con el dedo a la estructura desde el espacio que hasta el jueves ocupaba un parque infanti. Ahora está vacío, acordonado por el perímetro de seguridad que limita, también con un supermercado que estos días hace horarios interminables. Aunque ha quedado aislado y los clientes de la zona no saben cómo llegar por el laberinto de vallas que está instalado en el barrio para garantizar la seguridad de quien hace vida allí. Los pasillos de la tienda dejan una imagen poco habitual un sábado por la mañana. No hay fila en las cajas, ni atasco de carritos. Los pocos que estamos allí nos miramos las caras. Hay tristeza en las miradas. Sobre todo porque todos son vecinos de los afectados. Nadie ha hecho turismo de supermercado. Al salir me encuentro a Blanca, que vive justo en la finca de al lado. Viene de pasear a su perro. Le pregunto qué diferencia nota con un sábado de otra semana. Una en la que no se ha calcinado una de las fincas más grandes del barrio. «Hoy hay silencio. Aquí habría niños y personas mayores pasando la mañana. Es una zona muy tranquila», dice. Los datos demográficos del barrio dibujan un vecindario con una media de edad de 47,9 años, con una amplia masa de vecinos de familias con un hijo (580) o sin hijos en casa (3.775). Familias jóvenes que compraron en la ampliación del barrio su primera vivienda o jubilados que se han asentado allí. Muchos con mascota, a tenor de los datos de los animales que también han muerto en el incendio. 45 perros y 39 gatos, según las estimaciones de emergencias.

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