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isidro fillol puig
Jueves, 29 de julio 2021, 18:43
Valencia. Siglo XVII.
Las calles de la ciudad están empedradas y cubiertas de tierra. La luz crepuscular baña los edificios haciendo que proyecten sombras pronunciadas mientras una campana tañe y anuncia las siete de la tarde. Un par de aves huyen del campanario de Santa María, la catedral, espantadas por el ruido.
Se levanta el viento otoñal y las hojas caídas alzan el vuelo en espiral. Con los primeros rayos de la luna las persianas y ventanas se cierran impidiendo que nada salga... o entre. El sereno camina lentamente con pesambre. Enciende las farolas con una pértiga a la que se agarra con fervor. El eco de sus pasos resuena por todos los rincones.
De repente, gira la esquina y se encuentra de bruces ante una calle estrecha donde la oscuridad es la reina. Se acerca cauto, pues teme lo que pueda encontrarse. Teme ver a las hijas de la noche de las que tanto se habla. Teme encontrarse con una bruja....
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La figura de la bruja o hechicera ha formado parte del imaginario colectivo desde tiempos inmemoriales. Textos literarios como 'La Odisea' o 'Medea' ya hacían referencia a esta figura, que ha trascendido hasta la actualidad a través de leyendas y distintas representaciones artísticas.
Si hablamos de caza de brujas resulta inevitable pensar en Alemania, Salem (EEUU), o Reino Unido, sin embargo, no podemos obviar el hecho de que en España también hay constancia de ella. Posiblemente las regiones con las que más se las ha asociado sean Navarra, Galicia o Castilla, pero también en la Comunitat Valenciana hubo indicios de su existencia. «Aquí no se hablaba de brujas per se, sino de fetilleres, hechiceras, visionarias o adivinadoras, aunque a ojos de los tribunales eran simplemente bruixes y bruixos», explica César Guardeño, historiador de arte y guia del tour Camins Màgics i Sobrenaturals, organizado por CaminART, que relata su presencia por distintos emplazamientos de Valencia como las Torres de Serranos o La Lonja.
En el caso valenciano, la imagen de una mujer desagradable que realiza pactos con el Diablo queda apartada para abrir paso a otra categoría de hechicera, la que se encarga de cuestiones amatorias y curativas.
«La mayoría de los casos de hechicería valenciana estuvieron protagonizados por mujeres cuya actividad era la de sanadoras, a través de los remedios que elaboraban con algunas plantas medicinales existentes, o también la de adivinadoras y visionarias», explica el historiador de arte. «Estas prácticas llegaron a ser tan comunes en la Valencia medieval que tanto el poder civil como el religioso las persiguieron y prohibieron con la intención de erradicar todo aquello que atentara contra sus propios intereses». Especialmente después de la llegada de la Inquisición a Valencia.
Aunque se escondían de las autoridades, los lugares que frecuentaban eran conocidos, y temidos por muchos ciudadanos. Así, había ciertas vías de la Valencia antigua que pocos se atrevían a pisar. Una de las más transitadas, la actual calle Angosta del Almudín, ubicada a escasos metros de la Catedral y que fue bautizada como 'la calle de las brujas'. Un pasaje estrecho y en su momento oscuro que despertaba la desconfianza de los vecinos.
Otra localización asociada a las hechiceras en Valencia es la Lonja de los Mercaderes y concretamente su puerta de los pecados, que adornada con diablos e inocentes, «representa el bien y el mal», señala César Guardeño. Ambas zonas forman parte, precisamente, del tour CaminART, en el que se presta gran atención a una de las brujas más célebres de la ciudad, Esperanza Badía.
Allá por 1600 vivía una niña llamada Esperanza. Quiso la desdicha que quedara huérfana a pronta edad y la niña, vivaz y valiente, creció hasta cumplir los trece años. La casaron con un hombre mayor. Francisco Mainer, quien tras dejarla embarazada desapareció.
Pasó el tiempo y Esperanza conoció a otro hombre, Andrés Berenguer. Enamorada, trató de llamar su atención, sin embargo, la mala suerte, no le concedió ese deseo. Así, la joven sufrió el amorno correspondido hasta que decidió convertirse en dueña de su propia suerte. Pensando que funcionaría su plan, visitó a unas hechiceras en la calle de las brujas en Valencia, que le dieron un filtro de amor con el que Andrés caería rendido a sus pies. La pócima no surtió efecto, sin embargo, sí generó un cambio en Esperanza, pues optó por olvidarse del amor, educarse en las artes mágicas y convertirse en una mujer poderosa. En una fetillera.
Pasaron los años y Esperanza se convirtió en una figura relevante de la hechicería valencia hasta que ya sea por miedo, por envidia o incluso por alguna riña, sus vecinos la denunciaron a la Santa Inquisición por bruja.
Acusada de hacer encantamientos a la luz de la luna o hablar de demonios e invocarlos entre otras cosas, la institución la condenó a recibir 100 latigazos y a ser desterrada de su pueblo.
De esta manera, Esperanza Badía abandonó su hogar pero no las mentes de sus vecinos, que contaron su historia durante generaciones convirtiéndola en uno de los grandes exponentes de la hechicería valenciana.
Perseguidas por el Santo Oficio en Europa, se consideraban brujas en su mayor parte a aquellas mujeres que se salían de la norma estipulada: aquellas con conocimientos naturales, las pelirrojas y por supuesto, a las de mente más abierta que representaban un peligro para el estado hetero-patriarcal que imperaba, como podía ser el caso de Esperanza Badía.
De esta manera, la bruja pasó de ser una leyenda temida a una realidad de cristal que se sustentaba en frágiles argumentos y falsas acusaciones.
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