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Nada más poner un pie en el recinto del Mercado de Abastos, un fuerte olor a orina te invade. Los cartones y mantas de las ... personas sin hogar se arremolinan en las esquinas. Junto a colillas, restos de comida sin recoger y botellas de alcohol. A medida que comienza a oscurecer, las personas sin techo se van multiplicando. Buscando una forma de mantenerse a cubierto.
Junto a la parada de bicicletas, un hombre se envuelve en una manta. A su lado hay varios cartones de sus compañeros que acudirán a dormir. El indigente se mantiene inerte. A primera hora de la mañana no hace ningún amago por levantarse. Transcurren más de seis horas. Otra visita al recinto. Su postura ni siquiera ha cambiado.
No son pocas las personas sin hogar que buscan cobijo en el Mercado de Abastos. Sobre todo los días fríos, en los que estar en la calle se convierte, aún más, en una tortura. En las últimas semanas, sobre todo con las rachas de viento que han sacudido Valencia, el recinto se ha convertido en todo un campamento para indigentes. Los agentes de la comisaría confirman que ya están acostumbrados a sus peleas. Como comentan los policías, en los meses de invierno es cuando el edificio se llena de indigentes. Por lo general, no molestan a los viandantes. «Pero cuando no consiguen una dosis sí que se ponen violentos», asegura una agente.
Protagonizan peleas entre ellos. Incluso han tenido que intervenirles cuchillos o tijeras cuando las discusiones han subido de tono. Pero el problema está enquistado entre las paredes del mercado. Los alumnos del Instituto de Abastos ya están acostumbrados. Ni siquiera se molestan en mirar a las esquinas en las que se establecen los indigentes. «Con nosotros nunca se meten. Pero sí que es verdad que está todo muy sucio. Lleno de orina y excrementos», cuentan Pau, Pablo y Javier. Los jóvenes charlan animadamente al salir de clases. Su vida acaba de comenzar, pero ya son testigos directos de la situación de miseria e insalubridad a la que se ven abocadas las personas sin hogar.
Los padres agarran de la mano a sus hijos antes de adentrarse en el mercado. No les pierden de vista. Un hombre aparca la bicicleta en la que tiene instalada la sillita de su pequeño. Al lado, las personas sin hogar duermen profundamente. Coge al niño entre sus brazos con instinto protector y miedo en la mirada. No tarda en alejarse de la zona en la que están asentados los indigentes.
El tránsito de personas comienza a decaer al llegar la noche. Sólo quedan aquellos que salen de la piscina. Ximena y Beatriz suelen ir juntas a nadar. «Los vemos todos los días. Da mucha pena», dicen las mujeres. Sus rostros se ensombrecen al hablar de la situación en la que se encuentran los indigentes. «No podemos ponernos en su piel. Tenemos la suerte de que no hemos tenido que pasar nunca por una situación así». Ellas no han tenido problemas con la gente que duerme en el Mercado de Abastos. Pero sí que han sido testigos de peleas. «Se roban entre ellos, discuten... a veces sí que montan escándalos», comentan.
La degradación de las instalaciones es más que evidente. No sólo por todos los enseres desperdigados a sus anchas por el suelo. Las paredes están llenas de telarañas. A Paula (nombre ficticio para preservar su identidad) le han picado varias veces. La mujer lleva una década viviendo en la calle. Se ha instalado en la esquina contraria a la que están el resto de personas sin hogar. Ellos en grupo. Ella, separada. Duerme con un cuchillo jamonero entre las mantas. «Me intentaron violar», desvela.
Se ha visto más de una vez envuelta en disputas. El resto de indigentes tratan de robarle las pertenencias que consigue mendigando. «Tengo ansiedad crónica y tener que vivir en la calle es un infierno», dice visiblemente cansada. Asegura que la mayoría de personas que están asentadas en el Mercado de Abastos delinquen. «Van a restaurantes y se van sin pagar la cuenta. Roban. Estafan...» Señala al hombre citado anteriormente. El que lleva todo el día sin moverse. «Sólo hacen que beber y drogarse. Se ponen a hacerse rayas de cocaína. Molestan y no dejan dormir», dice Paula.
Lleva mucho tiempo residiendo en el Mercado de Abastos. Eso sí, sin mezclarse con el resto de personas sin hogar. «Si dormir en la calle ya es duro, es mucho peor siendo mujer», opina. Cuenta que hace poco se instaló un hombre problemático que le hace la vida insoportable. Le intenta robar o la amenaza. Paula vive con miedo de que puedan atacarle cualquier día. Tiene tres mantas y una botella de Coca Cola a mitad. Habla de manera lúcida. Su única compañía es su perro. Comienza a hacer frío y la mujer no tiene un abrigo que ponerse. Pero a su mascota no le falta un jersey para resguardarse del aire gélido. «Es lo único que tengo, muchas veces han intentado atacar a mi perra y eso no lo consiento», dice con el gesto serio.
Cae el sol y la mujer sabe que dentro de poco, su 'tranquilidad' se va a acabar. «De noche está completamente lleno de personas que duermen aquí». Se despide y vuelve a sentarse encima de su cartón mientras abraza a su perro. Espera con temor. No sabe si esa noche se verá envuelta en más disputas.
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