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Reparto del menú este miércoles por la noche frente al MuVIM, junto a la calle Guillem de Castro.

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Reparto del menú este miércoles por la noche frente al MuVIM, junto a la calle Guillem de Castro. JESÚS SIGNES

La cola del hambre llega al centro de Valencia

Reparto de comida. Una media de 190 personas acuden tres noches a la semana junto al MuVIM para recoger el menú que prepara la Fundación Ayuda Una Familia

Paco Moreno

Valencia

Jueves, 17 de noviembre 2022, 00:05

Es una imagen vista en numerosas ocasiones a lo largo de varias crisis, pero la cola del hambre que se forma tres días a la semana junto al edificio del MuVIM, en pleno centro de Valencia, sorprende y entristece. Alrededor de 190 personas forman la fila cada vez para recoger comida caliente, algún dulce y mucha empatía, según la descripción de Marisé García, directora general de la Fundación Ayuda Una Familia, una entidad con la base en Paterna, donde se hace menús para medio millar de personas al día en Valencia.

Anoche no fue una excepción y a las ocho de la tarde ya estaba formada la cola alrededor de los peroles de sopa y las cajas con comida que se repartía desde la parte de atrás de una furgoneta, sobre unas mesas plegables. Casi en silencio y sin disputas por el orden, cada uno iba cogiendo su ración y se marchaba o se quedaba a comer en el entorno.

«Llevo cuatro años recogiendo comida de esta manera en diferentes zonas», decía Antonio, panadero de profesión y afortunado dormir en una habitación, lejos de la calle, según afirma con una sonrisa. «Pago 300 euros al mes, si es menos ya no sabes ni lo que te vas a encontrar», dice.

«Viene bien la comida porque si no llegar a final de mes es imposible», comenta sobre la renta de inclusión que cobra. Natural de Paterna, ha trabajado en varias panaderías de Valencia. ¿Cómo se siente cuando pasa por delante de una en esta situación? Responde con otra sonrisa y se marcha caminando despacio por la calle Guillem de Castro.

«Esta noche el menú era cerdo con verduras; también pollo con verduras porque hacemos menú para los musulmanes», afirma Karine, empleada de la fundación mientras reparte raciones. Lleva año y medio en las oficinas ocupándose de la logística y todo lo relativo con la higiene de los alimentos. «Vengo porque me gusta el contacto con la gente, si no parece que falta algo», afirma también sonriente.

Rapidez. Marisé García, directora general de la fundación, en el reparto. Jesús Signes

A pesar de las historias trágicas que hay detrás de cada persona, la verdad es que predomina el optimismo. Andrés, medio eslovaco y medio jamaicano como él dice, no puede ir a un albergue y duerme en la calle. El motivo está a sus pies, nervioso por tanta gente que pasa. «Se llama Enzo Ferrari», dice orgulloso del perro que le acompaña. «Deberían encontrar alguna solución para esto», afirma tras recoger el menú de la cena ante de hacer marcha.

«En Valencia llego un mes y tres días, antes estuve en Ibiza y otros lugares. En España vivo desde hace cuatro años», recuerda. Intenta buscar trabajo, pero dice que está «muy difícil». Con estudios de psicología en su Jamaica natal y de 28 años, ahora duerme en una calle del centro, a resguardo de la humedad.

En los últimos meses se ha notado una reducción en la llegada de comida sobrante desde las empresas por la crisis

«Vine aquí por trabajo, ahora estoy por la calle desde hace tres semanas. Pongo teléfono y curriculum para ver si hay suerte». El perro le acompaña mucho y la fundación le ha ayudado incluso con las vacunas de Enzo. Duerme en el jardín del Hospital y se marcha diciendo que es un can ibicenco. «Se porta muy bien».

Otro de los parroquianos asegura que acude desde el principio. «Tengo un sitio para dormir, al principio estaba en la calle, pero no me alcanza para la comida. Me han embargado la cuenta por 400 euros de un juicio y veremos si puedo seguir pagando», dice Francisco, mecánico de profesión y en paro desde 2015.

«En la calle he vivido desde que tenía unos doce años, cuando mis padres me echaron. Tengo cerca de 53 años y he tenido que aprender yo solo. He tenido que rehabilitarme de drogas y alcohol porque eso es lo más duro de la calle, cuando le pegas vueltas a todo y caes en las adicciones».

La fundación trabaja desde hace seis años, tres meses en el emplazamiento en el centro de Valencia por la necesidad que surgió, aunque tiene otro puesto fijo en el barrio del Botánico, donde acude la furgoneta los sábados por la noche, así como varias rutas por toda la ciudad y la periferia. «Campanar, el puente del Real, Giorgeta, las grandes vías, Abastos, los asentamientos de La Punta y más chabolas...» La lista no se acaba nunca, enumera la presidenta de la entidad.

La ayuda se centra desde el principio en comida. En las rutas se entrega en bolsas para facilitar la entrega y a los chabolistas que no tienen agua potable les entregan garrafas. En el centro y el Botánico imperan los platos de caliente, al tratarse en casi todos los casos de personas que duermen a la intemperie.

Trabajan además para otras asociaciones al cocinar los menús. «Todo está controlado con higiene sanitaria», insiste Marisé García, que anoche se afanaba en el reparto desde la furgoneta. De vez en cuando llegaba otro coche para traer o llevarse cajas de comida.

El perfil de las personas que atienden es el de personas sin hogar. «Están muy tristes e intentamos animarlos», comenta, para indicar que en los últimos meses se ha notado bastante la reducción de comida sobrante en las empresas de distribución, una de las principales aportaciones a los menús. Debe ser un efecto más de la inflación galopante. Una música suave suena desde la furgoneta, donde hay carteles en castellano y árabe piden buena conducta. Lo cumplen.

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