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Loli Benlloch
Domingo, 24 de febrero 2019
Surgió en una cena de amigos que reivindicaban la utopía de conseguir vivir en la ciudad sin desvincularse de la naturaleza y este año cumple ya un cuarto de siglo una edificación que conjuga el ecologismo con la tecnología, pues fue de las primeras de Europa en tener banda ancha.
Se trata de Espai Verd, un singular edificio situado en la entrada de Valencia desde la autovía de Barcelona compuesto por 108 viviendas ajardinadas en altura responsabilidad del arquitecto Antonio Cortés (Callosa d'en Sarrià, Alicante, 1949), quien tuvo entre sus inspiraciones el Habitat 67 de Moshe Safdie en Montreal.
Cortés reside desde sus inicios en el edificio cuyo nombre es toda una declaración de intenciones y explica a EFE que ya se ha entendido un proyecto del que durante la construcción hubo compañeros que calificaron de «chapuza» cuestiones como que se girara 45 grados sobre la trama urbana.
El objetivo de esa medida fue que todas las viviendas, concebidas como chalés y que cuentan con un atrio ajardinado y una terraza de unos 95 metros cuadrados, contaran con la orientación «óptima» para tener sol y una ventilación cruzada, conceptos tradicionalmente atendidos pero que con la llegada del desarrollismo se empezaron a olvidar.
El resultado es un edificio escalonado, que en algunas partes llega a las quince alturas y en otras a las cinco, construido en vertical sobre una superficie de 21.000 metros cuadrados y que se considera también un ejemplo de brutalismo, un estilo arquitectónico caracterizado por el hormigón visto.
De hecho, Espai Verd es uno de los edificios que se pueden ver actualmente en una exposición del museo DAM de Fráncfort sobre el brutalismo, de la que Cortés destaca que es un «honor» figurar junto a obras como las Torres Blancas de Francisco Javier Sáenz de Oiza.
Los espacios comunitarios son muy importantes en ese edificio, que tiene un microclima interior con un jardín central habitado por cernícalos, petirrojos y hasta un mochuelo, una montaña, una fuente en cascada, escaleras escultóricas, una pista para caminar en la cuarta planta o un oratorio interreligioso donde siempre brilla una luz de Belén.
Otra de las peculiaridades de esta edificación es que fue construida bajo la fórmula del cooperativismo, un ámbito en el que ya había trabajado desde que acabó la carrera de Arquitectura y que hizo posible una construcción que quizá no se hubiera conseguido si se hubiera buscado la rentabilidad económica, opina Cortés.
El arquitecto unió en este edificio otra de sus pasiones, la informática, y creó un programa para calcular las estructuras cuando todavía se hacía a mano, además de dotarle de banda ancha «cuando casi no se sabía qué era eso» y años antes de que se elaborara el real decreto para la instalación de telecomunicaciones en los edificios de viviendas.
«Es un edificio que arquitectónicamente tiene mucho interés y es muy singular», explica Paz Cortés, hija del autor y también arquitecta, quien destaca que reciben numerosas visitas de estudiantes y también de arquitectos de distintos países, como Italia, París, Suecia, Suiza, China y Estados Unidos.
Espai Verd conserva, como todos los edificios singulares, su caseta de obra, reconvertida en Centro especial de empleo, y tiene pendiente de acabar un centro social y deportivo bajo la montaña artificial.
A sus 70 años, Antonio Cortés sigue pensado en futuros proyectos, como 'Techo para todos', consistente en viviendas prefabricadas para erradicar el chabolismo, y 'Hábitat de fraternidad', cuyo objetivo es crear edificios como Espai Verd en el mundo con el objetivo de que sirvan de espacio «para el encuentro y la concordia de los pueblos».
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