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Hasta en el día más nublado o de lluvia el barrio tiene vida. No es difícil que paseando por sus calles se encuentren saludos espontáneos, conversaciones improvisadas en cualquier esquina o anécdotas de cuándo «éramos pequeños y teníamos al lado la huerta». Porque sí, en la memoria de algunos vecinos de San Isidro, todavía se guardan esos recuerdos, de cuando el barrio aún era como la despensa pero ahora se siente más bien como el trastero.
En el estanco de Alberto se huele ese ambiente a pueblo, donde cualquier reunión casual de varios vecinos es motivo de fiesta y «cachondeo». Lo reconoce el propio Alberto, que sucumbe siempre a los encantos del barrio pero nostálgico reconoce que echa de menos la huerta. «Hasta donde yo sé, mi tatarabuelo era de aquí, por lo menos seis o siete generaciones son de San Isidro; mi familia se dedicaba al campo y después montaron un negocio para hacer carros. Cuando se dejó de usar el carro, mis abuelos abrieron el estanco y hasta hoy, que lo llevo yo».
Alberto cree que gracias a estar a las afueras y algo aislados se ha conservado ese alma de pueblo pero que eso también les ha traído el ser ninguneados o invisibles para la política pública. «Hasta los vecinos que llegan nuevos lo dicen, que parece un pueblo porque todo el mundo se conoce pero claro, aquí somos el trastero de la ciudad, tenemos la cochera, el ecoparque, el cementerio, el polígono, y lo que no hace falta es espacios verdes, que se mejore la urbanización del barrio, que sea más agradable y que pueda recordar a esa zona de huerta que teníamos antes», comenta.
De hecho las vías y la carretera dejaron aislada la iglesia y partieron la zona más antigua, la vía pecuaria y las casas que la rodeaban, que aún se conservan aunque pendientes de una rehabilitación. «Para llegar a la iglesia algunas vecinas tardan más de media hora, está al otro lado de las vías, el barrio no tiene esa plaza típica, que sirva como centro del barrio», apunta José Luis que insiste en que la promesa de una remodelación de la entrada al barrio sigue aún pendiente. «Esta calle, la de José Andreu Alabarta, también la calle Pau y el descampado que se usa como parking, todo eso podría aprovecharse para dar un espacio, una plaza para los vecinos».
Los vecinos creen que por estar en las afueras todo tarda más en llegar. Las reivindicaciones del vecindario son las mismas de hace años: el colegio, el polideportivo, rehabilitar la zona antigua, hacer la entrada, la plaza del barrio y dotar de zonas verdes.
«Tampoco es tanto lo que pedimos, desde luego mucho más barato que todo lo que están haciendo en el centro de la ciudad», dice Domingo, un vecino que tiene una ferretería y tienda de bricolaje «desde antes de que hubiera farolas y asfalto».
«Aquí mismo estuvo Sandra Gómez, la vicealcaldesa, hace cinco años, pero de todo lo que hablamos no se ha hecho nada. Seguramente en este barrio se ha votado más a los partidos que gobiernan que en otros, pero te vas a la calle Pizarro o Hernán Cortés que nadie les ha votado seguro y les están dejando unas aceras... O nos ponemos a protestar o nada. Aquí tienen a más votantes pero estamos más olvidados que con el anterior gobierno», dice Domingo.
Para él lo que más se echa de menos es que les hagan caso. «La entrada al barrio sigue por hacer y después de tantos años aún tenemos soluciones a parches y a remedios», protesta.
El vecindario antes era más reivindicativo y desde la propia Asociación de Vecinos relatan algunas de las protestas más importantes para el barrio que hicieron que hasta allí llegara el metro o que se construyera un centro de salud. «Antes había más implicación, la gente se involucraba más y ahora es más difícil que salgan a la calle».
Aún así, Domingo reconoce que es un barrio tranquilo, algo en lo que coinciden la mayoría de vecinos; no han tenido problemas de delincuencia, ni tampoco de robos «después de los 80 y cuando pasó la época más dura de la droga, nada». Pero esa tranquilidad tiene un precio y se nota en el precio de la vivienda. «La gente joven que no se ha quedado aquí es porque no puede, la vivienda es cara, por eso se acaban yendo a Paiporta o a sitios cercanos, pero les gustaría vivir aquí».
9.852 En el barrio de San Isidro ha ido aumentando la población. En cuestión de treinta años ha ganado una media de 80 residentes al año, convirtiéndose en una de las barriadas con más población.
Barrio acogedor y de acogida Desde sus orígenes el barrio de San Isidro, como tantos otros a las afueras de la ciudad, se pobló con personas llegadas de otras zonas de España, como de Castilla-La Mancha, de Aragón o de Andalucía. Después, siguió siendo barrio de acogida de inmigrantes extranjeros que hoy en día están integrados en el barrio.
Reivindicaciones que son históricas Desde la asociación vecinal recuerda que la reurbanización de la entrada al barrio y de las edificaciones más antiguas aún está por llegar. También la dotación pendiente de instalaciones deportivas.
San Isidro es ese barrio tranquilo de las afueras en el que aún viven algunos de los descendientes de los valencianos de la huerta, pero hoy, ya sin campos, no quiere caer en el lamento de lo que pudo haber sido, sino que quere pelear por lo que puede ser.
«Antes uno podía vivir con su negocio, ahora malvivimos»
Caridad es la dueña de una zapatería del barrio de San Isidro y también vecina. Hace años que ha notado cómo las ventas solo hacen que bajar mientras a su alrededor han empezado a cerrar tiendas y comercios de toda la vida. «Antes uno podía vivir con su negocio, ahora malvivimos, tendrían que ayudarnos, sino se perderá todo en el barrio».
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Javier Bienzobas (Gráficos) y Bruno Parcero
Melchor Sáiz-Pardo y Álex Sánchez
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