Dani Revert se pone al volante de la furgoneta poco antes de las 10 horas. Trabaja en Hosteco, una empresa especializada en el utillaje y ... la maquinaría de hostelería, y este viernes por la mañana tiene una decena de pardas que hacer. Pilar Escribano, socia y gerente de la mercantil, ya advierte de que no tiene muchas entregas por el centro «porque los viernes se pone muy complicado», asegura. No hace falta pisar el paseo de Ruzafa para que la falta de zonas de carga y descarga olbigue a Dani, que tiene 21 años, a aparcar encima de la acera o en doble fila para poder entregar su mercancía.
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El viaje dura unas tres horas y discurre por varios barrios de Valencia. Aiora, Abastos, Orriols, Ensanche... de las diez paradas, únicamente en una puede parar Dani en zona de carga y descarga: en la calle Conde Altea, curiosamente, uno de los enclaves donde más difícil es aparcar por las tardes o noches, sobre todo del fin de semana. Claro que hay cierta «trampa»: la mayoría de restaurantes están cerrados. «El horario que tienen también es un problema», comenta Dani. Se da la circunstancia de que en muchas ocasiones tienen que repartir, él o sus compañeros, por la mañana, cuando muchos locales no han llegado a abrir. «Los restaurantes no abren hasta las 12 horas, por lo que no podemos utilizar la excepción a la ocupación de zonas peatonales que da la ordenanza de 8 a 11», comenta. De hecho, este particular viaje por la ruta de los horrores incluye una doble parada en Botánico Cavanilles porque un bar está cerrado cuando la ruta pasa por ahí la primera vez.
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El recorrido comienza por la gran vía, en dirección a un restaurante de la calle Conde Altea. Ya en la misma gran vía se ve todo tipo de circunstancias que obligan a los vehículos de carga y descarga a buscarse la vida para aparcar y poder hacer su trabajo. Conviene recordar que no es el caso de la ruta de Dani este viernes, porque no lleva productos químicos, pero muchos repartidores hacen frente a viajes con decenas de kilos, sobre todo quienes se encargan del reparto de botellas de cerveza o de refrescos. «No podemos estar a 150 metros del bar», cuenta Dani.
En las grandes vías, por tanto, los camiones y las furgonetas aprovechan los chaflanes de las calles del Ensanche, que al salir en diagonal hacia la avenida crean plazoletas que están ocupadas, en esta mañana de viernes, por camiones que hacen carga y descarga. De forma rápida, apresurada, para evitar llamar la atención de la Policía Local, las calles donde por la noche los restaurantes, pubs y bares hacen el agosto cada fin de semana son un hervidero de actividad.
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Eso sí, Dani cuenta que la Policía Local suele ser comprensiva con quienes se encuentran en labores de carga y descarga. «Viene la Policía y te dice que te des prisa, pero no te suelen multar. Nos dicen que están trabajando, pero nosotros también», comenta Dani, que hace el viaje ameno mientras cuenta experiencias con el Valencia Club de Fútbol o en el siempre proceloso mundo de independizarse.
El recorrido incluye una parada en el centro comercial El Saler, donde no hay problema para aparcar, claro, porque hay muelle de carga, y en la calle Industria, en Aiora, donde, de hecho, todo son problemas. No hay zonas de carga y descarga cercanas, ni siquiera de taxis, esas que parte del sector comercial quiere compartir por las mañanas (Dani cuenta que en la avenida del Oeste hay, al menos, una que se usa de forma compartida). La furgoneta tiene que parar subida a la acera mientras el repartido se acerca a un bar muy próximo a depositar su mercancía.
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Más tarde, en Campanar, la zona de carga y descarga existe, sí, y de un tamaño considerable, pero está bloqueada por un coche aparcado en segunda fila. Así que terminan aparcando también en doble fila tanto Dani como otro camión, cuyo conductor le mira y se encoge de hombros. ¿Qué le vamos a hacer?, parece decirle. La sensación es que en toda la ciudad faltan zonas de carga y descarga. Y eso que hay casi 900, según los datos oficiale del Ayuntamiento de Valencia. Lo que ocurre en el paseo de Ruzafa todas las mañanas, por tanto, no es algo aislado. «Los viernes no vamos al centro porque los restaurantes y bares son poco previsores y lo piden todo para los viernes, bebidas, comida... y se montan unos líos importantes. Si están almorzando no puedes ir a la hora del almuerzo, o no abren pronto... Es un lío. Así que nos programamos las entregas en el centro de la ciudad antes del viernes», cuenta Dani. Por cierto, aviso a navegantes: la empresa ya ha sido multada en más de quince ocasiones por acceder al área de prioridad residencial de Ciutat Vella tras meses pidiendo la tarjeta. «Hemos tenido que contratar un gestor para sacarla», cuenta Escribano, que admite que los locales con los que trabajan en el Carmen tampoco tenían claro cómo conseguir el acceso.
Pero eso es otra historia que deberá ser (y lo será) contada en otro momento. Volvamos a la ruta de reparto, que termina en el barrio de Arrancapins, concretamente en el entorno del mercado de Abastos. Aquí tiene Dani dos restaurantes a los que servir, y acude a la zona de carga y descarga situada en la esquina de las calles Buen Orden y Héroe Romeu, de nuevo, un chaflán. La zona existe, claro, pero son dos plazas de furgoneta que ya están ocupadas, por lo que el vehículo de reparto de Hosteco tiene que parar en segunda fila, al lado, por cierto, de un gran camión de reparto de una conocida marca de refrescos cuyo nombre está compuesto por una planta y un epíteto denigrante sobre la salud mental. Ambos descargan rápidamente, con miradas huidizas, preocupadas, porque están muy cerca de la comisaría de Policía Nacional. En diez paradas, sólo en una se ha detenido Revert en una zona de carga y descarga. El problema, es evidente, existe. El sector exige a la concejalía de Movilidad que les escuche y mejore sus condiciones.
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