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Horas después de que el pacto de gobierno en el Ayuntamiento de Valencia entre el PP y Vox fuera un hecho (a falta de la ... firma), Santiago Abascal lo celebró aliviado: «Se ha impuesto la cordura». La tercera capital de España siempre es un cartucho vistoso en la canana. La política es una cosa de locos, o eso dicen, pero Abascal se cuidó de desvelar dónde estaba la enajenación en una negociación que se había alargado tanto que derivó en una convivencia casi insoportable. Madrid aterrizó en Valencia para tomar medidas, tutelar el proceso y demostrar que Vox es un partido de orden y ley. La presencia en las reuniones de Montse Lluis, la mano de Vox que mece la negociación de los pactos de gobierno, era la garantía de que la fumata blanca sería la única salida a un situación enquistada por una propuesta de máximos que se ha quedado en un acuerdo ajustado a la proporcionalidad electoral, condición innegociable para el PP. El guion se ha cumplido.
La liturgia de los pactos de gobierno impone dar cuenta del reparto con sonrisa profidén y obliga a esconder los arañazos propios de un acuerdo donde las claves están en la letra pequeña. El apretón de manos entre Catalá y Badenas -de blanco y negro como el encaje del yin y el yang- es la imagen de la ansiada estabilidad para un gobierno que en los últimos días se había quedado a la intemperie y que tuvo que buscar aliados entre la oposición para sacar adelante asuntos como el de Aumsa, que los socialistas vendieron como favor puntual, generoso y victorioso.
La noche electoral del 28 de mayo las cuentas invitaban a un pacto de gobierno -13 para el PP y 4 para Vox-, muy similar al que el líder de los populares valencianos, Carlos Mazón, allanó para cerrar el acuerdo autonómico con Vox. Al menos ese era el pronóstico hasta que Catalá apuntaló la teoría de gobernar en solitario y Vox, o Juanma Badenas, lució postiza dignidad por el que dirán y por bisoñez política. La verdad es que en junio comenzaron unas negociaciones en las que Vox dibujó un aro por el que ni el PP ni Catalá estaban dispuestos a pasar. Badenas redactó un escenario muy alejado del recuento electoral, donde la individualidad del candidato se situó por encima de la colectividad. En ese paisaje, el PP optó por aventurarse en solitario porque el acuerdo de gobierno no se iba a cerrar a cualquier precio. El peaje era demasiado alto.
Juanma Badenas se descolgó con rango de vicealcalde único a lo Sandra Gómez y dos tenencias de alcaldía para Vox. El portavoz pedía lucir con cargo de postín en un gobierno donde los equilibrios estaban muy alejados de las fuerzas del Rialto de Compromís y PSPV. Las aspiraciones de Badenas las descartó el PP por inasumibles. Además, Vox quería tres puestos en la junta de gobierno, una petición muy por encima de su representatividad. Al peso en el puesto de mando, desde la delegación valenciana de Vox se añadieron en esa negociación inicial áreas como Cultura y Acción Cultural, Educación, Servicios Sociales y Promoción Económica con la inclusión de departamentos como el de mercados. Además, y fuera de la organización, Vox puso sobre la mesa una serie de condiciones ideológicas relativas al cambio climático, la migración y las medidas LGTBI, entre otras cuestiones, que eran inasumibles e inadecuadas en la negociación de un pacto de gobierno. Un documento de base abocado al fracaso.
El verano pasó y la situación no cambió. Los cien días de gracia dieron paso a un gobierno al uso y en minoría donde negociar cada punto podría convertir la legislatura en una suplicio. En España, los acuerdos entre ambos partidos se han sucedido, por lo que no tenía sentido que en Valencia la situación fuera diferente. Tan sólo hubo que buscar el camino más corto aunque estuviera a más de 300 kilómetros. Era más fácil hablar con Madrid que con el despacho de al lado.
La base ideológica del acuerdo fue el primer descarte, porque Catalá no podía engrilletar su gobierno a las orillas por las que transita Vox en temas tan sensibles como la inmigración y los derechos de los homosexuales. Eliminar del discurso la terminología, incluido el cambio climático, era arrancar la legislatura con una carga ideológica que no comparte el electorado popular.
Además, hubo que rebajar las aspiraciones del portavoz de Vox, recién llegado a la política y con deseo de primera fila, para dejar el acuerdo en una segunda tenencia de alcaldía. Las áreas, las conocidas en función de la representatividad ganada en las urnas.
El pulso de Vox en Valencia estaba alimentado por perfiles que se mueven bien entre distintas aguas. Una situación a la que hubo que poner un torniquete para evitar que cada día llenara los titulares de prensa a golpe de filtración. Madrid tuvo que enviar a la negociadora de confianza de Santiago Abascal, para tutelar un pacto en el que las dos partes han cumplido el objetivo. El PP, el de la estabilidad para su gobierno, y Vox, el de ser consecuente con unos principios y unas decisiones que se toman desde la centralidad de un partido que tiene como franquicia a Santiago Abascal.
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