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Sonia tamborilea con los dedos sobre la mesa. Morena, ojos oscuros, la piel pálida de quien pasa horas en una oficina. Es una habitual tarde de jueves, con cientos de llamadas simultáneas. El terminal que tiene frente a ella parpadea. Respira hondo y descuelga, los ... cascos permanentemente pegados a sus orejas.
-Emergencias 112 Comunitat Valenciana, ¿en qué puedo ayudarle?
-Hola, mira, sí, te llamo de General Avilés, veo llamas encima de las palmeras.
Son las 17.33 horas del jueves 22 de febrero. Ni ella ni su interlocutora, una mujer que, hasta hace unos segundos, merendaba tranquilamente con su marido en casa, saben que protagonizan los primeros instantes de la mayor tragedia sufrida por la ciudad de Valencia desde el accidente del metro de 2006. Sonia no sabe que las preguntas de rigor (¿qué altura es?, ¿pero ve llamas o ve humo?, ¿sabe si vive alguien ahí?, ¿cuál es la dirección exacta?) darán el pistoletazo de salida a una de las tardes más complicadas de su vida a nivel profesional. Y eso es decir mucho, porque Sonia tiene más de una década de experiencia en la sala del 112 de la Comunitat Valenciana.
A las 17.34 horas, con un clic rápido, la información viaja hacia los bomberos de Valencia. Sonia escribe que es «posiblemente un cuarto piso», porque la mujer que llama explica: «Desde aquí veo que es un cuarto, pero sé que hay más pisos detrás de los árboles». Sonia la tranquiliza y cuelga. Es raro que las llamadas que llegan a l'Eliana, donde está la sede del 112, duren más de 175 segundos. En los próximos minutos, entran más que alertan de que ocurre algo muy grave en el edificio que hace esquina entre las avenidas General Avilés y Maestro Rodrigo. Los bomberos llegan al lugar y se ponen a trabajar. En la carta de servicio, que es donde todos los servicios de emergencia se coordinan, Sonia lee que no es un cuarto, sino un octavo, y lo comenta con un compañero: «Me habían dicho que era un cuarto, ¿te lo puedes creer?».
Esta es la crónica de una tarde de infarto. Es, también, la balada de un cuerpo especializado de agentes que no son de piedra. Días más tarde, Sonia circulará frente al edificio, ya convertido en un esqueleto gris y seco, y llorará toda la rotonda. «Estaba rezando para que no se pusiera el semáforo en rojo», desvela. Los operarios del 112 atendieron esa tarde 234 llamadas sobre el incidente. También otras 133 de ciudadanos anónimos que ofrecieron ayuda. «Me llamó un señor que decía que tenía grúas, que si las necesitábamos para algo», desvela Roberta, compañera de Sonia, ambos nombres figurados para proteger la identidad de las operarias.
Dentro de la vorágine, no supieron lo que pasaba hasta que un compañero volvió del descanso. «Es gordo», dijo. Luego, ellas lo comprobaron en la televisión. «Cuando estás trabajando estás centrada, pero es inevitable que pienses en lo que hay al otro lado del teléfono», cuentan. Muchas de las llamadas que entraron aquella tarde provenían de otros puntos de Valencia. Por toda la ciudad vecinos alertaban de un incendio muy cerca de ellos. «No era verdad. Era humo del de Campanar, que llegó a toda la ciudad», explica Roberta. «Llamaba gente del centro o de Benimaclet que decía que le caía ceniza encima y que tenía que haber un incendio en su edificio», añade Sara. La nube de humo engulló la ciudad, empujada por el poniente.
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A eso de las 19 horas, las llamadas de testigos o de afectados («hablamos con muchos familiares») empiezan a menguar. «Conforme la gente llegó a casa y se puso la tele, dejaron de llamar», cuentan las operarias. Entonces empezaron las llamadas de samaritanos que ofrecían ayuda. «Creamos otra carta de servicio, toda Valencia quería ayudar», indican. Mientras, pese al refuerzo de 10 telefonistas, la sala seguía atendiendo las emergencias en Vinarós o en Alicante.
Al terminar el turno, por el pasillo de salida iban en silencio. «La empresa nos ofrece ayuda psicológica, pero lo que mejor nos viene es salir a tomar algo con los compañeros. Ahí es donde nos ayudamos de verdad», explica Sara. Sólo el pueblo salva al pueblo. «Intentas no llevártelo a casa, pero a veces es imposible. Tienes que tener en cuenta que a veces hablas con alguien que la última voz que escucha es la tuya», añade Carlota, otra operaria del 112. Días después, la presión de la tarde cayó encima de los especialistas. «No tienes tiempo para darle muchas vueltas: al día siguiente tienes que volver», desliza Sonia, sus ojos anegados por las lágrimas. Hechas de otra pasta.
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