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Por difícil que resulte imaginarlo –pues no es la meseta su tierra– hubo un día que un elefante africano se paseó por el madrileño paseo de la Castellana de camino al Museo Nacional de Ciencias Naturales. Viajaba sobre un carro de madera que partió del Real Jardín Botánico. ¿Semejante ejemplar en Madrid? Sí, sí. Y tan exótica aventura sucedió por culpa de un valenciano. Era el resultado del trabajo de taxidermia realizado por Luis Benedito Vives (Valencia, 1887-Madrid 1955), hermano del pintor Benedito, a partir de un ejemplar cazado en 1913 por el Duque de Alba.
La pieza, nada desdeñable, todavía hoy se conserva como emblema del Museo Nacional de Ciencias Naturales gracias al experto hacer del valenciano que forma parte de la saga que ha dado a España, y parte del resto de Europa, los mejores creadores en este «arte», como define la taxidermia la autorizada voz de la RAE. Así es, que a lomos de ese elefante, recorremos hoy la historia de una familia de creadores que se abrió al mundo del arte, en varias facetas, desde el número 24 de la histórica y emblemática calle Corretgeria de Valencia.
La obra era, y es, magna. «Se utilizaron 77.000 alfileres» para colocar adecuadamente la gruesa piel del animal sobre la escultura de turba y escayola que previamente había realizado el valenciano. Lo cuenta hoy Carlos Benedito Ramos, descendiente de cuatro generaciones de taxidermistas que empezaron con José María Benedito Mendoza (Valencia, 1846-1899) en el corazón de la ciudad del Turia. Sus hijos Luis y José María Benedito Vives (Valencia, 1873-1951) –hermanos del pintor Manuel y del músico Rafael–, para pasar luego a José LuisBenedito López (Madrid 1931-1998) y a continuación a José Luis Benedito Bruñó (Madrid, 1959-2011). La Taxidermia Benedito sigue hoy en marcha en manos de la familia más de 160 años después de aquel principio.
Pero volvamos al hilo conductor de una historia que sitúa a Valencia en la diana. «El elefante cuando llegó pesaba 600 kilos». Los trabajos necesarios para la conservación con «agua y sales elevaron el peso a una tonelada», expone Carlos Benedito, quien relata, además, que el carro con el que el monumental bicho recorrió la Castellana «todavía se conserva y se muestra en el Museo Nacional de Ciencias Naturales».
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La dimensión del animal cuyo destino era el museo impedía realizar los trabajos en este espacio, de ahí que «se preparó en el Real Jardín Botánico» para su posterior traslado. El resultado del trabajo resultó insuperable, no en vano salió del estudio de Luis Benedito, que se había especializado en mamíferos, mientras su hermano José María lo hizo en aves. «Eran los mejores en España», lo cuenta su descendiente. Pero también lo dice Ana García, directora del Museo de Ciencias Naturales de la Universitat de València cuando habla de que fueron los que aportaron «la mejor colección» al Museo Nacional, así como a otras «instituciones de prestigio».
Las salas valencianas, con sede en el campus de Burjassot de la Universitat de València, atesoran piezas del iniciador de la saga, Benedito Mendoza, a quien Ana García no duda en considerar «creador de ese oficio» que lleva a que el museo de la UV «sea uno de los mejores sólo por detrás del Museo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid». Tal era la pericia y de tan elevado valor la técnica que utilizó aquel primer taxidermista Benedito al que siguieron con el mismo prestigio sus sucesores, que no se puede dejar de lado el servicio que prestaron a la ciencia. «Hace cien años no existía Internet», apunta Ana García.
Para estudiar la flora y la fauna era necesario contar con los ejemplares disecados. Y que nadie piense, conforme a la advertencia de esta especialista, que ese valor se ha perdido con el tiempo. Todo lo contrario: «Sigue siendo fundamental, incluso más ahora». Si bien es cierto que en el siglo de las tecnologías muchas cosas son posibles, también lo es que la taxidermia sigue siendo esencial, casi «más que entonces» para estudios en torno a temas de tanta actualidad como el cambio climático. Permite, como se desprende del relato de Ana García, conocer las razones de la extinción de especies y así incluso poder luchar contra ella.
Tras la parada en Valencia, el paseo regresa al trabajo sobre el paquidermo que para quedar preservado por el paso del tiempo, Luis Benedito Vives tuvo primero que construir «una estructura de madera y alambre» que reprodujera al animal, relata Carlos. Y luego vino la escultura «en escayola y turba». Un proceso que en realidad conjugaba el trabajo de «taxidermista y escultor».
Aun cuando el elefante es sin duda la pieza más llamativa, al menos por su tamaño, como señala el saber popular, no conviene consentir que un árbol, por maravilloso que sea, impida ver el bosque. Los Benedito dejaron una gran obra también en el paisaje de las aves, donde José María aportó la gran pericia que hoy permite contemplar «vitrinas de aves de gran valor. Fueron los primeros en destacar que la naturalización no consistía sólo en el burdo relleno de una piel de un animal», apunta el guía de este viaje. Ellos concedieron «importancia a los aspectos estéticos del trabajo de naturalización».
Luego llegaron Benedito López cuya impronta en el tratamiento de la piel de los animales se encuentra en el Museo de Caza de Riofrío. Y llegó también Benedito Bruñó. La técnica bautizada con el apellido de la saga permitió atravesar los años hasta conseguir una travesía de más de un siglo para Taxidermia Benedito. «Es la historia misma de la taxidermia en España. Su profesionalidad, sus conocimientos, sus técnicas y su arte fueron capaces de revolucionar el desarrollo de esta actividad, tan ligada a la naturaleza y la caza», destaca Carlos Benedito.
Más allá de las salas museísticas españolas –que incluyen también «el Museo de la Naturaleza de Cantabria»– la línea de trabajo inaugurada en la calle Corretgeria de la histórica Valencia ha puesto piezas «en salas expositivas de Londres, Lisboa y Estocolmo». Actualmente los sucesores siguen bajo los cánones más modernos del oficio. Así que ya saben, el elefante africano y otras especies de mamíferos, junto con las aves que un día vieron en esos museos están ahí gracias a una saga valenciana que lo consiguió.
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Doménico Chiappe | Madrid
Javier Bienzobas (Gráficos) y Bruno Parcero
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