![«No hay otro mercado como este en el mundo»](https://s3.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/2023/08/04/1469809941-Rzyfg5Nmu4RxOBbHUEItMTN-1200x840@Las%20Provincias.jpg)
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Pablo Alcaraz
Domingo, 6 de agosto 2023
La mañana en el Mercado Central tiene un ritmo atípico al del resto de la ciudad. A primera hora, la clientela más madrugadora lleva ya sus carros de la compra llenos de productos de vuelta a sus casas. Todavía es temprano y el cliente de ... toda la vida es el que más se deja ver por el interior del recinto; mientras tanto, la masa de turistas desayuna tranquilamente en los bares de alrededor. Numerosos camiones aparcados en las entradas flanquean el mercado y suministran a los casi mil establecimientos de su interior.
La belleza de esta construcción atrae con especial magnetismo a los turistas. Su parte favorita es la bóveda central. Muchos de estos repiten el mismo patrón al pasar por sus puertas y observar su interior: se suben las gafas de sol y sacan sus teléfonos móviles para tomar la primera de muchas fotografías. Una paloma solitaria que se cuela por la entrada principal obliga a un grupo de ellos a agacharse mientras vuela hasta posarse en las vigas arqueadas del techo.
Cerca de una de las entradas laterales está la verdulería de Javi, un puesto que lleva más de 50 años afincado en el Mercado Central. «Él está aquí desde que tenía 15 años y venía a ayudar a su padre», cuenta Reme, su mujer. Ambos han vivido la evolución que ha sufrido el mercado desde dentro. Los clientes que frecuentan de manera habitual su negocio son gente mayor de la ciudad «con costumbre de comprar en los mercados».
Teresa es una de las clientas habituales de este establecimiento: «Cuando me atienden en el mercado es como si fuéramos una familia». En este caso, nunca mejor dicho puesto que ella es la hermana de Reme. Esta vecina de Valencia ha venido desde siempre a comprar al mercado: «Toda la vida ha habido mucha gente, pero después de la pandemia se ha ido de las manos». Teresa cree que el corte de líneas de autobuses propiciado por las obras de remodelación del recinto y de la plaza Ciudad de Brujas del año pasado «han matado al mercado».
Javi también es agricultor y advierte de dos fenómenos preocupantes relacionados con el campo. El primero de ellos es que cada vez hay menos gente dedicada a la agricultura y la población ocupada que trabaja en el sector está muy envejecida. El segundo problema según este comerciante es que la Comunitat pierde cada vez más peso en detrimento de otras regiones como Andalucía: «Mucha fruta y verdura viene de Almería, si no fuese por sus invernaderos, nosotros no tendríamos productos en invierno». Desde el fondo del mismo corredor se escucha a un vendedor gritar «¡a euro, a euro!» mientras pasa un grupo de señoras que miran a ambos lados en búsqueda de la mejor oferta.
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Tras el mostrador cuelga un cartel de color naranja que indica que el local se traspasa. En este caso, no hay relevo generacional. Sin embargo, Javi señala con el índice hacia una carnicería de enfrente donde su sobrina mantiene a flote un negocio de tres generaciones de carniceros. La joven atiende a destajo a una larga cola que se agolpa frente a su escaparate.
Bajo el techo abovedado, empiezan a escucharse expresiones en distintas lenguas del mundo para manifestar su asombro por la maravilla arquitectónica que observan sobre sus cabezas. Con el transcurso de las horas próximas al mediodía, resulta cada vez más fácil saber quiénes son vecinos de la ciudad y quiénes no, entre los ríos de gente que inundan los pasillos. Los zumos de fruta granizados y los bocadillos de jamón ibérico causan furor entre los turistas que hacen equilibrios para coger los productos con sus manos mientras cargan con alguna maleta. Casi todos los establecimiento del mercado están operativos o de vacaciones, pero la zona más castigada por los cierres es la sección de pescadería. Allí está Toni, un pescadero de anguilas que ha viajado por muchos mercados europeos y que tiene el título de empresa centenaria acreditado por la Cámara de Comercio de Valencia. Este comerciante manifiesta no haber visto nunca ninguno comparable al Mercado Central de Valencia. «No hay ningún mercado como este en el mundo», afirma.
El último pasillo de la pescadería está desierto porque todas sus paradas han echado el cierre definitivo. Un paisaje recurrente en muchos de los mercados municipales. Toni explica que esta circunstancia se agrava en verano porque la demanda de pescado cae y, con ella, también las ventas.
Los efectos de la crisis de los comercios de proximidad se camufla mejor en el Mercado Central gracias al gran volumen de negocio que tiene los puestos con productos dedicados a los turistas extranjeros. Esto genera un desequilibrio entre quienes no viven del turismo como es el caso de Toni. Los bares o las tiendas de souvenirs son cada vez más rentables y van ganándole terreno poco a poco a los puestos tradicionales de productos frescos. El pescadero opina que la clave de su éxito es que hay menos negocios de este tipo. «Si todos nos dedicásemos a vender lo mismo, el producto dejaría de ser rentable», apunta el vendedor de anguilas.
Estas dos vías de modelo de negocio chocan en muchas ocasiones y cada tipo de comercio defiende sus intereses particulares. Algunos deciden combatir las fotos de sus escaparates con carteles escritos en varios idiomas en los que se prohíbe fotografiar los productos ofertados. En cambio, sí existen recursos compartidos dentro del Mercado Central como por ejemplo el personal de seguridad, los carros de la compra al estilo supermercado o servicio de limpieza.
El sistema de aire acondicionado no funciona correctamente, pese a los esfuerzos de dos grandes ventiladores. El calor aprieta, pero ni eso parece detener el gran trasiego de personas.
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