Julián García comienza su jornada de buena mañana. Una de las ancianas que vivía en la finca calcinada de Campanar le ha pedido que le acompañe a hacer unos recados. Él no se lo ha pensado dos veces. Ha madrugado y ha ido a recoger ... a la mujer para ayudarla con sus gestiones. Después de dejarla en casa, se ha dirigido hacia el Hospital General de Valencia, donde ahora trabaja como conserje. Apenas un mes y medio después de un incendio que perdurará para siempre en la historia de la ciudad, el hombre ha regresado a la vida laboral.
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«Si me quedara en casa sin hacer nada pensando en todo lo que nos ha pasado me cogería una depresión», asegura Julián. Es de esas personas que te hablan mirándote directamente a los ojos. Que cuando te preguntan «¿cómo estás?'» no lo hacen por educación, si no por preocupación.
Dos meses después de que pasara la tragedia ha comenzado a poder conciliar el sueño. «Al principio no pegaba ojo», confiesa el hombre. Fue el portero de la finca de Maestro Rodrigo durante 15 años. Conocía a cada uno de los residentes. A muchos los vio nacer. Como a la bebé que falleció junto con sus padres y su hermano. No se olvida de la fecha de su cumpleaños. «Nació un 14 de febrero». Y su sonrisa se nubla y frunce el ceño al recordar a la pequeña que perdió la vida en el incendio.
«Cuando llegó a la finca le regalé un juego de jaboncitos. Todo el mundo suele regalar ropa a los recién nacidos, por eso me gusta hacerles algo más especial», cuenta el que fue el portero de la finca que sucumbió entre las llamas. Julián era mucho más que un portero. «Siempre me han hecho sentir que era uno más», dice. Y no miente.
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Con orgullo saca su móvil nuevo. Se lo han regalado los vecinos de la finca. Reproduce un audio de una de las residentes. «Julián, si la finca se rehabilita claro que queremos que vuelvas con nosotros».
Todavía recoge el correo de algunos antiguos inquilinos. «Me hacen sacar la documentación y mandarles fotografías, confían mucho en mí», confiesa el hombre. Durante los 15 años que trabajó como portero, tenía copia de las llaves de todas las viviendas. Él era el que abría si tenía que ir algún técnico y no había nadie en la casa, saneaba la piscina, arreglaba las instalaciones...
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Aunque lo que hizo que Julián fuera tan querido fue su trato humano. «No podría estar todo el día de cara a una pared», cuenta el hombre. Cuando llegó a trabajar al Hospital General él no conocía a nadie, pero todos sabían quién era.
Entre la tragedia y el llanto su historia también se hizo viral como el hombre que arriesgó su vida para avisar a los vecinos a que salieran de sus viviendas. Le han concedido multitud de reconocimientos. «En ese momento no pensé, simplemente corrí para decirles a todos que salieran», recuerda. Mientras las placas de la fachada se desprendían a unos centímetros de él, llegó a temer por su vida. Pero fue fiel a su instinto y a su naturaleza altruista.
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Julián tiene que volver a su nuevo trabajo. Bebe rápidamente de su poleo. Y tras recordar aquella pesadilla, vuelve a enfundarse en su sonrisa.
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