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Disfrutar del parque Gulliver, que desde el viernes luce nueva piel tras dos años cerrado al público, requiere de previsión y paciencia. De mucha paciencia. La explicación está en el cartel que sujeta la cinta que cierra el paso a los usuarios, ... que ha permanecido colgado prácticamente durante todo el puente festivo ante la altísima afluencia de público, espoleada por las ganas de ver el resultado de la reforma y el buen tiempo. «Aforo completo», dice. Y es que sólo se permite la entrada simultánea de 500 personas, una medida que como explican desde la Concejalía de Parques y Jardines busca evitar aglomeraciones en las instalaciones y garantizar la seguridad.
La consecuencia es que provoca colas que los más antiguos del lugar, los que sintieron la abrasión de los toboganes siendo niños y han llevado a sus hijos antes de la reforma, no recuerdan. Como Rubén Pérez, vecino de Torrent, que sale de las instalaciones pasadas las cinco de la tarde y define la medida «como un poco rollo». «Nosotros hemos estado esperando casi una hora, la fila llegaba más allá del puente y hacía zig-zag», ilustra, refiriéndose al paso del Ángel Custodio. Pero ha valido la pena. El chaval se lo ha pasado de maravilla.
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En cuanto a la valoración de lo que se ha encontrado, es positiva. «Aunque sea un poco más de lo mismo está recién pintado, se han renovado las cuerdas y se ven más barandillas», describe. Con la reforma se ha aprovechado también para habilitar dos rampas de acceso, crear caminos de caucho o un graderío como zona de esparcimiento. Además se han restaurado los bancos y se ha renovado el vallado exterior para poder ver el parque desde fuera.
«No es cosa de este martes, las colas se han formado desde el sábado», corrobora el hombre que, sentado en la mesa de picnic más próxima a la entrada, aprovecha el tirón del Gulliver para vender algún juguete y algodón de azúcar. También recurre a la referencia del puente, mientras que uno de los trabajadores encargados del control de accesos llega a concretar algo más. «Por la mañana incluso se llegaba a las palmeras», refiriéndose a los ejemplares situados un poco más lejos. Dándola por válida, implica una distancia de unos 70 metros.
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«A los niños les ha encantado, y también a los mayores», explica con una carcajada Elodie Viñas, vecina de Valencia que ha disfrutado del parque, acompañada de otras dos familias, por partida doble. Ya que habían quedado para comer en el viejo cauce entraron tanto por la mañana -también calcula que esperaron una hora- como por la tarde, aprovechando que la cola menguó a partir de las cuatro.
Por su parte Inés, vecina de Torrent que acudió el lunes con sus dos hijos pequeños -9 y 5 años-, llegó a primera hora de la mañana, sobre las diez y media. Una hora después ya había que esperar. En cualquier caso la restricción del aforo le parece «acertada», porque así los chiquillos pueden «disfrutar sin agobios» de las instalaciones.
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