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Pablo Alcaraz
Viernes, 25 de agosto 2023, 23:42
Los termómetros coquetean con los 40 grados en la enésima ola de calor que azota Valencia durante este verano. La segunda quincena de agosto hace ... mella y paraliza la ciudad a causa de las vacaciones de muchos valencianos. Sin embargo, la falta de actividad se ceba con algunas de las pedanías menos pobladas. Estas localidades experimentan un periodo de hibernación en el que sus calles y plazas se convierten en un desierto. Los pocos vecinos que resisten en las horas más bajas de sus pedanías optan por refugiarse del calor encerrándose a cal y canto en sus casas. Algo que acrecienta la sensación de vacío.
La avenida principal de La Punta está engalanada con senyeras de plástico que cuelgan desde las fachadas de uno y otro lado de la acera. Se acercan los días de fiesta grande, pero no hay ni un alma por la calle. «Durante los festejos vienen hijos y nietos de gente de aquí, pero ellos no residen en la pedanía», explica Pepe 'El Fadrí', un vecino de toda la vida que afirma que, a sus 70 años, es «el más joven de los de siempre». El detonante del declive de la pedanía fue la construcción de las vías del tren y se agravó con el cierre de muchas de las empresas afincadas en la población. Entre todos los núcleos de esta pedanía tan fragmentada aguantan en verano alrededor de un centenar de personas. A pesar de la situación actual, las viviendas presentan la peculiaridad de estar muy cotizadas: «Alguna se ha vendido por 350.000 euros aunque necesitase una reforma», cuenta el residente. Un autobús de la línea 23 de la EMT circula por la recta con una sola persona a bordo. La mujer no se ha subido en las paradas de La Punta. Pepe confiesa que volverá a su piso de Nazaret cuando los obreros terminen unas reformas pendientes: «Esto es muy tranquilo, pero no soy un enamorado de pedanía».
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En Poblats del Nord, el panorama sigue el mismo derrotero: mucho tráfico y ningún peatón a la vista. El horno de Concha y Paco ubicado en Casas de Bárcena siempre ha sido una zona de paso de coches. El establecimiento despedía a los viajeros que se iban de Valencia y daba la bienvenida a los llegados de Barcelona gracias a estar en la cuneta de la antigua carretera que conectaba la capital del Turia con la ciudad condal. Desde que la pareja se jubiló, la tienda que abastecía a todos los restaurantes de la comarca y que tenía conquistada a Rita Barberá por sus dulces echó el cierre. Ninguno de sus cuatro hijos cogió el relevo. Todos los comercios de la pedanía se vieron obligados a bajar la persiana por la falta de ingresos. «El núcleo urbano está difuminado a lo largo de la carretera, eso perjudica a los negocios», comenta Paco con la convicción de haberlo vivido en sus carnes. Concha remarca que el único servicio público que tienen es la línea 16 de autobus que ha servido «para que muchos valencianos sepan dónde está Casas de Bárcena». El matrimonio afirma que los vecinos continúan la lucha para que el Ayuntamiento habilite un consultorio médico, aunque sea tan solo un día a la semana y el personal rote por todas las localidades vecinas.
Un grupo de vecinos de Benifaraig se resguarda del calor en la terraza de un bar tras haber laborado en el campo durante toda la mañana. El hecho de tener la única escuela infantil de las poblaciones de alrededor hace que la localidad retenga mejor a la gente más joven y todavía se mantengan algunos comercios de proximidad, un ambulatorio y una sucursal bancaria. La única exigencia de los residentes es que se derribe un muro que se construyó adrede para insonorizar la población del ruido del tráfico proveniente de la autovía. Los efectos no han sido los esperados puesto que el muro no solo obstruye el sonido, sino también el paso de la brisa que refresca sus calles. Los vecinos relatan este problema con cara de pensar que, a veces, el remedio es peor que la enfermedad.
Dos padres y tres de sus hijas esperan a que el bochorno del mediodía afloje a la sombra de la parroquia de Carpesa. Uno de ellos recalca el grave problema de circulación vial que sufre la pedanía: «Hacen falta más plazas de aparcamiento, cambiar el cruce de la entrada por una rotonda y dejar de ser la única pedanía de Valencia que no tiene ningún semáforo». Además, la parada de la EMT que estaba en el centro de la localidad ha sido desplazada a las afueras con la consecuente dificultad de acceso para la gente mayor. De hecho, este colectivo es el que más riesgo tiene en caso de requerir atención médica durante sus vacaciones porque no hay sanitarios en la zona.
El otro segmento de la población más perjudicado por la falta de inversiones en Carpesa son los más pequeños. Uno de los padres denuncia que los recintos infantiles requieren de una fuente que ayude a los niños a refrescarse mientras juegan en el parque. Una de las niñas mueve un banco pertenecientes al mobiliario urbano de la plaza que se encuentra deteriorado «desde hace por lo menos cuatro años», afirma su padre. «Al final pagamos lo mismo y tenemos menos y peores servicios que los que residen en la ciudad», lamentan ambos vecinos.
Poble Nou ejemplifica a la perfección la fotografía de lo que ocurre con estas pedanías menos pobladas cada mes de agosto. A las 14 de la tarde, justo en el punto más alto del sol, nadie camina por sus calles y los vehículos que circulan pasan a cuenta gotas. Una pareja que limpia su balcón a manguerazos es la única muestra de actividad humana.
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