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Panadero en Colombia, John Alexander Castro se transforma cada día en simio salvaje en Valencia. Iván Arlandis
Cómo ser peluche gigante a 40 grados

Cómo ser peluche gigante a 40 grados

Bajo los osos de la plaza de la Reina, de Pikachu o de King Kong hay inmigrantes como Damián, Isaac o John Alexandrer. Soportan «hasta cuatro grados más que fuera» por ganancias de 800 euros al mes. «Hay que vivir, y más vale ser un oso al sol que acabar en la guerrilla colombiana», sentencia uno de los animadores disfrazados

J. A. Marrahí

Domingo, 13 de agosto 2023, 20:00

Ser peluche gigante en Valencia no es fácil. Y más cuando toca ponerse la funda peluda en plena ola de calor y en jornadas como la de este jueves en Valencia, en la que el termómetro escala a más de 40 grados y el sol cae a plomo.

Son esos los días en los que los osos gigantes de la plaza de la Virgen, Pikachu, el Transformer o King Kong se encomiendan al cielo, a la botella de agua helada que llevan en su mochila o a la mínima sombra que les pueda aliviar bajo su disfraz.

Es el sino de inmigrantes colombianos como Damián (osa rosa), Isaac Martínez (oso a mitad camino entre Yogui y Winnie The Pooh) o John Alexander (King o Kong o gorila brutal en la plaza del Ayuntamiento). Subsisten del niño que escapa de la mano de sus padres al verles para abrazarlos, de esas colegas italianas que buscan el 'selfie' simpaticón y hasta de algún americano con gorra, ya entradito en años, que deja céntimos o eurillo en el bote del peluchón a cambio de un choque de manos a lo NBA.

«¡Madre mía! Con el calor que hace se va a asar», se espanta una mujer al ver a Damián prepararse para su jornada en la plaza de la Reina. Tiene 23 años, llegó desde Colombia y es Licenciado en Administración y Negocios Internacionales. «Vine en julio. Estoy intentando sacarme papeles y un amigo me aconsejó este trabajo».

De momento, las cuentas cuadran: el alquiler del disfraz de osa rosa le cuesta 10 euros al día «y en una jornada buena me puedo sacar 30», detalla. Suficiente para comer y pagar una habitación de alquiler. Sueña con ser médico, pero de momento toca vivir de la piel que saca de un carro de la compra en el tórrido mediodía en la plaza de la Reina.

Damián estima en «unos dos litros y medio» la cantidad de agua muy fresca que bebe cada jornada o se echa por encima para subsistir o refrescarse dentro de su segunda piel. «Hidratarse es fundamental para poder soportarlo», asegura.

-Déjame probarlo, quiero saber cómo es desde dentro para contarlo mejor- le suplico. «No, hermano. Tengo que ponerme ya a trabajar. Cada minuto cuenta».

Aire, que no frío

Eso sí, nos revela algunos secretos del plantígrado en que se ha convertido. Para empezar, no todo es pelo y masa de relleno. Si fuera así los hombres-oso o Pikachu caerían desplomados sobre los niños por lipotimias a los pocos minutos y nada tendría sentido.

El peluche gigante es hinchable gracias a un pequeño ventilador que se adivina en su nalga izquierda. El usuario del falso pellejo se lo enfunda y lo cierra herméticamente desde dentro. Con una batería, activa este sistema que llena el interior de aire y da al oso apariencia de bien nutrido. Pasa, en segundos, de fofo absoluto a globo de pelos con alma humana.

El colombiano Isaac Martínez, un oso que alegra en la plaza de la Reina. Iván Arlandis

Pero cuidado: aire no significa frescor. Hincharse no es refrigerarse. «No, no. Hace mucho calor. Como tres o cuatro grados más que fuera», matiza Isaac Martínez desde el interior de un oso pardo a pocos metros. Él, chef de cocina, tiene 35 años. «Huí de Colombia por miedo a las guerrillas, que me acosaban para entrar». Como reflexiona, «más vale ser oso al sol que acabar en ese mundo peligroso de mi país».

Isaac se compró el disfraz por 800 euros y lo rentabiliza con pesadas jornadas de 10 a 13, descanso para comer y cargar la batería, y vuelta a la plaza de 16 a 20 horas. Gasta 45 euros cada cinco días en «una buena lavada del oso por fuera y por dentro».

Se saca «entre 700 y 800 euros al mes» con su faena y esta semana ha tenido un mal percance: «Alguien se aprovechó de que no se ve muy bien desde dentro y me robó el patín que había dejado a pocos metros». Isaac no sale de su disfraz en toda la conversación y el oso con el que dialogo tampoco me presta su peluda dermis para probarla y hacerme una idea.

Probando a King Kong

Mientras, King Kong está a punto de empezar a trabajar en la plaza del Ayuntamiento. Se llama John Alexander Castro y tiene 42 años, también de Colombia. «Soy panadero y me vine a Valencia hace dos meses en busca de una nueva vida. Sin papeles aún, esta es la única opción que vi para salir adelante», describe.

Su traje es prestado y, quizá por ello, también me lo presta un rato para intentar empatizar con su labor en el infernal verano.

Piso las pesadas suelas del disfraz e intento torpemente meterme en la piel del gorila. Introduzco los brazos por donde no toca y se me caen las gafas. Sin la ayuda de John Alexander hubiera sido imposible. Un chaleco con ganchos amarra mi torso a mi álter ego simio, que empieza a hincharse.

El aire es tórrido y desde dentro uno no sabe si está en un gorila, un oso o una bolsa de basura gigante. La visión es lamentable: un pequeño plástico transparente oscurecido en el pecho de King Kong es ya mi único nexo con el mundo. Y todavía acalora más la necesaria acción de agitar los inflados brazos, pues no es cuestión de aburrir a los niños con un monstruo estático y sin chispa. Confirmado: ser peluche en Valencia no es fácil.

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