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Lola Soriano Pons
Valencia
Martes, 23 de abril 2024
Los restaurantes de la playa de la Malvarrosa, al igual que los ubicados en el paseo Neptuno, son un referente histórico, forman parte de la memoria de los valencianos que se acercan a primera línea de playa en busca de una magníficia gastronomía, unas vistas ... inmejorables y la buena brisa del mar, pero además, son un elemento cultural a preservar que ha ido mudando de piel, o más bien de construcción, pero siempre dejando un buen sabor de boca.
Ahora los hosteleros de la Malvarrosa se preparan para derribar las edificaciones de tono azul y tejados abovedados por otros más modernos, acordes al siglo XXI, sostenibles y con más protagonismo del cristal, para una mejor visión del mar y para que la luz mediterránea que hechizó a Sorolla conquiste también a los comensales.
Todavía hay nostálgicos que recuerdan los primeros merenderos que se montaban a pie de playa, porque el paseo marítimo de Valencia no se creó hasta 1994. Eso sí, aunque hayan ido cambiado de piel, en muchos de los casos lo que sí ha continuado es el relevo generacional, porque hay terceras y hasta cuartas generaciones cocinando como siempre las paellas.
Ginés Navarro, por ejemplo, de La Murciana, explica que es el «más antiguo de la Malvarrosa. Empezó mi abuela Concepción Méndez, le siguió mi madre y ahora estamos nosotros y mi hijo, la cuarta generación».
En La Alegría de la Huerta, José Miralles, presidente del colectivo de hosteleros, detalla que en su caso, «empezó un primo gestionando el negocio, luego mi padre, Pepe Miralles, cogió las riendas, junto con mi madre, y ahora lo continuamos mi hermana M.ª Ángeles y yo».
Cuando el edificio era un merendero y estaban instalados en la arena, Miralles recuerda que la temporada empezaba el 15 de mayo y seguía hasta el 15 de septiembre. Entonces, los merenderos eran una construcción temporal de chapa y madera «y cada año costaba dos semanas montarlo. De hecho, teníamos los tablones numerados y con la marca de los vértices para montarlos igual al año siguiente. En nuestro caso, a mi padre le guardaban toda la estructura en la antigua fábrica de El Águila, que estaba en el Cabanyal, y cuando llegaba la temporada, venía un camión con las piezas y lo montábamos».
Vicente Gonzalo, del restaurante Luz de Luna, recuerda que cuando tenían el merendero «se llamaba El Manchego'. Lo gestionaban sus padres, Pedro Gonzalo y Vicenta Almodóvar. Durante el año guardaban la construcción en una barraca de antiguos pescadores de la Patacona, junto a la antigua fábrica papelera. Y en el caso de Ginés Navarro, se almacenó primero en la calle Pescadores (en el Cabanyal), luego en la entonces calle Pavía y hasta en un antiguo lavadero de la Malvarrosa.
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Eran otras épocas, y en los merenderos el suelo era la propia arena. «La gente comía en los merenderos y tocaban con los pies la arena. Mucha gente aún me lo recuerda con nostalgía», indica Miralles. Vicente Gonzalo añade que en realidad «todo el suelo era arena, tanto en la cocina, como en los baños y el comedor, En verano teníamos hasta la habitación dentro del merendero. Dormíamos en literas y era un reto meterte en la cama sin arena».
En la última parte de la década de los 80 y principios de los 90 ya se permitió poner en los merenderos una solera de cemento, que se iba reparando cada año.
Los últimos años de estas construcciones temporales fueron entre 1992 y 1993 y en diciembre de 1994 ya se inauguraron los restaurantes de tono azul que todavía se pueden ver en el paseo marítimo de la Malvarrosa.
Como recuerda Miralles, el diseño «fue del arquitecto valenciano Escartí». Tanto Miralles como Ginés Navarro recuerdan que siendo familias humildes, tuvieron que hacer frente al coste de las nuevas edificaciones. En la mayoría de los casos costaron 35 millones de pesetas y, en algunos casos, hasta cincuenta. «Se han financiado en unos 20 años y tuvimos ayudas de instituciones como la Cámara de Comercio y la Generalitat», añade Miralles.
La llegada de los restaurantes de tono azul coincidió con la renovación de la concesión. «Antes, cuando estábamos en los merenderos las concesiones comenzaron a hacerse año a año, después cada dos y cada tres y cuando pasamos a los restaurantes del paseo, se logró la concesión a 20 años más cinco de prórroga».
Esta concesión terminó a finales de 2015 y desde febrero de 2016 tienen una nueva de 30 años, si bien ahora ya han pasado casi diez.
Precisamente una vez cumplidos los 30 años de los edificios actuales, tienen ahora el reto de volver a mudar de piel y crear unos restaurantes del siglo XXI. «Queremos adaptarnos y ofrecer al pueblo valenciano y a los visitantes unos locales acordes al siglo XXI, con más protagonismo del cristal, para ganar vistas, material sostenible también como la madera y unas cocinas adaptadas a las necesidades actuales», indica Miralles.
De hecho, los edificios, diseño dl arquitecto Jorge Quedada, se están fabricando en una empresa, ya que son construcciones modulares. «Una construcción tradicional nos hubiera obligado a estar cerrados un mínimo de 12 o 13 meses y, con la obra modular, lleva tres meses, así no se pierde tanto tiempo facturación y no dejamos de dar servicio a los clientes».
Precisa de un proceso de cinco meses de construcción en el taller, algo que ya se fue adelantando, y de dos meses de montaje. La idea es derribar los seis primeros restaurantes actuales cuando pase el puente de octubre y hasta diciembre y tener listos los seis primeros para Fallas de 2025. La segunda fase, de derribos vendría tras el verano de 2025 y la idea es que todo estuviera terminado para las Navidades de 2025.
Una de las novedades incluidas en las nuevas modificaciones aprobadas es que, a partir de ahora, los restaurantes podrán utilizar la primera planta de los edificios como restaurante. Esto se traduce en que si hasta ahora dan servicio a unos 150 comensales, con la habilitación de la primera planta, llegarán a unos 200.
En la citada terraza superior, se contará con 144 metros cuadrados cubiertos y cerrados con acristalamiento de suelo a techo en un 70% de su cerramiento, y los 85 metros cuadrados restantes será una terraza descubierta.
Y cabe destacar que en estos edificios modulares se van a personalizar las cocinas, en función de las necesidades de cada local. Algunos, como Miralles de La Alegría de la Huerta, confiesan que la idea que llevan es pasar de nueve paelleros a unos doce. Ginés Navarro, añade que en su caso, ahora tiene cinco paelleros «y pondré nueve o diez y quiero innovar e incluir hornos inteligentes para cocinar a baja temperatura».
La inversión correrá a cargo de los hosteleros y rondará entre los 600.000 y 900.000 euros.
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