![Aspecto actual de las pistas de equitación, este viernes.](https://s2.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/2024/07/27/Imagen%20(193198858)_20240726185231-U200486708303yFI-RjgIHHtckCwc8x8zmwqYVUL-1200x840@Las%20Provincias.jpg)
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El óxido es capaz de contar historias. En las barandillas de las gradas sobre la zona de equitación, explica que hubo tiempos en que la gente vivía con emoción las competiciones de saltos, los brazos sudorosos apoyados en las barras de metal. En la zona ... de la piscina, cuenta relatos de días al sol, de dos generaciones de valencianos de la zona más noble de la ciudad que tenían el chapuzón más cercano en la piscina de La Hípica. El complejo deportivo, que ha vivido mejores días, se agosta al menos de forma física, porque a nivel espiritual, sigue tan vivo como cuando se inauguró hace la friolera de 64 años.
En la calle Jaca, los gritos de alegría de los niños llenan la mañana. Vuelan a cielo abierto, sobre el ruido de los coches. Es el sonido del verano, el rumor de los días eternos. Los chapoteos parecen fuera de lugar, porque estamos en pleno corazón del barrio de Trinidad, entre las calles Pintor Genaro Lahuerta, Molinell y Jaca. Ahí, rodeada de un muro tan impenetrable como carcomido por el tiempo, y presidida por enormes palmeras que han vivido mejores tiempos, se encuentra la Hípica.
Como las palmeras, todo en el complejo está lejos de sus mejores días. Es evidente que el tiempo no pasa en balde ni siquiera para las instalaciones que fueron epicentro del barrio durante varias décadas. Aun hoy, en esta abrasadora mañana de julio, la Hípica está llena. Cuatro caballos pasean lentamente en un redil circular, donde el movimiento de uno obliga a moverse a los otros tres, mientras las pistas, a su lado, parecen tierra removida. Los obstáculos, desmontados, dan sensación de abandono. Pero bajo el porche del chalet central se acumulan varias familias que se protegen del sol. «No sé qué vamos a hacer cuando cierren esto, los niños disfrutan mucho con los cursos de verano», explica una mujer, orgullosa abuela. Están esperando a que abra el teatro, donde los pequeños ofrecen una representación. Es una de las actividades veraniegas que se repiten año tras año.
Las pistas de tenis están llenas. A lo lejos, unos chavales le pegan patadas a un balón. Hay muchos menores en la Hípica, lejos de las pantallas. Parece una estampa de otro mundo. Uno de los monitores, que no quiere dar su nombre, explica que los trabajadores se han buscado opciones: «Todos tenemos ya trabajo, sabemos desde hace meses que cerramos». De hecho, los niños de los clubes de verano habían ido a casa contando que el año que viene no tendrían teatro, pero muchos padres no se lo habían creído. Este diario intentó ayer hablar con los gestores del centro pero fue imposible.
«Están todos los grupos llenos, pero escríbenos al correo a ver qué se puede hacer», dice la trabajadora de recepción a una madre que acude a pedir información sobre los cursos de verano en la piscina. La demanda existe, está ahí. Ahora, los usuarios de la piscina de la Hípica y del resto de instalaciones tendrán que pasar mucho tiempo, entre uno y dos años según el Consistorio, sin poder pisar su polideportivo favorito. Porque eso es la Hípica, no nos engañemos: no es un club privado, ni un lugar caro sólo válido para los más privilegiados (la piscina cuesta cinco euros). La Hípica ya es un polideportivo. Viejo, sí, pero todavía funcional.
Y es viejo porque tiene 60 años. Porque Javier Selva de Ynza saltacaba acequias en los años 50, a finales, cuando acudía con su padre, siendo un retaco, a ver las obras. Para Selva de Ynza, y para muchos vecinos de la zona, la Hípica es lo más parecido a tener un pueblo. En esa Valencia desaparecida, era normal decir «nos vemos en la Hípica». Allá que iban los chavales del barrio, rodillas en carne viva, la cabeza llena de caballos y noches al fresco, a pasar los días de verano. Y los fines de semana. Y Pascua. Y Fallas. «Yo tenía cinco o seis años cuando iba de la mano de mi padre, saltando acequias. Nos pasábamos el día en la Hípica, era un club familiar. Nos conocíamos todos. Nunca había problemas», explica Selva de Ynza, de ahora 70 años. «Todos mis amigos de la época siguen siendo mis amigos ahora. Cada vez que te encuentras con alguien recuerdas lo que hiciste allí», rememora. Se acuerda de los concursos «de saltos de caballos por la noche. Luego había la verbenas de la Hípica, con orquestas, grupos de música... Era el punto de encuentro para todo el barrio. Estamos muy tristes». Selva de Ynza se acuerda, sobre todo, de José Jordá, profesor de Equitación.« Era un extraordinario jinete. Él nos inculcó la pasión por los caballos y gracias a él hemos sido hípicos», comenta.
Bien lo sabe Selva de Ynza, que fue subcampeón de España de juveniles, 9º en el campeonato de España absoluto y ganador de grandes premios. La Hípica ha albergado, a lo largo de su historia, no pocos certámenes de salto. Por las cuadras del centro de Valencia, que cerrará porque no puede seguir siendo núcleo zoológico, han pasado jinetes y amazonas ilustres, como Elena de Borbón, entonces infanta; los hermanos Martinez de Vallejo, Eduardo Amorós, José Miguel Rosillo o Juan Antonio De Wit.
El Ayuntamiento de Valencia no pondrá pegas si el proyecto que le presenten las empresa interesadas en la reconstrucción de la Hípica pasa por derribar todo el complejo y levantar uno nuevo. La concejalía de Deportes no tiene líneas rojas: todo está encima de la mesa. La única obligatoriedad que habrá de asumir la empresa ganadora del concurso que el Consistorio pretende sacar a licitación tras el verano es la eliminación de toda la zona de equitación, dado que es ilegal con las nuevas leyes respecto de los núcleos zoológicos en cascos urbanos.
Ahora mismo, además de las cuadras y las instalaciones para los caballos, la Hípica cuenta con pistas de tenis y de fútbol. Bueno, en realidad tiene una pista de tenis reconvertida a pista de fútbol. El estado de conservación es mejorable (los trabajadores son más duros en su juicio: «Esto está que se cae»), pero las pistas todavía están funcionales.
El Consistorio ya dispone de un proyecto presentado por una empresa. Fuentes municipales no han querido hacer público el nombre de la mercantil. Ahora mismo lo gestiona Fila Cero, vinculada a la familia Peris, con la que este diario intentó ponerse en contacto ayer sin éxito. La idea del Ayuntamiento es sacar el concurso a licitación pública tras el verano, después del cierre, cuando reciba las llaves y pueda ver en qué estado se encuentra la Hípica por dentro. La contrata actual finalizó el pasado mes de marzo tras 25 años: fue concedida en 1999.
Esta ausencia de líneas rojas contrasta con lo que ha pasado en otros concursos abiertos, como pasó en la plaza del Ayuntamiento. Aunque dependió en su momento del anterior equipo de gobierno, las líneas rojas fueron consensuadas (si bien no con la oposición, sí con el sentir popular): la fuente era inamovible y el centro de la plaza tenía que quedar diáfano para poder disparar en ella las mascletaes del ciclo fallero. Eran aspectos irrenunciables. Sin embargo, nada de esto pasa en la Hípica, donde el Consistorio está abierto a todo. El centro, que tiene 60 años, no goza de ninguna protección patrimonial, según fuentes municipales, por lo que nada evita su derribo. Cuestión distinta es si los nuevos adjudicatarios, y encargados de la reforma, consideran necesario o recomendable mantener, por ejemplo, el chalet central o las pistas de tenis.
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