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F. RICÓS
Domingo, 23 de agosto 2020, 00:02
Encenderse un pitillo en la calle, aunque sea tras tomar un café, sale caro si te ve la policía. Entre 60 y 600 euros de sanción. El coronavirus tiene la culpa. Quizá por eso empieza a costar ver a muchas personas fumando en la calle. Mary, una británica sesentona de paso por Valencia, estaba sentada ayer en una terraza de la calle Ribera, en el centro de Valencia. Era casi el mediodía y el sol empezaba a apretar. Llevaba un sombrerito de plástico que simulaba ser de paja. Acabó su cerveza y fumó un cigarrillo. Estaba a más de dos metros de la siguiente mesa ocupada. «No sabía que no se podía fumar en la calle», dijo. «¿Dos metros? ¿Y las personas que pasan por mi lado no se tienen que apartar?», se preguntó con un castellano bastante correcto. No se acercó ningún policía mientras la mujer se deleitaba con su humo, y con la mascarilla guardada seguramente en el bolso. En toda la calle no se veía fumando a nadie más.
En Alicante, agentes de la Policía Local han denunciado durante la noche del viernes al sábado a 25 personas por fumar sin mantener la distancia de seguridad obligatoria y a 29 por no llevar mascarilla. Esta es una prohibición que ahoga, aunque necesaria. Porque el objetivo es frenar el coronavirus.
En mitad de Colón un hombre, también entrado en años, descansaba en un banquito de piedra con un cigarro entre los dedos mientras jóvenes se dirigían a las distintas tiendas de moda.
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Precisamente las tiendas de Colón tienen casi todas puesto un cartel en la puerta de acceso, bastante visible, en el que se advierte de la reducción del aforo del local. Aunque, la verdad, las tiendas no estaban precisamente llenas, a pesar de que los carteles de rebajas trataban de llamar la atención. Esta es una disposición que no ahoga. Lo que ahoga es no vender.
En los grandes almacenes situados en esta céntrica vía, que ayer no sufría los habituales problemas de embotellamiento con una Valencia medio vacía, los carteles de limitación de aforo también se dejan ver en cada uno de sus accesos. El aforo de las terrazas, en general, se ve a simple vista que se cumple. Los clientes están más anchos entre mesa y mesa de lo que era habitual antes de la pandemia. Tampoco estaban las terrazas del centro a rebosar.
Lo que sí estaba a repleto ayer era el frente litoral norte de Valencia. Desde la Marina hasta la Patacona se veía un mar de sombrillas. Los bañistas más cercanos a la zona de la Marina del puerto de Valencia sí parecían guardar la zona de seguridad entre unos y otros. No se veía gente fumando. Tampoco había prácticamente nadie con la mascarilla puesta.
El hecho de sentarse en una terraza a tomar algo fresco parece que confiera inmunidad. Son muy pocas las personas que entre sorbo y sorbo o entre trago y trago se cubran la nariz y la boca. Otra cuestión es cuando tienes una paella en la mesa. Bueno, en platos individuales.
Dos agentes de la Policía Local de Valencia recorrían en bicicleta el paseo marítimo y la Marina. Charlaban con unos y otros, con dueños de locales o camareros y recordaban que por la noche se cierra sin excusas a la una. Es la ley.
Los que no abren son terrazas de copas, karaokes, pubs y discotecas hasta, al menos, nueva orden (21 días contar desde el martes de esta semana). Anoche hubo un dispositivo especial para controlar que la fiesta no se celebrara en los locales. Esta restricción mata el ocio nocturno. Pero se quieren evitar brotes de coronavirus con ellos.
«El problema no serán las discotecas, es el botellón. Hay jóvenes que se vienen al paseo, se meten en la playa y organizan su juerga. Por la mañana se ven los restos en la arena», afirmó un señor que paseaba junto a las terrazas de los restaurantes de solera. El botellón está prohibido desde hace años. Ahora, las nuevas restricciones de la conselleria de Sanidad sobre el ocio nocturno lo han vuelto a dejar fuera de la ley. Por si acaso. Otra cuestión es que se ataje.
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