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Grupo de chabolas junto al barrio de Campanar. Jesús signes
Vecinos alertan de la inseguridad por el chabolismo en la huerta de Valencia

Vecinos alertan de la inseguridad por el chabolismo en la huerta de Valencia

Font d'En Corts, La Punta, Orriols o Campanar claman por el abandono de los campos de la periferia

A. CORTÉS/Á. SERRANO

VALENCIA.

Martes, 2 de abril 2019, 20:03

Con más de un millar de personas viviendo en unos 600 asentamientos ilegales, ya sea en viviendas ocupadas o en chabolas, la degradación se apodera lentamente de determinados barrios de la ciudad, una situación que se agrava (y se acelera) en las zonas lindantes con la huerta. El atropello del sábado de una niña en un asentamiento ilegal en La Punta ha puesto sobre la mesa una situación que provoca inseguridad en los barrios más cercanos a los campos, muchos de ellos abandonados, donde personas de distinta procedencia viven en casas de campo ocupadas o en infraviviendas construidas con madera, cartones, plástico o incluso adobe, como en el ya famoso poblado chabolista de Campanar.

En Font d'En Corts, por ejemplo, acaban de recibir un grupo de personas que antes vivía en el entorno de La Fe y que ahora se ha trasladado al barrio. Los habitantes de este nuevo asentamiento ya han comenzado a construir las chabolas. Los vecinos ya han visto cómo diversas furgonetas descargaban piezas de madera y chapa para armar los habitáculos. Lejos de ser reubicados por los servicios sociales del Consistorio, estas personas simplemente han trasladado su asentamiento.

El secretario de la asociación de vecinos del barrio, José Vicente Dasí, asegura que están preocupados porque «no saben que es lo que puede ocurrir». De momento, conocen que n y que se dedican «a cometer actos vandálicos y pequeños hurtos». «Son todo gamberradas», cuenta el secretario, «sustraen documentación de los coches y las lanzan, rompen los cristales o roban objetos que están en las puertas de las casas».

Varios tramos de La Punta colindantes a los cultivos carecen de alumbrado debido al saqueo

En la actualidad, en el barrio existen dos ilegales y dos legales, que generan inestabilidad en la zona. «Ellos suelen ser respetuosos con los vecinos», aclara Dasí, «pero en los asentamientos pueden llegar a vivir siete u ocho familias y con hijos pequeños, lo más alarmante». En su mayoría son de nacionalidad rumana y los servicios sociales del Ayuntamiento de Valencia están pendientes de los niños, los que se cree que están correctamente escolarizados. Uno de los asentamientos legales se trata de una alquería en plena huerta, donde viven alrededor de una treintena de personas. Se trata de una casa muy amplia, con capacidad suficiente para utilizar algunos espacios como almacenes.

En La Punta, los casos de chabolismo y la ocupación de viviendas sí se da, tal como lo describe el presidente de su asociación de vecinos, Vicente Romeu. Sin embargo, asegura que el núcleo urbano se caracteriza por la dispersión de sus habitantes, lo que hace más difícil el control de los asentamientos ilegales. «Los hay», explica Romeu, que señala que estas personas «viven hacinadas en viviendas insalubres y masificadas».

Valencia tiene un escenario único gracias a la huerta que rodea la capital. Sin embargo, este patrimonio se pierde debido al fin de las labores y el apetito urbanístico. De hecho, en 2014, el geógrafo Víctor Soriano apuntaba que entre 1956 y 2011, se había periodo el 64% del terreno hortícola. El futuro de la huerta valenciana se entrevé negro en estos dos barrios. En ellos, el abandono de los cultivos es una constante, ya sea por la escasa rentabilidad de la producción o por el envejecimiento de la población. Los robos son un goteo permanente y la degradación del propio barrio también es una afección.

Una alquería en la huerta de Campanar ha sido ocupada y sirve para la celebración de 'raves'

Romeu aseguran que varios tramos de La Punta no tienen iluminación dado el saqueo. En el barrio, los hurtos se llevan a cabo de noche y a plena luz del día. Desde vehículos o la gasolina de estos, hasta las frutas y hortalizas de los campos colindantes. «Muchos de los agricultores han decidido dejar de plantar», explica Romeu, «hay más campos vacíos porque les roban la producción o no consiguen venderla». «Inseguridad ha habido siempre», se lamenta el presidente, «pero ahora la gente no denuncia porque cree que nadie les hace caso». La huerta no ha sido la única descuidada, también sus vecinos. Llegan a ver escenas tercermundistas, como gente haciendo cola en las fuentes municipales porque carecen de agua corriente en sus residencias, muchas de ellas asentamientos ilegales en el entorno de esta pedanía del sur de la ciudad.

En Campanar, una de sus alquerías en plena huerta ha sido ocupada. Este asentamiento ilegal ocasiona numerosas molestias a los vecinos, en particular, las autoridades suelen recibir quejas sobre el alto volumen de la música. Pep Benlloch, presidente de la Asociación de Vecinos de Campanar, insiste en que el ruido se mantiene hasta altas horas de la madrugada y que sirve como punto de encuentro para la celebración de «raves». Además de esta alquería, frente al cementerio hay un asentamiento muy poblado por personas migrantes donde se han levantado incluso viviendas de adobe, a escasos metros de la muy concurrida avenida Pío Baroja. De nuevo, los cultivos que continúan en el barrio están desahuciados. Para evitar hurtos en los que aún son activos, la asociación ha coordinado un sistema de vigilancia con las autoridades locales y la Policía Nacional. Los cuerpos de seguridad hacen rondas diarias e identifican a las personas que merodean por los cultivos.

Y al norte, en los pocos kilómetros de huerta que Orriols todavía conserva, la degradación sustituye al cultivo. Los agricultores ya no trabajan las tierras, a excepción de unos reductos junto a San Miguel de los Reyes. El terreno sufre todavía más durante los meses de primavera y otoño, dado un «fenómeno estacional de acopio de escombros». Así lo explica la presidenta de la asociación vecinal, Maica Barceiro, que afirma que la situación se repite cada año. «Hay vecinos que realizan pequeñas obras en sus casas y en vez de tirar los escombros donde corresponde, los abandonan en la huerta», concluye. La zona afectada se ubica junto a las cocheras de Metrovalencia, un terreno abandonado y sin cultivar. El Consistorio limpia la zona por petición vecinal.

Castellar-L'Oliveral es el caso contrario a la degradación del resto de zonas con huerta periurbana. Durante los últimos cuatro años, los vecinos de esta pedanía del sur se han volcado en recuperar y proteger su huerta. La zona está muy habitada y los agricultores continúan con las labores agrícolas, en un entorno en el que los residentes aseguran que no han existido nunca los asentamientos ilegales y los robos son muy esporádicos y de pequeñas cantidades, tal como explican vecinos de l pedanía.

«Desde Cruz Roja atendemos cada vez a más familias en los asentamientos de la ciudad»

MAR GUADALAJARA. Recorren un largo camino hasta llegar al sur de Europa, nómadas supervivientes y errantes invisibles. Centenares de familias llegan a Valencia pero no todos con la intención de quedarse. Guiados por su comunidad, se dirigen hacia lugares donde pueden trabajar en el campo o de la chatarra. Buscan un hogar donde refugiar a los más pequeños porque no están dispuestos a sufrir las consecuencias de la calle. Viven en condiciones precarias pero escapan de una realidad mucho más dura en su país de origen. Este es el perfil de las personas que viven en chabolas en la ciudad, tal como relata Silvia Martínez, técnica provincial de asentamientos y personas sin hogar de Cruz Roja.

«Cuesta ganarse su confianza, son reacios a contarte por lo que han pasado, pero aunque al principio es difícil, hay que tenderles una mano, explicarles que estás ahí para ayudarles y darles un número de contacto por si necesitan cualquier cosa. Después te vas y a los pocos días recibes su llamada», comenta. En 2018 han atendido a 184 personas que habitan en chabolas, con cadavez más familias: «Por suerte entre ellos se conocen y nos avisan de las nuevas llegadas y de dónde están porque saben que necesitan nuestra ayuda».

«Tienen muy asumido que ellos pueden salir de la vida que llevan, por eso cuando tratamos de escolarizarlos ponen mucho interés y colaboran con nosotros con todos los trámites necesarios», dice la responsable provincial que insiste en que es una de las cuestiones clave para que los niños «para que vivan en un entorno lo más normalizado posible a pesar de que están en una situación precaria».

Martínez también destaca que estas familias «Se mueven por sus redes de ayuda y de contactos, que suelen ser de la misma región de la que proceden, ellos quieren estar juntos por comunidades». «No les supone un esfuerzo» cambiar de ciudad, explica, dado que estas personas «lo tienen interiorizado por su propia cultura, igual están aquí y se marchan a Extremadura de temporeros y después vuelven o directamente cambian de ciudad, pero hemos detectado que son ellos mismos los que nos piden ayuda para hacer el traslado de papeles».

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