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Un grupo de personas sin hogar, el miércoles por la noche en San Agustín. IVÁN ARLANDIS
Mendigos en Valencia | Vidas truncadas en el corazón de Valencia

El rostro de la otra Valencia: vidas truncadas en el corazón de la ciudad

Decenas de personas, cada vez más, duermen junto a la plaza de San Agustín y a espaldas de la calle Don Juan de Austria y lamentan la falta de ayuda de las administraciones

Álex Serrano

Valencia

Jueves, 28 de octubre 2021, 00:37

La noche es fría. Claro que todas las noches en la calle lo son. Hasta en agosto. Lo dicen Simón, Julien, Luis, Edgar o Ángela, que protagonizan una noticia que no debería serlo en un estado del bienestar. Pero lo cierto es que, casi como si fueran una pieza más del mobiliario urbano, decenas de personas duermen en distintos puntos del centro de Valencia, en entornos que brillan y en los que el Consistorio gasta decenas de miles de euros en hacer carriles bici o peatonalizar plazas. Quedan en los márgenes, olvidados. Orillados. Arrastrados. Enfrentados a una realidad que mata, como dicen, y sometidos en ocasiones a tanta discriminación que el enfado crece en ellos. También las adicciones y las enfermedades mentales, con poca gente prestándoles la atención que necesitan las vidas truncadas. Cada vez son más, sobre todo tras la pandemia. Y cada vez los vemos menos.

Un recorrido por el centro de la ciudad los encuentra junto a una conocida tienda en la plaza de San Agustín, esperando a que cierren para poder dormir en el soportal del número 9 de Guillem de Castro. Descansan en esa zona entre 5 y 11 personas, como cuentan. Cuesta que se suelten. Sospechan de los periodistas. «No os vais a atrever a poner lo que os contemos», dicen en varias ocasiones. No es ninguna heroicidad, y menos cuando quienes duermen en la calle cada noche son ellos, pero ahí va: las ONG se quedan las subvenciones y es imposible acceder a los albergues por las noches. «Todas las plazas están dadas de antemano», comenta Julian, que ha conseguido salir de la calle gracias a la renta valenciana de inclusión.

«La calle mata», asegura Simón, una de las personas sin hogar con más predicamento de la ciudad

Los soportales del antiguo Boulevard Austria han sido ocupados por sillones, sillas y hasta colchones

La ciudad cuenta con varios recursos para estas personas, como el Centro de Atención Social a Personas Sin Techo (CAST) de la calle Jardines, en el Carmen, u otro situado en la calle Moncayo, además de los conocidos albergues de San Juan de Dios o Casa de la Caridad. Sin embargo, en algunos de ellos tienen hasta vetada la entrada. Es el caso de Edgar, que tiene 28 años y al que las palabras se le atascan entre los labios. Se lía un porro mientras habla con la prensa y cuenta orgulloso que hoy se va a Castellón a trabajar poniendo persianas. «Soy un crack con las persianas y con las bicis», dice. Admite que tiene trastorno límite de la personalidad, y le cuesta pero con el tiempo reconoce que pegó a otra persona y por eso no le dejan entrar a Casa de la Caridad. «No sé de dónde sacó las muletas», había dicho antes.

Iván Arlandis
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Como Edgar, una de cada tres personas en situación de sinhogarismo tienen alguna enfermedad mental. El dato lo da Simón, que es toda una institución en la calle. Sentado, de gran tamaño, con una barba blanca manchada del amarillo del tabaco y el piercing de una cruz colgándole de la ceja izquierda, cuando Simón habla el resto calla. De forma literal. Simón menciona la globalización, los riesgos de vivir en la calle. Cita a varios pensadores. La cabeza está amueblada, pero no quiere contar su historia porque necesita «tres o cuatro horas». Y no hay tanto tiempo.

El recorrido sigue, no sin antes escuchar a Julian y Luis, rumano y uruguayo, hablar de que son los extranjeros los que más les ayudan. «Ellos saben por lo que hemos pasado», dicen. De todas formas, en esto de sobrevivir en la calle no hay mucha distinción. Sí algo de racismo, como cuando Edgar apunta a una nacionalidad concreta para explicar que le han pegado en varias ocasiones. También hay, en este mundo de la ciudad bajo la ciudad, de los cartones para taparse o de los soportales que se buscan como si fueran auténticos refugios de montaña, espacio para los agradecimientos. «Cáritas Diocesana hace mucho bien», explica Simón. 

El viaje continúa. Se aleja de Guillem de Castro, incluida la antigua sede de Hacienda donde vive un grupo de personas de procedencia rumana que pasan el día vendiendo chatarra, y discurre hacia la calle Barcas. A espaldas de Don Juan de Austria, de la milla de oro, del Teatro Principal, en la calle Sagasta, un grupo de personas se ha instalado en el antiguo Boulevard Austria. Ahí duerme Ángela, que no está pero que ha dejado a su yerno vigilando sus cosas, incluida una gran maleta y un sillón. «Llevan cuatro o cinco meses en la calle», cuenta el hombre.

«De la calle se sale, pero tú solo es casi imposible»

Julian tiene un discurso hilado No en vano empezó una carrera en Rumanía. Cuando llegó a España terminó en la calle, de la que salió primero porque un amigo le dejó vivir en un despacho que no usaba y después por la renta valenciana de inclusión. Explica que sí, de la calle se puede salir, pero que hacerlo solo es «muy difícil». «Necesitas ayuda y las administraciones muchas veces no te la dan porque no quieren o porque no saben», indica. Ahora mismo no trabaja, y no dice que esté buscando. Pero va bien vestido y acude a Guillem de Castro a saludar a sus excompañeros. Crítico con las ONG, insiste en que es necesario «que los dirigentes no se queden el dinero».

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