La Comunitat Valenciana es tierra de estrellas y dinosaurios. Por la carretera del Túria, antes de llegar a Aras de los Olmos desde Santa Cruz de Moya, hay una recta hacia el cielo. El camino más corto a la Vía Láctea y al ... Jurásico. Losilla es una aldea en la que el alcalde valenciano de Aras y el turolense de Arcos de las Salinas se jugaron la frontera al guiñote. Al menos, eso cuenta la leyenda. Y el primero ganó y marcó la linde. En aquellas montañas, a medio palmo de las nubes, está el Mojón Triginio, donde confluyen los antiguos reinos de Aragón, Valencia y Castilla.
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En la entrada de Losilla, un hombre descansa garrote en mano en un banco a espaldas del lavadero. La intuición de periodista no falla: ahí está la historia. No será en ese momento sino después, cuando el paseo por la aldea pone en el camino a Tomás, un catalán con traza de junco, culto y conversador: «Mi suegro es el habitante más mayor de Losilla». Y nos lleva a la entrada, al mismo banco, donde el hombre del bastón tiene nombre: José María. «En abril cumpliré cien años», apunta con mente cristalina y verbo fluido. «Está perfecto», apunta Tomás.
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Y José María relata. A los dos años faltó su padre. Y el hijo, que era él, se quedó con la madre. En los tiempos de guerra trabajó el campo, porque los adolescentes de la guerra tuvieron que labrar y segar para comer, y casi sin quererlo se convirtió en el hombre de la casa. También hizo carbón y pasados los cuarenta marchó a Barcelona junto a Amparín, su mujer, porque su hija Angelina ya se había encargado de abrir camino en tierras catalanas.
Losilla está partida. Hay tierra valenciana y aragonesa. Los que viven, lo hacen en la Comunitat: «Nosotros somos valencianos».
Angelina cuenta que hubo un día en el que Losilla tenía dos colegios, el de chicos y el de chicas. «Ellos tuvieron más suerte con los profesores», apunta. Marchó a Barcelona a buscar fortuna y la encontró. Sus padres llegaron después. «Trabajé en la construcción», apunta José María, mientras pregunta si sale en la foto con sombrero o sin él. A su lado, Jesús, que no es de allí pero su mujer sí, aguanta una brocha gorda y seca. Viste un mono azul de faena, que es casi el uniforme por aquellos lares, y saca la cartera para enseñar una foto de cuando hizo la mili en Ifni. En la imagen, en blanco y negro, sobra traje y falta carne. «Me hice una foto con Mazón», apunta con la brocha en alto. Y es que el presidente de la Generalitat estuvo por allí hace unos meses, en uno de esos reportajes que son más de ida que de vuelta. En Losilla el día tiene las mismas horas pero las manillas marcan otro ritmo.
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José María vive solo: «Yo me levanto, me visto, me apaño». Eso sí, a comer y cenar a casa de Angelina y Tomás. «¿Dónde está mejor, en Losilla o en Barcelona?». Y José María responde que en todos los sitios. Con los cien a la vuelta de la esquina lo importante no es dónde sino estar.
En las cimas de las montañas brillan los observatorios. Allí se ve la galaxia como en ningún lugar de la Comunitat y por ello es Reserva Starlight, uno de los mejor lugares del planeta para ver las estrellas. Lo dice la Unesco. Y en el suelo, hay huesos de dinosaurios, porque es tierra de Jurásico. Y allí se encontraron los restos del Losillasaurus, un bicharraco con nombre de pueblo. El descubridor fue Francisco Moreno, profesor de Aras de los Olmos, que halló el primer hueso. De los casi 100 años de José María a los 245 millones de años del dinosaurio.
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Pero Losilla también es tierra de manzanas, de tomillo, conservas y membrillo. Y zona de rebollones, como los que buscan el hijo de Venancio y su cuadrilla, que han llegado el sábado por la mañana para husmear en los puntos secretos. Los buenos recolectores de setas nunca darán pistas sobre el terreno.
Tomás enseña las eras, donde alguna todavía tienen paja. En el camino quedan pistas de las fiestas de verano. Y desde el mirador se ve la carretera, serpeante y mareante, que va camino de la sierra de Javalambre. Hay tomillo, romero, plantas de té y otras hierbas. A la vuelta, Tomás abre su casa, donde Angelina ofrece una bolsa de manzanas fuji, tres membrillos y un bote de conserva de tomate que se lleva el viajero. En la plaza, un hombre juega a pelota. En los pueblos dan lo que tienen y no hay moneda a cambio. Losilla enfila el invierno, para que pase rápido, y en primavera, allá por abril, poder celebrar el siglo de José María.
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