El desastre sin precedentes que ha azotado a 69 pueblos de la Comunitat Valenciana muestra su peor rostro cuando la atención se detiene en la cifra más cruel que ha dejado la tragedia desatada el 29 de octubre. 210 personas han perdido la vida, el bien más preciado, según el último dato de víctimas dado a conocer anoche por el Centro de Coordinación Operativa Integrado (Cecopi). Esa es la cifra, la cara más amarga de cuanto ha sucedido desde el pasado martes.
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Todos tienen nombre, pero hoy es el de Anunciación el que viene a poner cara a la pérdida humana de la tragedia en tan infausto listado. Anunciación tenía 90 años, no le dio tiempo a escapar de ese lugar tan seguro que es la vivienda propia hasta que un día, como le sucedió a esta mujer, la realidad da un violento golpe de timón y lo pone todo patas arriba.
A la localidad valenciana llegó procedente de su pueblo conquense «a servir». Y en Utiel, junto a quien luego sería su marido, construyó su vida y su casa, la que ha sido el hogar de su familia. Lo que nunca habría imaginado es que el fruto del esfuerzo de su existencia un día se convertiría en el lugar donde la parca iría a buscarla. «Mi abuela construyó lo que ahora es destrucción», advierte con los ojos humedecidos de lágrimas su nieta Patricia Iranzo.
Anunciación tenía una perrita, 'Crispi', con la que convivía y a la que «los bomberos pudieron rescatar». Pero «mi abuela no pudo salir». La mascota se encontraba en la habitación de Anunciación cuando los agentes la encontraron. Es el dato al que se agarra la familia para encontrar una explicación a cómo pudieron suceder los acontecimientos. Es la circunstancia en la que encuentran una muy pequeña explicación: «Allí –en la habitación– es donde terminó» la vida de Anunciación.
Otros cinco vecinos de esta localidad tropezaron con el mismo destino. No pudieron escapar de la cárcel de agua en la que se habían convertido las cuatro paredes de su techo familiar. Eran vecinos unos de otros. Todos vivían cerca, en la misma calle. En Utiel el horror se cebó con el grupo de viviendas conocidas como La Fuente, prácticamente en la orilla del río Magro que la tarde del martes se desbocó para arrastrar con su fuerza todo lo que encontró a su paso. Basta recorrer la zona cercana a La Alameda para constatar la dimensión del desastre.
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Anunciación «tenía noventa años, llevaba una prótesis de rodilla. No podía salir corriendo, pero estaba bien», advierte Patricia. Contaba con ese popular 'botón', el dispositivo que conecta a las personas mayores con los servicios sociales para advertir de cualquier necesidad que tengan. «Estaba más que atendida, mis padres y mis tíos viven aquí muy cerca, en uno u otro lado del río, pero ellos pudieron subir a la planta superior. Pasaban todos los días a verla y tenía ayuda en casa», relata Patricia. «No dio tiempo», añade. «El peligro ha sido la falta de prevención y de respuesta por parte de quien sea». Ahora «lo hemos perdido todo», pero lo que más importa es «la pérdida de mi abuela, de lo demás nos repondremos», apunta Patricia mientras rompe a llorar.
Queda poder darle sepultura,a ella y a las demás víctimas. Es la realidad que ahora atenaza a las familias, pero la «identificación va muy lenta por el protocolo de víctimas múltiples. Hay que ir a Valencia, y la ciudad está desbordada. Ahora es cuando los políticos tienen que demostrar humanidad. Ponerse a mancharse de barro y facilitar la burocracia. Que agilicen y no pongan impedimentos. Hay que enterrar a mi abuela y a los demás».
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Entre las 210 víctimas mortales, junto a Anunciación se encuentran sesenta personas que perdieron la vida en Paiporta. Y Teresa, una mujer de 92 años de Guadassuar, también pone nombre a los rostros de quienes ya no volverán.
El agua no sólo ha perseguido a los mayores. En Sot de Chera también el desastre se cobró la vida de un niño de cuatro años después de que se derrumbara un edificio de cuatro alturas. El padre del pequeño se encuentra desaparecido, Cada nombre, de hombre o de mujer, representa lo peor de la peor tragedia del siglo.
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