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Las casas bajas y encaladas de Campanar amanecen esta mañana con el suelo repleto de cenizas. La calle Marines es un reguero de vecinos, desorientados algunos, curiosos otros. «Mira, esa es mi casa. Bueno, era...».
Los ojos rojos de Fernando le delatan. No ha dormido. Pero al menos está vivo. «Sí, esa era mi casa. Yo estaba ahí. Empecé a escuchar gritos y bajé por el ascensor. Ya sé que eso me podía haber costado en la vida, porque dicen que nunca hay que coger el elevador cuando hay un incendio. Pero no pensé. lo he perdido todo, pero al menos estoy vivo», relata el hombre de unos 50 años.
A su lado está Virginia. Otra mujer con su vida arrasada por las llamas. Una mujer superviviente. Ya, Fernando, pero es que en ese momento no piensas». Los dos vecinos se intercambian teléfonos, y empiezan a preguntarse dónde acudir para rehacer sus documentos, para tener un lugar donde vivir. Para tener una vida.
El edificio está fuertemente acordonado. Poco después de las 9.30 de la mañana se ha producido una reactivación de las llamas en la parte de la finca recayente a Maestro Rodrigo.
En la rotonda del concesionario Bertolin está Beatriz. Con su bebé en un carrito. Ella reside justo en la finca situada al lado de la siniestrada. « Fue todo rapidísimo. Es increíble. Me asomé cuando vi las llamas en el balcón y apenas cinco minutos después cuando estaba en la calle estaba todo envuelto en llamas».
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