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'El Cristo gitat' de Beniparrell salvado del agua en una vivienda. Irene Marsilla
Los objetos perdidos por la DANA en Valencia

Los objetos perdidos por la DANA en Valencia

La muralla del barro entierra fotografías, muebles familiares, máquinas de coser, libros, revistas, juguetes y triciclos que se llevan consigo los recuerdos

Laura Garcés

Valencia

Miércoles, 6 de noviembre 2024, 00:43

De todos los objetos los que más amo / son los usados. / Las vasijas de cobre con abolladuras y bordes aplastados, los cuchillos y tenedores cuyos mangos de madera / han sido cogidos por muchas manos…». Los versos de Bertolt Brecht hablan de objetos llenos de vida, de cosas que cuentan muchas cosas. Y vienen a la memoria al contemplar las montañas de objetos embarrados que el agua sin pedir permiso, como si alguna vez hubieran sido suyos, ha expulsado de cientos de casas valencianas donde años y años convivieron con sus habitantes. Muchos, muchísmos se han perdido. No hubo perdón para ellos.

Desde las calles de Aldaia, Alfafar, Paiporta, Sedaví, Beniparrell, l'Alcúdia, Chiva, Utiel... con mirada de derrota advierten a quien transita que una riada les arrancó la vida que guardaban. Tal vez el propietario pronunció la sentencia última –la que separa lo salvable de lo condenado a la pena máxima– con ojos de impotencia y llenos de lágrimas. O quizás, bien cerrados, apretados, para no enfrentarse a la imagen que esa traidora noche ha marcado en su vida.

En la Calle Mayor de Aldaia, el pasado domingo, Encarna y Ángel limpiaban la casa donde nació ella, también su padre. No es su domicilio, pero el disgusto es grande. Ante la fachada, un montón de libros y cintas de DVD embarradas lo decía todo. Tenían «un gran valor sentimental» para él. En la misma acerca, varios tomos de la colección 'Fauna Ibérica. El Hombre y la Tierra' se erigían en una especie de mojón de la muralla, mientras en otra esquina, unos ejemplares de la revista 'Muy interesante' revelaban la afición de quien fue su propietario. El escritor Pepe Cervera desde Alfafar hablaba, como Ángel, de una «pérdida emocional» cuando relató a LAS PROVINCIAS que más de dos mil volúmenes de su biblioteca «flotaban en el barro». Tuvo que llevarlas a la pila de su calle.

Carmen muestra el álbum de sus hijos. Irene Marsilla

El triste paseo conduce también a Beniparrell, donde desde la fachada de una casa de la calle dedicada al autor de 'Cañas y barro', un azulejo de cerámica valenciana advierte de que por allí el agua ya pasó para marcar su raya en 1957.

Es la casa de los antepasados de Francisco Asunción (79 años), gran amante de «guardar», que no ha podido conservar los muebles del cuarto de la que fue su «segunda madre» después de que la suya muriera «antes de cumplir los cuarenta años», cuando él tenía diecisiete y mi hermana doce», acontecimiento que relata tan emocionado que casi no puede hablar. «Vivimos de recuerdos», advierte. Las cosas que se han perdido llevaban memoria impresa ahora borrada tras la fatídica noche que tanto se llevó, hasta lo más importante 211 veces, 211 víctimas mortales.

En la muralla del barro sólo sobresalen los grandes: el espejo del tocador del cuarto de los padres en el que la riada tuvo el atrevimiento de mirarse antes de acabar con él. Y la mesa de las comidas de Navidad. También la cama de la bisabuela donde nació el abuelo, la legendaria Singer, el sofá de las tardes de domingo, el televisor de los partidos de fútbol, el triciclo cuyo manillar asoma como queriendo escapar de tan cruel y sucia montaña.Todos fueron contenedores de vida. Estaban usados, vividos, como los que tanto amaba el poeta.

En Beniparrell ya han limpiado mucho, pero aún queda. Allí la riada no llegó con la furia que lo hizo en otros lugares, pero ha causado daño, mucho daño. Lo confirma el retrato de las empresas y restaurantes que reciben al llegar, y también un buen número de viviendas que siguen limpiando. «Esta vez el agua ha venido muy brava, no tan mustia como vino en el 57», cuenta Francisco Asunción.

Muebles destruidos en Beniparrell. I. Marsilla

Son muchos los objetos perdidos. Y cuántos ni siquiera sobresalen en esa montaña de destrucción. El barro ha invisibilizado fotografías de la Primera Comunión, de la boda, del viaje de novios, de algún antepasado, de los amigos... La riada se habrá llevado por delante miles de instantáneas segando una inmensidad de momentos congelados.

En ese paisaje, no pocos afectados luchan por reconquistar aquello por lo que pocos habrían dado algo. Lo atestiguan los datos que ofrece la Universitat de València ante la respuesta a su oferta para la recuperación de álbumes de fotografías. Carmen Marí, una vecina de Beniparrell y su marido han limpiado muchas de sus fotos. Son recuerdos de mis hijos,

Libros en Aldaia LP

de cuando siendo muy pequeños empezaron a jugar al fútbol», apunta mientras hojea un álbum aún mojado pero ya limpio que recoge el paso de sus hijos por el césped. Las guardaba en un armario del bajo de su casa, donde también estaba la fotografía de la Primera Comunión de José, su marido, con quien se casó en 1975. «Guardar es muy importante», afirma Carmen, que quiere que sus hijos también puedan enseñar lo que ella ha recuperado.

Muy cerca vive Francisco Asunción, que con sus propios medios ha reconquistado los objetos que guardaban los muebles que ya no verá más. «No quería perderlo por nada del mundo», advierte mientras acompaña hasta su casa. Reciben unas mesas sobre las que descansan varias cajas de madera en las que ha organizado el tesoro reconquistado. Monedas antiguas, billetes de años en los que el dinero hablaba en pesetas, discos de vinilo y folletos que desvelan la pasión por el tango.Y sobre todo el DNI de su madre y el de su segunda madre.

Recuerdos familiares e individuales perdidos, otros salvados aunque manchados para siempre por los desperfectos que causa el agua. Ya suman una huella más, un terrible recuerdo del que sin duda, y por desgracia, hablará la historia. Qué decir de la memoria colectiva. La inmensidad y la gravedad de cuanto se ha perdido contrasta con rescates que en Beniparrell encuentran un ejemplo. Sobre la cama de un matrimonio de la localidad descansa el «Cristo gitat» que su hijo Marc fue a salvar en la Iglesia cuando «bajaron las aguas que habían llegado hasta la urna de cristal donde descansa». El joven se acercó al templo por si la riada continuaba.La almohadilla sobre la que habitualmente yace se ha perdido.

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