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Guillermo Velarde, tercero por la izquierda, durante una visita del almirante Otero (a su derecha) a la factoría en California de Atomics International. El primero por la izquierda es otro científico español, Francisco Oltra; a la izquierda de Velarde, Javier Goicoechea, Paul Barbour y Robert Loftness. Imagen extraída del libro 'Proyecto Islero', editado por Guadalmazán.

El Oppenheimer español que soñaba con Jávea

La película sobre el padre de la bomba atómica recuerda la vida y obra del prestigioso científico y militar español, un enamorado de la costa valenciana y artífice del proyecto Islero: la opción de que España fuera potencia nuclear en los años 60 que Franco rechazó

Jorge Alacid

Valencia

Domingo, 11 de febrero 2024, 01:16

Una mañana de la primavera de 1966, el profesor Guillermo Velarde llegó al Palacio del Pardo para entrevistarse con el general Franco. Militar y científico ... de elevado prestigio en ambas áreas, Velarde acudía en realidad a una cita con la Historia, en mayúsculas. Como principal impulsor de la necesidad de que España se dotara de una bomba atómica, había ido convenciendo de su pertinencia a una larga serie de mandamases del régimen, incluido el entonces vicepresidente del Gobierno, el general Agustín Muñoz Grandes, héroe de la División Azul, que fue quien le condujo ante Franco. Pero había una zona de sombra donde el entusiasmo de Velarde, y su enorme capacitación profesional, no terminaba de ingresar: en los aledaños más próximos al dictador, la idea de convertir a España en potencia nuclear no cuajaba. Velarde había encontrado severos obstáculos en el Consejo de Ministros, personificados en la figura del titular de Industria, Gregorio López Bravo, muy reacio a promover una iniciativa que hubiera alterado los biorritmos de la sociedad española y modificado el tablero geoestratégico mundial, con el riesgo de enemistar a España con su poderoso aliado, Estados Unidos. Una resistencia que el dictador hizo suya durante la reunión. Velarde salió de su entrevista con Franco desolado, convencido de que España estaba dejando pasar una oportunidad trascendental para haber engrandecido su estatus en el orden global: «No entendía que después de tres años para terminar el proyecto de bomba atómica de plutonio (…) abruptamente se considerase que no era el momento oportuno para continuar con el proyecto».

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Velarde y Oppenheimer: similitudes y diferencias

La frase aparece en el recomendable libro titulado 'Proyecto Islero. Cuando España pudo desarrollar armas nucleares'. Publicado en el año 2016, cuenta con un significativo antetítulo: «Los secretos de un proyecto que pudo cambiar para siempre la historia de España de la mano de las memorias del científico militar más notable del pasado siglo'. Ese militar era el general Velarde, un personaje a quien podemos considerar una suerte de Oppenheimer español… salvadas sean unas cuantas diferencias, como las que menciona por ejemplo su hijo Víctor, hoy profesor en el campus norteamericano de Seton Hall. Admite las evidentes analogías entre ambos pero también subraya por correo electrónico que su padre »criticaba un aspecto moral de Oppenheimer, a saber, que él quería construir la bomba atómica con el único propósito de reducir a polvo toda Alemania. Mi padre no compartía en absoluto ese odio de Oppenheimer. Decía que las armas nucleares eran el único medio moderno para que te respeten en el foro internacional».

A ese carácter disuasorio del armamento atómico que distinguió siempre el quehacer del profesor Velarde apunta también Natividad Carpintero, científica de sobresaliente currículum y estrecha colaboradora del militar, fallecido en el año 2018. Carpintero, que se ocupó de la segunda edición de las memorias de Velarde, recuerda el momento clave en la biografía de su admirado maestro, cuando se detona el proyecto Islero: en 1963, estando en California, «le escribe el almirante Otero diciendo que aquello de lo que habían hablado», en alusión a la conveniencia de disponer en España de su propia bomba atómica, «necesita que regrese urgentemente desde Estados Unidos». Velarde trabajaba entonces en la empresa norteamericana Atomics International, junto con algunos ingenieros españoles. El Gobierno de Franco había enviado a ese grupo de destacados científicos a Estados Unidos, luego del deshielo de las relaciones entre ambos países, con la intención de fijar relaciones académicas y compartir sus experiencias; en este caso, en un ámbito que conocía en ese momento un considerable desarrollo: la investigación atómica.

Regreso a España desde California

Velarde, en la cúspide de aquel grupo de pioneros, vuelve a casa un poco a regañadientes porque se encontraba en la cima de su profesión y encontraba en el estrecho vínculo entre la empresa privada norteamericana y los prestigiosos campus de aquel país el caldo de cultivo ideal para avanzar en su formación. Pero, como buen militar, obedece las órdenes de Otero y se pone al frente de otro grupo igualmente pionero: el equipo de científicos que iba a desarrollar la bomba nuclear para España, un argumento decisivo para romper el aislamiento internacional que empezaba a resquebrajarse y, sobre todo, una oportunidad idónea para resituar a su país en un nivel superior de la jerarquía mundial. Una tarea homérica, teniendo en cuenta el deficiente desarrollo que lesionaba a España pero que fue posible por el elevado grado de competencias de aquellos investigadores capitaneados por Velarde.

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El propio almirante Otero era también una referencia internacional en los estudios de física, porque alguno de sus hallazgos, como la miopía nocturna que permitió decisivas mejoras en la visión de prismáticos y telescopios, habían alcanzado un notable eco en todo el mundo. Valiéndose de esa autoridad, y de sus galones, venció las resistencias de Velarde, que volvió a España para ponerse al frente del proyecto Islero. ¿Por qué Islero? ¿Por qué esa referencia al famoso toro que mató a Manolete? Nadie lo sabe. Aunque según el testimonio de sus descendientes al profesor apenas le interesaba el mundo taurino, el caso es que no sólo bautizó con ese nombre al proyecto al que consagraría su vida, sino que fue también la denominación que usó para su casa de veraneo en Jávea (Alicante) y para las distintas embarcaciones con que navegó durante su vida, como recuerda otro de sus hijos, Pedro Velarde, hoy profesor como su padre en la Politécnica de Madrid.

Enterrado en Jávea junto con su mujer

En su testimonio, ambos hijos del científico resaltan además ese profundo vínculo de toda la familia con la población alicantina, donde por cierto está enterrado no sólo el propio militar, sino también su madre: para los Velarde, empezando por Guillermo, Jávea encarnaba más o menos el paraíso. Había descubierto la zona en los años 60, siguiendo el consejo de un miembro de su equipo, cuando aún no se experimentaba el posterior auge del turismo y era un espacio agreste, casi sin urbanizar, donde el matrimonio dejaba a sus prole durante todo el verano; de aquellas larguísimas vacaciones, que dejaron de ser un hábito cuando Jávea se popularizó y se empezó a masificar, recuerda Pedro los paseos por la zona de La Plana, donde tenían su vivienda que posteriormente vendieron: su residencia había perdido parte del encanto y los Velarde dejaron de alojarse en Jávea y de navegar frente a sus costas.

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«Hicimos muchos amigos», recuerda desde Estados Unidos su hijo mayor, Víctor, quien cita a los Alfonso, los Mellado... «Jávea era entonces un desierto turístico, virgen, una playa vacía de increíble calidad. Pasábamos en Jávea tres meses al año, y más no podía ser porque había que ir al colegio, pero hacia los años 80 cambió por el turismo y se llenó de gente y edificaciones... Aunque tenía un paseo marítimo bastante bueno, ya no era lo de antes».

Fotos extraídas del mismo libro, incluyendo un dibujo de la bomba que ideó Velarde.

El accidente de Palomares

Era más o menos la misma época en que l proyecto Islero, entonces en su fase aún incipiente, le sobrevino nada más nacer un acontecimiento que cambió el curso de la Historia: el accidente de Palomares. Una catástrofe que pudo tener consecuencias negativas para el plan nuclear de Otero y Velarde (con el general Muñoz Grandes como muñidor) porque a la muerte de cuatro militares norteamericanos cuando chocaron dos aviones (un bombardero y una nave cisterna) sobre suelo almeriense se añadió la potencial e inquietante histeria que pudo desatarse no sólo en España: estaba aún reciente la crisis de los misiles en Cuba y la energía nuclear arrastraba además en todo el planeta el estigma de la aniquilación de Hiroshima y Nagasaki. Pero la dictadura de Franco tapó cualquier vía de escándalo, el Gobierno de Estados Unidos acalló también los pormenores más preocupantes del incidente y, fruto de ese muro de silencio, Velarde pudo trabajar sobre el terreno a su entera satisfacción.

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De sus días en Palomares, que ocupan un buen número de páginas de sus memorias, extrajo un nivel de conocimiento muy superior al que tenía hasta entonces sobre los efectos de la energía atómica, hasta el punto de que aquellas pesquisas le permitieron alcanzar el hallazgo por el cual pasó a los anales de la ciencia española: el redescubrimiento del principio de Ullam-Teller, gracias a su astucia y a su inconformismo. En su libro, con un tono costumbrista muy ameno donde dibuja con cariño con el trato que mantuvo con los vecinos de Palomares y los guardias civiles que tuvieron que lidiar con las trágicas derivadas de aquel suceso, Velarde anota cómo una misteriosa esponja hallada entre los restos del fuselaje de los aviones y del armamento que no llegó a estallar le permitieron alcanzar ese descomunal redescubrimiento: la piedra angular del proyecto Islero.

Un hallazgo científico a nivel mundial

Es aquí donde de nuevo se cruzan los caminos de Velarde y Oppenheimer. El científico Edward Teller, de origen húngaro, y su colega, el polaco-estadounidense Stanislaw Ulam, fueron dos estrechos colaboradores en la carrera de Oppenheimer, a quien acompañaron en sus célebres ensayos en Los Álamos, el paraje de Nuevo México que acogió las primeras pruebas con la bomba atómica. A ambos se debe la génesis de ese invento, la bomba H, gracias a una investigación que luego desarrollarían con la misma fortuna otros científicos en China, Francia y Rusia…y en España: en nuestro país, el autor de ese redescubrimiento básico para desarrollar la energía nuclear fue el profesor Velarde, consecuencia precisamente del trabajo de campo que desarrolló en Palomares. O lo que es lo mismo: cómo una tragedia que pudo aún ser mayor en vidas humanas se puede transformar gracias al ingenio de algunas mentes privilegiadas en un motor de crecimiento y desarrollo. El azar al servicio de la ciencia, como tantas veces

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Ya entonces empiezan a separarse los caminos de Velarde y Oppenheimer, como ponen de manifiesto no sólo los hijos del profesor, sino la profesora Carpintero: a diferencia del arquitecto del bombardeo sobre Japón que puso fin a la II Guerra Mundial, Velarde, en su doble condición de militar y científico, siempre vio en la energía nuclear lo contrario, el principio activo de la estrategia de disuasión que debía garantizar una paz absoluta y duradera al mundo que salió de la carnicería de aquel conflicto bélico. En Velarde anidaba un espíritu de patriotismo cívico que justifica todas sus investigaciones en ese ámbito: la idea de que ingresando en el selecto club de países con armamento atómico España saldría definitivamente de las tinieblas de la escena internacional. No era el único que por cierto opinaba así, ni dentro del país (otros militares pensaban del mismo modo, como el propio Otero o los generales Díez-Alegría o Gutiérrez Mellado, con quienes Velarde colaboró apasionadamente) ni tampoco fuera: el apoyo del general De Gaulle, presidente entonces de Francia, fue decisivo para que el Gobierno de Franco (paradojas de la Historia) dispusiera de recursos económicos suficientes para poner en marcha el proyecto Islero… hasta que esa mañana fatal para Velarde, cuando el dictador torció sus propósitos.

La estocada mortal de Islero

¿Fin de la historia? No. Todavía no. La figura de Velarde como probable Oppenheimer español se ha puesto de actualidad en los últimos meses gracias a un par de documentales que pueden verse en la plataforma Movistar. El primero, dedicado a los entresijos de la bomba de Palomares; el segundo, sobre el asesinato de Carrero Blanco, su escolta y su chófer a manos de ETA en 1973, justo cuando el proyecto Islero, que sobrevivía con respiración asistida luego del rechazo de Franco, se asomaba a su hora decisiva, en medio de las intrigas palaciegas propias de los años finales del dictador. Hoy asistimos a una reactualización de aquella colosal peripecia que se simultanea con el impacto que ha merecido la película de Christopher Nolan sobre Oppenheimer desde su estreno el año pasado, lanzada hacia la carrera de los Oscar de Hollywood. Una suma de casualidades (tal vez poco casuales) que corrobora la vigencia de la vida y obra del autor del proyecto Islero, cuyos avatares reclaman con seguridad que también el cine o la televisión se ocupen de ellos.

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Genio incomprendido en su época, Velarde siguió batallando en su objetivo de dotar a España de una bomba atómica hasta prácticamente los años 80, cuando por fin se convenció de la inutilidad de sus esfuerzos. España, y el resto del mundo, eran otros para entonces y nuestro héroe claudicó. Son las páginas más amargas de su biografía, un punto contradictorias: ya en 1974 había expedido por su cuenta el certificado de defunción del proyecto Islero… aunque no es hasta 1981 cuando dedica un capítulo de su libro a lo que llama «estocada mortal».

Había hecho bueno el mandato que le dio Franco. A la vez que le avisaba de que no contara con su apoyo para Islero, el dictador también le autorizaba para seguir con sus avances a título particular: un camino que conducía inevitable y directamente a la melancolía. Al territorio de lo que pudo haber sido y nunca fue. Velarde, como bien avisan sus hijos, no se movía con soltura en los despachos. Carecía de base política para el cabildeo que exigía un proyecto de esa índole y acabó refugiándose en su laboratorio, en sus hallazgos. En eso no se parecía a Oppenheimer (más hábil en ese juego del politiqueo), aunque también les emparentaba otro detalle singular que resaltan sus hijos y la profesora Carpintero: ambos reclutaron para sus respectivos equipos a los mejores científicos de la época. Un detalle que habla de su generosidad (fueron maestros antes que líderes) y también de su perspicacia, pero mientras uno alcanzó una fama global y cruenta (certificada ahora por Hollywood), el otro, nuestro Velarde, carece de ese reconocimiento popular.

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Un Quijote de la ciencia española

Para sus fieles, en el generalizado olvido sobre la figura de Velarde reside una profunda injusticia. Porque fue un científico de elevado prestigio en todo el mundo, intrépido y leal militar, que dejó atrás un futuro que parecía poco prometedor (huérfano de madre y padre desde niño en aquel durísimo Madrid de la postguerra, donde nació en 1928) para labrarse a base de modélico espíritu de sacrificio (y una sagaz inteligencia muy propia de su tiempo) una respetada carrera que no pudo rubricar con la cristalización de su anhelado proyecto Islero, muerto antes de salir a la plaza. Defensor acérrimo de la energía nuclear cuando ese discurso recibía más bien indiferencia cuando no auténtica hostilidad entre la opinión pública, su mayúsculo esfuerzo (la labor de toda una vida) tuvo en realidad final feliz: aunque nunca consiguió para su país la bomba atómica, sus hallazgos sirvieron para que la ciencia española avanzara hasta ponerse en pie de igualdad con las demás naciones en el concierto internacional, a pesar de las desfavorables condiciones de partida.

Natividad Carpintero resalta que gracias a Velarde «contamos en España con el Instituto de Fusión Nuclear, que ahora se llama precisamente Guillermo Velarde en su honor y es el quinto centro del mundo en el ámbito de la fusión nuclear por confinamiento inercial. «Y la Junta de Energía Nuclear fue en los años 60 y 70 el tercer centro de esa especialidad en Europa», añade, con un aviso: «Ojo, sólo para estudios pacíficos para la producción de energía eléctrica». «Gracias a Velarde estamos en la élite mundial», concluye Carpintero, antes de lanzar una última observación: «La diferencia fundamental es que Oppenheimer quería tirar la bomba, mientras que Velarde no: él sólo pensaba que un país con armas nucleares siempre será muchísimo menos vulnerable». Un empeño muy español, por cierto, de aire quijotesco. Tiene por lo tanto sentido que en sus memorias Velarde incluyera aquellas palabras de Miguel de Unamuno en 'Del sentimiento trágico de la vida', como una suerte de epitafio premonitorio: «¿Cuál es pues la nueva misión de Don Quijote hoy en este mundo? Clamar, clamar en el desierto».

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