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«Cadera. Se la juega, eh... pero no...». La conversación entre el árbitro, Soto Grado, y Hugo Duro, delantero del Valencia, antes de la segunda parte en el Valencia-Sevilla del sábado, pone de manifiesto la cara dura del colegiado riojano. Los árbitros españoles ... de Primera son los mejor retribuidos de Europa: cobran un fijo de 12.500 euros mensuales más 4.200 por partido (los del VAR ingresan un complemento de 2.100 por encuentro). Los ingleses se embolsan 3.700 mensuales más 1.300 por partido. Los españoles, pues, triplican a los británicos. El expresidente de la federación, Luis Rubiales, los quería atados y bien atados para asegurar sus votos en la asamblea. Y, por supuesto, los árbitros tienen todo el derecho a equivocarse, pero no a tomarnos por tontos. El empujón dentro del área de Isaac Romero a Foulquier superó todos los newtons habidos y por haber, no importa con qué superficie se produjera. Pero Soto Grado, con tal de no reconocer su error, tomó el pelo a Hugo Duro al intentar convencerlo de que, si el contacto había sido con la cadera, no era penalti. Esa regla es nueva. Como si la cadera estuviera exenta de la pena máxima. Peor fue incluso el encargado del VAR, Prieto Iglesias, que, viendo la clamorosa imagen repetida por televisión, ni siquiera advirtió a su compañero. ¡Sigan, sigan!
Esta es la hipocresía del VAR, tan intervencionista con tal de favorecer a los dos grandes (este sábado mandó repetir el penalti a favor del Barça repelido por Guaita por adelantarse de la línea de gol el meta valenciano, pero no lo repitió cuando marcó el polaco y varios compañeros suyos habían entrado en el área antes del lanzamiento) o por nimiedades como unas manos de rebote involuntarias que nadie vio. El Barça debe ser segundo en la Liga para poder jugar la próxima edición de la Supercopa de España o, en caso contrario, el Estado saudí penalizará a la federación española con cinco millones de euros.
Nadal recuerda a Rubiales. En la entrevista de Rafa Nadal a la periodista Ana Pastor, el mejor tenista español de todos los tiempos cometió errores gravísimos de comunicación. El primero fue no haber preparado las respuestas sobre preguntas cantadas tras haber apostado por ser embajador de la Federación de Tenis de Arabia Saudí y abrir una academia en ese país. Balbuceó, dijo no haber aceptado la propuesta por dinero, añadió cobrar mucho menos que otros deportistas, matizó que no le iba a cambiar su vida ni un centímetro y que, si advertía haberse equivocado, pediría perdón. También insinuó querer contribuir al aperturismo del régimen dictatorial. Son argumentos parecidos a los que dio en su día Rubiales para justificar el contrato de la Supercopa de España con Arabia. Habría sido más honestos, en ambos extremos, reconocer porqué uno decide mirar hacia otro lado ante un Estado ejecutor de un centenar de presos cada año: por dinero, mucho dinero. Infinitamente más decepcionante en el caso de Nadal, un deportista ejemplar, un mito para millones de españoles que, sin embargo, pierde, con esta apuesta tan innecesaria al final de su carrera, reputación y respeto.
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