
Estuvo más de cien días divisando los objetos que han formado parte de la vida de Miguel Carrión. De la suya y también de la ... de muchos de los vecinos de Chiva. Su bar familiar fue el epicentro del valencianismo del municipio. Incluso Mario Alberto Kempes se pasó por allí. El local, así como todos los recuerdos que en él había quedaron arrasados tras el paso de la dana el 29 de octubre de 2024.
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Escombros, pilares, enseres y miles de recuerdos sobre las faldas del barranco del Poyo formaba parte del devastador paisaje que dejó la barrancada. El riesgo de desprendimiento era de tal magnitud que las autoridades no le permitían acceder a las faldas del barranco del Poyo para salvar algunos de esos objetos que dolía ver semi enterrados. Como si no importasen a nadie. «La semana pasada, al fin nos dejaron bajar. Mi hermana, una prima y yo nos pusimos ropa vieja, las botas de agua y nos metimos entre los escombros y bueno, por casualidad, lo primero que salió fue la bufanda del Bayern de Múnich que un aficionado alemán me cambió cuando estuve en Milán en la final de la Champions», detalla Carrión.
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Él vive en Barcelona pero su alma sigue anclada en Chiva. En esta localidad de la Hoya de Buñol se crio y creció, como tantos otros hijos de hosteleros, en el bar de sus padres, además, la suya también es una de esas historias que confirman que el sentimiento valencianista se transmite «de padres a hijos». El 24 de junio de 1972 levantó la persiana el Miampi. En una mano el café y, en la otra, las páginas del periódico era la imagen típica en éste como en otros bares: «Fruto de esa tradición de comprar el periódico, y como mi familia era muy valencianista, empezamos a coleccionar los objetos de las promociones que en prensa ofrecían, sobre todo, en las épocas doradas del equipo: monedas, puzzles, trofeos en miniatura, también pósters, cuartillas... así que teníamos un gran museo». Explica Carrión que además era el lugar de reunión de los aficionados para ver los partidos «sobre todo las grandes citas europeas». «Una época dorada que ahora queda muy lejos», afirma con nostalgia. De hecho, en uno de los aniversarios de la peña valencianista de Chiva, que se realizó en el bar, Mario Alberto Kempes fue el invitado.
Aquel 29 de octubre y los días posteriores, a más de 300 kilómetros de distancia y través de un teléfono demasiado intermitente por la falta de cobertura, Carrión iba recibiendo información desde su Chiva natal. Así conoció el fallecimiento de su tía y, como noticia de menor calibre, el destrozo del pueblo. Aunque no del lugar en el que creció. «Horas, días y noches muy amargas. A las 18 horas del día 29 me dijeron que mi tía había fallecido y hasta las 48 horas no pude hablar con mi hermana de nuevo. Con un teléfono prestado, y en un punto en el que cogió, de milagro, cobertura, me dijo 'tete, estamos todos bien, los papás están desalojados pero estamos todos bien».
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Muchas preguntas en su cabeza, ¿desalojados? ¿por qué? ¿qué ha pasado?: «No era consciente de que mi casa particular, mi bar y en ese trastero donde guardaba toda mi colección de bufandas, camisetas, de todo lo que he ido recogiendo durante años, en definitiva, toda mi vida estaba en ese barranco y que yo no podía hacer nada», relata. Cuando pudo, Carrión volvió a una Chiva que le era totalmente irreconocible. «Cuando saqué la primera bufanda, empecé a buscar por esa zona y aparecieron las demás, también una camiseta del Valencia de los años 70 que era de mi padre. Cada cosa que cogía era una pequeña victoria porque al final de darlo todo por perdido, a poder recuperar algo, reconforta», concluye este valencianista que, siempre con el recuerdo de las víctimas, en especial de su tía, sabe que en la vida como en el fútbol siempre «hay que tirar hacia adelante» aunque sea en otro lugar.
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