PACO LLORET
Viernes, 17 de marzo 2023, 22:56
El Valencia está de aniversario. Hoy, 18 de marzo, cumple 104 años. Una efeméride que aprovecho para invitar al lector a compartir, en honor al título de esta sección, un viaje muy personal a través del tiempo y recuperar estampas familiares de una vida, momentos ... de alegría y de tristeza que se quedan grabados en la memoria de un niño que sueña con goles, imagina partidos, colecciona cromos y aprende alineaciones. Todo empieza con la figura paternal. La posibilidad de entrar en su mundo es un deseo irresistible.
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Los referentes compartidos aparecen en el escenario. Su capacidad de atracción es expansiva y contagiosa, prende fácil en la inocencia infantil. El recuerdo imborrable de un padre entusiasmado con los goles de Waldo, la habilidad de Guillot, la clase de Claramunt, la entrega de Roberto o la velocidad de Poli calan en el niño que descubre un territorio apasionante. Imposible de olvidar su felicidad sin límites expresada en la multitudinaria reunión familiar del día de año nuevo de 1967. El tradicional concierto desde Viena por la mañana a través de aquella televisión en blanco y negro que presidía el comedor, el partidazo en Mestalla por la tarde ante el Barça resuelto con un 3-0 inapelable. El relato pormenorizado de las incidencias presenciadas, el júbilo de una grada entregada. Un reino de fantasía y felicidad.
Meses después, ya en pleno verano, la final de Copa. Un partido clásico, un duelo con solera y el mejor desenlace posible. El Valencia alza el trofeo después de superar al Athletic. Emoción a raudales y desenlace memorable. El primer título que se puede ver en directo a través de la pequeña pantalla. Un acontecimiento. Matías Prats glosa con su oratoria particular los méritos del vencedor, de fondo se escucha el sonido de las tracas que explotan en el Bernabéu.
El equipo dirigido por el legendario Mundo vuelve a ser campeón. Aquel verano se cierra con otro logro de enorme relevancia. El Valencia vence al poderoso Peñarol en la semifinal y al Real Madrid en la final del Trofeo Ramón de Carranza, el más popular y prestigioso de la época. De propina, Waldo ha conquistado el Pichichi. El mejor delantero, el ídolo admirado.
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No se podía pedir mucho más. Esa es la forja sentimental para quien, poco tiempo después, conoció los primeros sinsabores, creció con la amargura de tres finales coperas perdidas, una de ellas, la de 1971, de forma injusta y con el agravante de un arbitraje sospechoso muchos años antes de que surgiera el escándalo de Enríquez Negreira. Se esfumó el merecido doblete pero aquel Valencia transmitía mucho, salido de la chistera mágica de Alfredo di Stéfano, con Vicente Peris a los mandos reales de la entidad que entró en la modernidad con cimientos sólidos, paso seguro y una ambición desmedida. La Liga de Sarrià fue tocar el cielo, la conquista del Paraíso. Una apología de la buena fortuna. La carambola a tres bandas. Más difícil, imposible.
El gol eterno de Forment ya presagiaba que los dioses estaban por la labor. Si alguna vez he sentido que el tiempo se paraba fue en ese instante. Una imagen épica recreada hasta la saciedad. La lluvia de almohadillas, el bramido de la afición. Mestalla en éxtasis. Una semana después, Antón confirmó en Sabadell los buenos presagios. El ciclo acabó demasiado pronto. La ruptura resultó traumática. La desaparición de Peris lo aceleró todo. El equipo se quedó a las puertas de la gloria en todos los frentes.
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Se iniciaba la travesía del desierto. Una etapa repleta de contradicciones, grandes jugadores, equipos imponentes sin traducción competitiva salvo en contadas ocasiones. Lo que pudo ser y no fue. La zurda de Kempes rescató al valencianismo de ese período decadente. Los años setenta concluyeron con finales ganadas. El Valencia se instalaba de nuevo en su espacio natural. Títulos y prestigio europeo. Esa etapa de juventud se ve acompañada de eliminatorias memorables, goles espléndidos y pañuelos en la grada. Un equipo con demasiados altibajos, es cierto, pero capaz de medirse y de salir airoso ante cualquier oponente. La Senyera sobre el césped y en el graderío. Nuevos tiempos.
Adiós a la persona que te llevó de la mano y te inoculó el sentimiento. Su vida se apagó demasiado pronto. No pudo ver lo que estaba por venir, hubiera disfrutado con estas líneas, se hubiera emocionado con este relato y no entendería nada de lo que está pasando en el Valencia, pero sabría, sin ninguna duda, que la defensa del club y el compromiso de luchar por su recuperación son irrenunciables.
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