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Vaya gustazo de partido. Es una satisfacción ver al Valencia salir, aún sin jugar un fútbol de alta escuela, con la cabeza bien alta y sobre todo con los puntos en el bolsillo en noches así, cargadas de sufrimiento y repletas de tensión.
Justo cuando todo parecía ponerse cuesta arriba, entre lesiones, sanciones, la sorprendente ausencia de Guedes y el gol de Iago Aspas al poco del arranque, el Valencia fue capaz de reinventarse sobre la marcha y convertirse en un bloque de hormigón armado para aplastar las amenazas del rival y beneficiarse de lo que puede ser un empujón importante en la clasificación.
Si de verdad Bordalás está convencido de que con este grupo se puede meter en Europa, este tipo de situaciones ayudan por lo menos a poner en duda a los más reacios. Pedirle al Valencia una apuesta de fútbol exquisito es hoy por hoy una aspiración exagerada. Seguramente, porque el técnico es el primero que sabe que con estos jugadores no resultaría del todo rentable, pero en el cuerpo a cuerpo parece que la valía está garantizada. El Valencia se batió con dignidad hasta el último instante, sin desfallecer y superando sus propias adversidades.
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Puestos a retos casi imposibles, hasta marcó Maxi, precisamente en un escenario que tiene su aquel. El uruguayo anda en déficit (sólo llevaba un gol) pero tuvo que ser Balaídos el lugar escogido para que, encima, anotara el del trunfo. Fue su remate, tras un excepcional servicio de Gayà, el que puso la guinda a un encuentro con mucho más empuje que calidad, tanto por unos como por otros. Nadie renunció en ningún momento a dar la cara.
Y eso, que el problema para el Valencia todavía fue mayor de lo esperado. A Alderete no se le ocurrió otra cosa que salir con el balón controlado. Superó a uno, a otro pero no pudo con el tercero. El toque de Brais dejó a Iago Aspas con terreno por delante para que tras despistar a Guillamón ajustara con la punta de la bota a la derecha de Cillessen. Qué fácil hace el gallego precisamente lo más difícil del fútbol: los goles. Qué lástima también que en su momento no acabara vistiendo la camiseta del Valencia, con lo cerca que estuvo. Es un tipo tan genial que hasta cuando supo que se había lesionado en la acción del gol, quiso sacarle partido a su celebración: se quitó la camiseta y como estaba a una amarilla de la sanción, pues mejor que mejor para recuperarse.
Y es justo eso, el tiempo de recuperación, lo que hoy en día asfixia al Valencia. A Piccini, por ejemplo, le tocó jugar después de casi dos años de soportar entradas y salidas a la enfermería. El italiano resistió como pudo las embestidas por su banda, conscientes los vigueses de que ese podía ser el punto más débil de una defensa ya parcheada. Menos mal que el equipo se sobrepuso pronto. Y fue a base de empeño. En dos acciones de presión, anticipación y valentía, dos goles. El primero fue por la intención de Maxi, que vio que se podía liar el asunto por esa moda un tanto absurda de que el portero tiene que actuar, hasta con el agua al cuello, como si fuera un artista en el manejo del balón con los pies. El rebote y el posterior intento también de control de Tapia lo aprovechó Hugo Duro para anotar el empate. Así, como quien no quiere la cosa, el madrileño suma su quinta muesca en su cuenta goleadora.
Con el empate se llegó al descanso y la salida del Valencia todavía fue algo mejor. Retiró Bordalás a un Koba demasiado tímido y fue ese robo de balón de Gayà el que le sirvió a Maxi para cerrar el partido. Es verdad que intervino Cillessen y que hubo algo de estrés en el área en un par de momentos pero el Valencia se mantuvo firme.
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