Hay fechas clave que marcan la historia del Valencia y su gente. Desde este sábado hay una más que apuntar: 21 de mayo de 2022. Nunca antes se había vivido algo parecido. Una de las mejores, más fieles y generosas aficiones de España y de Europa, que durante años ha convertido Mestalla en un hogar donde se maltrata deportivamente hablando a los invitados, dio este sábado una lección de rebeldía y sentimiento.
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Durante cuatro pacíficas horas porque no se registraron incidentes pese a estar los ánimos muy caldeados, el valencianismo de base volvió a expresar a voz en grito lo que hoy en día se ha convertido poco menos que en un grito de guerra. Como expresaba una de las pancartas que se exhibieron a lo largo de la calurosa tarde, «Os sacaremos de nuestro club». Meriton, Peter Lim y Anil Murthy se convirtieron en el centro de la diana popular. Por supuesto, ni un sólo directivo ni alto ejecutivo del club se asomó al balcón. Ni tampoco los jugadores, ni tan siquiera los capitanes, pese a la insistencia con la que los reclamaron al final del encuentro, entendiendo también que la presencia de algún futbolista ante esa marabunta hubiera podido hasta significar un motivo de alta traición para la propiedad.
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En el mismo sitio donde Amadeo Salvo le extendió la alfombra de la divinidad a Peter Lim, se sembró esta vez un puente hacia su salida. La imagen de la avenida de Suecia completamente abarrotada de valencianistas añadirá un granito más a un desenlace que se presume tan necesario como peliagudo. Sobre todo porque si lo de las protestas callejeras se ha convertido –y por desgracia– en habitual en esta ciudad por culpa de la gestión de Meriton, el cóctel que se formó con lo que se vivió dentro del estadio va más allá de un mero impacto visual al invitar a una profunda reflexión. Un partido de Liga, el último de una tediosa temporada, y que siempre suele ser motivo de fiesta general y de despedida emotiva para unos y otros, se convirtió en un suplicio para todos: para los del césped y para los de un palco casi desértico y amedrentado. Fuera, más de cinco mil voces que se hicieron escuchar mientras el anodino juego aburría a los asistentes. Dentro, la cifra oficial de espectadores lo dice todo: 16.189. Eso, en otros escenarios, hasta se podría considerar medianamente aceptable. Pero en Mestalla no. Un lugar tan magnánimo como éste, que va camino de cumplir los cien años, experimentó la jornada más sonrojante y triste de su existencia. Más aún si tenemos en cuenta que muchos de esos dieciséis mil y pico sólo hicieron que activar el pase para que rodara el torno y así contar como asistencia para futuras exigencias. Los hubo que estuvieron fuera protestando y luego entraron durante el desarrollo de la primera parte, sí, pero también los hubo que se dieron media vuelta y se marcharon a casa tan resignados como vinieron. El Valencia está apartando a su gente incluso de lo que más quiere, que no es otra cosa que ir a su estadio a ver a su equipo. Lo nunca visto. Eso, además, invita a pensar en el fracaso más absoluto en la campaña de abonados que está a la vuelta de la esquina. Escalofriante.
Todo este sábado fue noticia. Tanto el bullicio de fuera como el silencio de dentro. Ver a los jugadores saltar al terreno de juego como si el envoltorio fuera un partido de entrenamiento contra el juvenil hace casi más daño que los cánticos, las banderas, las pancartas, los carteles amarillos, los mariachis, los silbatos y las caretas de El Dalí que se vieron en la calle.
La afición está cansada y la movilización de los grupos de la oposición liderados esta vez por Libertad VCF sólo puede ser recogida como un éxito total. Tanto por el despliegue callejero como por la decisión luego individual de cada abonado y aficionado de quedarse en su casa y verlo por televisión. Muchos extranjeros turistas, que quisieron ver el partido, alucinaron con el espectáculo del exterior.
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Cuando Lim encendió la tele en el sofá de su casa vio con toda nitidez el color de las butacas de un estadio legendario. Quizás hasta se colaría por el sonido alguno de los cánticos que se produjeron, sólo apagados al principio por la megafonía y por una voluntariosa banda de música. Porque cánticos hubo y muchos. Algunos ofensivos y de mal gusto, todo hay que decirlo, pero la mayoría ya conocidos y repetidos hasta la saciedad. «¡Invasión!», «¡Estamos hasta los huevos!», «¡Dónde están las entradas!», «¡Meriton el que no bote eh!» sin olvidar los «¡Anil, canalla, fuera de Mestalla» y el «¡Peter vete ya!» casi tradicionales.
El despliegue policial fue importante. No hizo falta intervenir, pero por si acaso y cuando todavía faltaba media hora para el inicio del partido, las puertas de acceso al palco desde la calle se cerraron. Eran los primeros instantes de la tarde cuando todavía la gente estaba con fuerzas vocales suficientes para hacerse oír hasta en la zona noble. Hubo algo de confusión para los invitados que trataban de acceder en medio de las protestas generalizadas y el mismo responsable del club que ordenó que se cerraran dio la orden de que se volvieran a abrir. La cosa no pasó a mayores.
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Ni en ese instante ni luego, conforme fue desarrollándose el juego. Fuera se festejaron los goles y el bullicio generado que se vivió fue superior al que se ha palpado en muchos de los partidos que se han disputado a lo largo de esta temporada. Mestalla por desgracia no es ya lo que era. Eso sí, como manda la tradición, cumplieron los de dentro con el minuto 19. Los pocos que había apuntaron sus carteles y sus voces hacia el presidente. Murthy no se salva ni en la fiesta de final de curso. Quizás sea la última vez que lo tenga que aguantar como presidente porque el panorama que ha conseguido crear Meriton es de una sociedad, valencianista y valenciana, hastiada.
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