Mestalla estrenó ayer su 90 temporada en Primera. Palabras mayores. El que más se le acerca es el viejo San Mamés con 82. Lo hizo con un partido en mayúsculas. El Valencia, todo corazón y entrega, tuteó al Barcelona hasta que Lewandowski clavó el segundo de sus puñales en el arranque de la segunda parte. Ahí se le hizo largo el partido a los de Baraja, que pagaron caro su falta de acierto ante la portería de Ter Stegen. En la primera parte, de las cuatro ocasiones claras (algunas sin oposición) el Valencia sólo logró embocar una. Poco bagaje ante un equipo que también marcó antes del descanso y que no suele perdonar a los que le dejan con aire. Así fue.
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La primera derrota de los valencianistas en un primer partido de una temporada, el último precedente era de 2016 ante Las Palmas también en Mestalla, no debe empañar el gran trabajo sobre el césped. Con ese tono, los jugadores de Baraja, y Baraja, tratarán por tercera campaña seguida de estar más a la altura que su máximo accionista. Porque el Valencia es más grande que Peter Lim. Mucho más, por si alguien tenía alguna duda. El drama para el valencianismo es que tiene que convivir con un continente, la anomalía de tener al dueño de Meriton como máximo accionista que tiene al proyecto deportivo en derribo, y el contenido, que es la historia de un club con 105 años y con un patrimonio sentimental que jamás lo podrá comprar nadie. El Valencia es Mario Alberto Kempes, que sigue siendo venerado cada vez que pisa Mestalla y que se emocionó como un valencianista más que es con el minuto de silencio en memoria de Cerveró, o Baraja, uno de los símbolos de aquel equipo que ganó un triplete hace 20 años y que ahora es el único eslabón entre un club que cada vez está más separado de su gente y la afición. La que sigue llenando las gradas, pese a que Lim cada vez pone más complicado maridar ese sentimiento -que pasa de padres a hijos y de abuelos a nietos- con la dura realidad deportiva.
Ese sentimiento, que muy pocas expresiones deportivas logran concentrar igual, explotó cuando Hugo Duro cabeceó el balón para que besara la red de Ter Stegen a los 44 minutos. Con suspense, porque el asistente levantó la bandera, el gol subió al marcador tras la revisión del VAR. Tres minutos después, el Valencia podía haberse marchado al descanso con un botín suculento, pero Cubarsí sacó sobre la línea otra asistencia del asturiano al madrileño. A la gran primera parte de los de Baraja, que con un 30% de posesión dio mucha más sensación de peligro efectivo que su rival, le sobraron unos pocos segundos. Los que pasaban de los cinco minutos de añadido cuando Lewandowski estiró la pierna para cazar una asistencia de Lamine Yamal y hacer subir la tablas. La realidad de plantilla de los valencianistas se explica con el dato de que el polaco tiene 35 años y la suma de los dos centrales que le vigilaron ayer, Yarek y Mosquera, 39.
La variante de descolgar a Rafa Mir en banda derecha, con Almeida de enganche, dio sus frutos muy pronto. No se había cumplido el primer cuarto de hora cuando un centro de Hugo Duro no fue rematado por milímetros por la cabeza de Mir. No pasaron ni dos minutos hasta que, en otro ataque de vértigo, Almeida forzó un córner que fue la antesala de otra opción clara de gol para Duro, que se lanzó en plancha a rematar sin oposición pero con la mira telescópica algo mal calibrada. Su remate de cabeza se marchó por encima del larguero, para el lamento general. Duró poco, puesto que en el minuto 22 llegó otra gran ocasión para que se adelantara el Valencia en el marcador. Un disparo de Diego López acabó rebotando en Cubarsí para convertirse en un balón con veneno camino de la portería de Ter Stegen. El alemán tiró de reflejos para desviar con su manopla derecho. El partido se ralentizó durante 20 minutos, normal con una sensación térmica muy superior a los 30 grados pasadas las diez de la noche, hasta que llegaron los dos goles de la primera parte. Y esa sensación de que ese empate no hacía justicia al colmillo de los de Baraja. Faltó acierto... una de las leyes del fútbol.
Y ese mandamiento, que suele llevar un reverso tenebroso para el que no aplica ese acierto, explotó en el arranque de la segunda parte en contra del Valencia. A los tres minutos un toque de Mosquera a Raphinha en la disputa del balón, de esos penaltis que siempre jalonan las discusiones entre amigos de diferentes equipos de se pitan a quien se pitan, terminó en el segundo en la cuenta de Lewandowski. El debate volvió, en el minuto 55. Esta vez el de las segundas amarillas... que de vez en cuando se perdonan. Cubarsí, que ya tenía una amarilla, agarró por detrás a Hugo Duro cuando el madrileño iniciaba un ataque. Falta clara... sin tarjeta. Bueno, sí. Para Baraja, que explotó como los más de 46.000 presentes en Mestalla que animaban a los que vestían de blanco y negro. Con eso se quedó, con el berrinche y con las mismas amarillas en ese instante del partido que el central del Barça. Cosas del fútbol. Hasta Hansi Flick se dio cuenta y, discretamente, cambió poco después a su central sabedor de que estaba jugando con fuego y que se había escapado por poco de quemarse. El marcador ya no se movió.
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