Secciones
Servicios
Destacamos
María José Carchano
Viernes, 24 de noviembre 2017
En el pasillo de su casa en un impersonal edificio de la avenida de las Cortes Valencianas, con vistas a un estadio inacabado que evita mirar, luce un cuadro regalado donde se lee: «Alejado de palcos y zozobras descansa el corazón enamorado de un Valencia a menudo tan esquivo. Ahí quedan sus obras lacerando de nobleza tu costado, Jaime, tan bonico y tan altivo». Define muy bien al que ha pasado a la historia como el presidente más laureado del club de Mestalla, que además de su bien conocido carácter populista es un hombre sencillo, ya prácticamente retirado, que conserva la devoción por su Cristo de los Necesitados y se adapta como puede a su nuevo papel de abuelo.
–Hace muchos años ya de aquello pero cuénteme. ¿Cómo recupera su vida el día después de dejar la presidencia del Valencia?
–Ese trabajo comienza en el momento en que accedes a un cargo público donde sabes que estarás en primer plano. El secreto fue decirme a mí mismo que no cambiara, no perder los amigos de siempre por otros que después seguramente dejarían de serlo. Pienso que me ha ido muy bien, porque al día siguiente estaba con mi gente, entre Aldaia y Alaquàs, y he continuado así. Esa es mi herencia, aunque la gente me recuerda porque vivimos cosas muy bonitas y se logró lo máximo.
–Es usted una persona muy conocida. ¿Más de una década después de dejar el club todavía le paran por la calle?
–Sí, sí, la gente me da mucho cariño, sobre todo las personas mayores y los niños. Las abuelas siempre han sido mi debilidad, me decían guapo por la calle. Recuerdo que cuando mi madre estuvo en una residencia, ya muy mayor, e iba a visitarla me encariñé muchísimo con todas las mujeres que había allí. A una la besaba, la otra me estaba esperando… Todavía hay veces que me dicen: «Oye, que aquel día te silbé, pero bueno, es que silbaron todos, pero tú eres uno de los nuestros» (se refiere a la histórica pitada que sufrió durante la presentación del club en la temporada 2003-04, tan impactante que desde entonces no ha habido más parlamentos presidenciales en este tipo de partidos en Mestalla).
Una noche quedó grabada en la mente de Jaume Ortí. Aquella en que tras recibir una pitada histórica de la afición tuvo que irse corriendo a La Fe para acompañar en la agonía a su padre. Pero nunca albergó rencor. «Es muy bueno», dice de él su mujer. «Soy un ‘arreglaparroquias’», replica él con humor
–¿Fue aquella pitada uno de los momentos más duros que vivió al frente del Valencia?
–Es que silbó mucha gente… Además, se dio la circunstancia de que mi padre se encontraba en La Fe muriéndose el pobre y mi madre, que estaba escuchándolo, reaccionó, quizás incluso lo exageró y me llamó. Me dijo: «Vente porque si no puede que no veas a tu padre ya vivo». Así que cuando acabó la presentación me fui a ver a mi padre y cuando se jugó el partido yo ni siquiera estaba en el campo.
–Se ha dicho que podría volver al club.
–En algún momento han pretendido que echara una mano y estoy dispuesto a ello, pero eso implica que te dejen hacer cosas, y de momento, por lo que se está viendo, la gente que entra en el Valencia está muy supeditada a las decisiones de una persona que vive muy lejos y debería dar más confianza a los que tiene aquí.
–¿Ha intenta inculcar a sus hijos el amor por esos colores?
–El problema es que ellos han vivido la parte mala del fútbol, lo negativo de presidir un club como el Valencia, el hecho de estar siempre fuera de casa, viajando, y querían repescar a su padre. Nunca les ha gustado presumir de ello. Mi hijo mayor en la Universidad llegó incluso a no usar mi apellido y ponerse el segundo para que no lo identificaran conmigo; pero no tuvo en cuenta que uno de los profesores era muy futbolero y lo pilló. Una de mis hijas no quería acompañarme por la calle, porque me paraban a todas horas. Así que un poco de anonimato siempre viene bien. Cuando acabé lo agradecieron a nivel personal. En aquella época viví con la maleta a cuestas.
–Además de la familia, ¿qué otras cosas pudo recuperar?
–Tiempo para mis amigos y para poder disfrutar de mis aficiones, aunque ya le digo que llevamos muchos años jugando al fútbol en Alaquàs, incluso en aquella época, y a no ser que tuviera partido en Europa o algún compromiso importante dos días a la semana, a mediodía, no perdonaba esa cita.
–Cómo decía Mariola Hoyos de su padre, que también presidió el Valencia, ¿usted ha sido de los no cenar, no dormir o incluso llorar por los malos resultados deportivos?
–(Ríe) Mariola es una gran amiga, de esos pocos que quedaron. En el fútbol se llora de pena y de alegría, igual como en la vida. Y el Valencia nos ha dado de todo. Puedes llorar después de la final de Milán, tras perder la Champions, y también después de Göteborg, que nos dejó un sabor de boca tan dulce (allí conquistó el equipo ante el Olympique de Marsella la Copa de la UEFA, justo al finalizar la temporada que había empezado con aquella pitada).
–Hablemos de su infancia. Usted es de pueblo, de Aldaia. De jugar en la calle, supongo.
–La verdad es que lo hice menos de lo que hubiera querido, porque mis padres tenían entonces un molino de pienso y como era un trabajo relativamente sencillo les ayudaba al salir del colegio.
–¿Qué tiene usted de pueblo?
–Es una mentalidad diferente a la de la gente que ha nacido en Valencia, no digo que sea ni mejor ni peor. Quizás la relación con las personas mayores. Por allí dicen que entierro al que no vaya Jaime Ortí no es entierro.
–No me diga…
–Si he podido y conozco a la familia he estado con ellos. Eso sí, voy a entierros de personas que mueren a una edad avanzada, para acompañarles después de haber vivido muchos años, cuando ya toca, porque no es una desgracia, sino estar con ellos en el final del trayecto. Pero además soy de pueblo porque hemos vivido juntos muchas cosas, sobre todo la riada del 57, donde todos lo pasaron tan mal.
–¿Recuerda aquel día? Usted debía de ser un niño.
–Sí, yo tenía diez años y resultó muy duro. Nos fuimos al otro lado del ‘barranquet’ y nos pusimos en unos balcones junto al resto de la gente que veía cómo sus casas se inundaban y de las puertas abiertas salían muebles y todas nuestras pertenencias, arrastradas por el agua. Aquello te hace fuerte y te hace además saber ayudar a quienes tienen más problemas que tú. Cuando ha habido una desgracia por ahí, uno recuerda aquellas imágenes. Me viene a la mente una señora que estaba en la calle y de repente vimos cómo un tsunami que arrastraba animales, carros y árboles venía hacia nosotros. Recuerdo llamarla: «¡Remedios!» Correr los dos hacia su casa y llegar justo antes de que nos arrastrara aquella ola enorme. La imagen la tengo grabada aquí (se señala la cabeza) a fuego.
–¿Qué se aprende de aquello?
–Que no somos nadie. Me ha quedado además una preocupación por el medio ambiente, en el que uno ve cómo cada vez hay mayores catástrofes y los que tienen en su mano poder para paliar estas situaciones no hacen nada.
–Usted estuvo al frente de una empresa familiar.
–Mi padre y yo creamos la empresa después de que él no tuviera mucha suerte en algunos de los negocios y trabajos que emprendía. Empezamos de abajo, se dedicaba a cerramientos de persianas, y mis dos hermanos se incorporaron conforme se hicieron mayores. Hemos peleado mucho, llegamos a tener más de 300 trabajadores, pero la crisis inmobiliaria nos hizo demasiado daño. Fue un drama para la mayoría de la gente que empleábamos, y que eran amigos, o hijos de amigos, incluso varias generaciones de la misma familia. Y eso hace mucho daño en un pueblo.
–¿Han sido los momentos más duros que ha vivido?
–Aquello fue muy duro, pero los más difíciles son siempre cuando nos falta algún ser querido. Por suerte, mis padres, los dos, han muerto siendo ya muy mayores y en este sentido estoy muy agradecido a la vida, que me ha permitido disfrutar ellos. Y ser feliz en el momento en que te dejan porque ya tenían una edad avanzada.
–¿Qué le enseñaron?
–Sobre todo el significado del esfuerzo. Como ya le he dicho, mi padre no había tenido mucha suerte y durante todos los años en que estuvo en la empresa de aluminio disfrutó muchísimo, sólo por el hecho de tener trabajo, de estar con sus tres hijos. Aprendí de ellos también a no creerme más que nadie, a no ser ostentoso y sobre todo ser buena gente. Porque además veía en ellos ese ejemplo.
–Triunfó entonces en los negocios, estuvo al frente de un club. ¿Se ha considerado un líder?
–Nunca. He sido, como decimos de broma, un ‘arreglaparroquias’. Cuando estuve en el Valencia, tanto en mis años de vicepresidente como de presidente, más que liderar lo que yo hacía era aunar a gente muy diversa, gente que tenía muchas ambiciones, y era esa conciliación de posiciones lo que lideraba el proyecto. Yo siempre aplazaba al día siguiente cuando alguien decía: «A éste lo tiramos ». Y ese día nunca llegaba.
–¿Es usted también un mediador en su vida personal?
–Siempre he sido una persona muy tranquila. En ese momento interviene su mujer, que llega de hacer unas compras. «Tiene sus defectos, como todos, pero las cosas buenas superan a las malas, por supuesto. Es una persona muy pacífica, y aunque él no se dedique a las cosas más cotidianas de la familia, como ir al parque, a la hora de la verdad se preocupa mucho por los demás, primero son los otros y después él. Y –añade– en casa antes no estaba y ahora está demasiado (ríe). Porque yo siempre he estado acostumbrada a llevar una vida independiente. Pero sobre todo es muy buena persona, muy legal, justo y sincero. Y hoy en día es difícil encontrarlo».
–¿Cómo es su vida ahora?
–Siempre hay cosas que resolver, relacionadas con el cierre de la empresa, aunque no tengo la misma actividad que antes. Me gusta leer, ver algunos programas de la televisión. Y pienso mucho. Me da mucha pena Valencia, ya que hemos perdido muchísimas cosas. Somos autodestructivos, aunque al menos ha surgido el liderazgo de una persona que está haciendo muchas cosas buenas, que es Juan Roig. Porque la burguesía se ha dedicado a lucirse y dejar caer los símbolos de los valencianos. Me preocupa el futuro que estamos legando a nuestros hijos.
–Usted tiene cuatro hijos, algunos ya mayores.
–Tengo dos de mi primer matrimonio, uno de ellos viviendo en Miami y otra trabajando con vinos aquí en Valencia, y dos chicas con mi actual mujer, de las cuales Carolina está fuera, estudiando un máster en Londres. Otra está con nosotros, tiene una discapacidad del 52% y hace todo lo que puede.
–¿Es duro tenerlos tan lejos?
–Mire, justo el día del atentado en Bruselas estaban los dos viajando, y la verdad es que a uno se le para el corazón en ese momento. Lo pasas mal, porque en el aeropuerto ves la psicosis que existe y te preocupas, claro.
–Con tres nietos, ¿se considera buen abuelo?
–(Ríe) Creo que en eso tengo mucho que mejorar. Sí es cierto que dos viven en Miami, pero lo de los nietos es un desafío nuevo. (Su mujer añade: «Es que de padre tampoco se entrenó mucho», y ríe).
–Dígame, sinceramente, ¿hubiera vivido en algún momento en otro lugar que no fuera Valencia?
–Eso es como si me preguntara: «Le gustaría tener otra familia ». Es la mía, es la que quiero, y con Valencia a mí me pasa lo mismo.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.