Diego Armando Maradona era patrimonio del fútbol mundial pero para el pueblo argentino era mucho más, una cuestión cultural. La primera vez que el pelusa vistió la albiceleste compartió ese momento único con un recuerdo que le une emocionalmente a Valencia. Darío Felman (Mendoza, 1951) apuraba su etapa en Boca antes de mudarse a Mestalla. En la Bombonera, el 27 de febrero de 1977, debutó con Argentina en un amistoso frente a Hungría de preparación para el Mundial del 78. Con 5-1 en el marcador, la grada comenzó a corear el nombre de un jovencísimo Maradona que tenía 16 años y 5 meses. «El flaco (Menotti) le dijo caliente Dieguito vamos adentro y atrás fui yo, vamos Darío que también vamos a entrar», rememora un emocionado Felman que evoca ese momento único: «En el calentamiento en la banda le miraba a Diego a la cara, con sus 16 años, y me decía madre mía ni Pelé debutó tan joven. Ese día se divirtió y se enamoró de la albiceleste. Le brindó a la gente lo que la gente quería, su forma de sentir y vivir el fútbol». Desde ese día, ya tenía claro que estaba ante un jugador legendario. «Si a Maradona le tirabas una lavadora o una nevera la bajaba al piso. Nació con ese don, con ese prodigio. Acariciaba la pelota y la pelota se quería quedar a vivir con él toda la vida», sentencia.
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El que fuera jugador del Valencia entre 1977 y 1983 –campeón junto a Kempes de la Recopa y la Supercopa de Europa– comparte un sentimiento de amargura tatuado por el latido de un país «porque como Diego se murió muchas veces y resucitó siempre tuvimos la esperanza de que sería mentira. No fue así, esta vez no pudo gambetear a la muerte» y resume la clave de su magnetismo: «Su pasión era el romance que tenía con la pelota, era el último mito que nos quedaba vivo. Muchas generaciones de argentinos se han enamorado del fútbol gracias a Maradona. Nunca se sacó el barrio de la cabeza, sintió esa responsabilidad desde que tenía 17 años y se cargó a la espalda a toda la familia. Era el papá, la mamá, el hermano, el primo, el sobrino y el vecino. Eso es duro». Aunque Argentina celebró el Mundial del 78 como una liberación, con Mario Kempes de estrella, a la situación en un país dominado por una dictadura militar se añadió el golpe de la guerra de las Malvinas en 1982. La aparición del astro, fue una bendición: «Maradona hizo de Argentina un país alegre, nos unió. Nació un ídolo y el mesías que un país tan desordenado como Argentina estaba esperando. Se vivieron cosas muy feas, apareció Maradona y unió a todo el país. Kempes, con su humildad, dejó a un lado ese protagonismo porque en ese momento era el mejor. Le cedió el paso y el otro lo tomó, por eso siempre Diego tuvo palabras de elogio para Mario». Algo que vivió Felman en primera persona en el debut del astro en Mestalla con la camiseta del Barça: «Se acercaba a nosotros y te decía 'eres un fenómeno, la gente no viene a verme a mí sino a todos ustedes'. Él sentía que todos éramos importantes y respetaba mucho a aquel Valencia que tenía a Kempes. Ese era el auténtico Maradona, el Diego apasionado del fútbol».
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Uno de los defensas del Valencia que tuvo que lidiar con Maradona fue Manolo Botubot. «Era muy rápido y siempre te adelantaba en el pensamiento», reconoce el gaditano que tiene claro que hoy en día aún hubiera sido un jugador más grande: «Además del tono muscular fuerte, técnicamente es el mejor jugador que yo vi en un campo. Teniendo en cuenta lo que se ha mejorado ahora con los balones, las botas o el césped sería una bala. Más imparable aún». A Botubot le marcó la primera vez que se enfrentaron a él en el Monumental: «Nos quedamos con la boca abierta. No tenía más de 18 años. Sacaba el portero y él la bajaba en el centro del campo y era el dueño de todo. Nos mirábamos embobados por los controles y la velocidad. Tengo grabado de ese día un toque después de un córner que se puso a dos metros del primer palo, la tocó de espaldas de tacón y se estrelló el balón en la escuadra del segundo palo». En agosto de 1981 Argentina disputó un amistoso en Mestalla ante el Valencia. Botubot le pidió a Maradona tras el partido que intercambiaran las camisetas y el astro accedió. 25 años después, el gaditano se reencontró con él durante la Copa del Mundo Indoor de fútbol sala de 2006 en Jerez. Maradona se acordó de aquel momento y le firmó a Botubot su camiseta, mientras se fumaba un puro sentando en uno de pasillos del pabellón.
Maradona jugó en el Sevilla en la temporada 92-93. Fernando Giner no olvida un 2-2 con el Valencia en el Pizjuán donde el argentino no marcó pero seguía repartiendo magia: «En el calentamiento los niños le tiraban desde la grada pequeñas pelotas de plata, él las controlaba, empezaba a hacer toques y luego la devolvía con un chut. La gente se volvía loca y nosotros nos quedamos alucinados. Tenía un don para jugar al fútbol y te dejaba claro con esos detalles que te seguías enfrentando al mejor jugador del mundo». La pelota no se mancha y por eso Maradona siempre será una leyenda.
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