Orgullo, sentido de pertenencia, entusiasmo o fascinación son algunas de las sensaciones que el valencianismo experimentó días y horas anteriores a la final oficial. Colorido cánticos, pólvora, pasión, hermandad y abrazos a 700 kilómetros de nuestras casas, unidos por un escudo, por una historia y por un sentir. Intencionadamente alejados del problema, de la distracción institucional del pesimismo y del futuro. Tan centrados en lo único importante, lucir sometimiento al ideal por el que viajamos, dar calor al equipo actuando al dictado del corazón.
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No existe mejor manera de expresar las sensaciones de después del partido que hacerlas a pecho descubierto. Arrojadas desde las entrañas de cada cual y desde la profundidad de una pasión que pasa de padres a hijos. La nuestra, el sentir de esta plataforma nos lleva a todos los que la formamos, a coincidir que tras la derrota aún queremos más que l día anterior al Valencia. Que nos encantaría poder abrazar jugador a jugador y decirles que nos sentimos representados por ellos, que nunca los vamos a abandonar, que su lágrimas son las nuestras o que la dignidad con la que compitieron ya forma parte de aquellos hitos recordados del club.
Pudimos haber titulado esta humilde mención de otra forma y en línea de lo hasta aquí escrito. Pero no seríamos justos con una realidad que dos días después hay que entender que debemos afrontar. Tras la desgarradora despedida a los futbolistas también sentimos vértigo. Un temor real al devenir del club. a las continuas exhibiciones de desprecio de un accionista mayoritario que opta por no acudir a una cita como la del sábado o a la intolerancia, incompetencia y la ineficacia de sus administradores. o también a las consecuencias en modo de venta de futbolistas de un desequilibrio económico a 30 de junio superior a los 74 millones de euros. O al mantenimiento o no del técnico Bordalás, baluarte del espíritu competitivo de un equipo que cree en él. O con la reanudación o no de la construcción del nuevo estadio y un largo etcétera.
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En las próximas horas todos vamos a jugar otra final. Para nosotros ya, la final. Esa que habla de cumplimiento o incumplimiento y supervivencia. De valentía en unos y de consecuencias en otros. De decisiones políticas de enorme envergadura como la validez al proyecto o lo que sea del Nuevo Estadio, conformidad o no del rango de garantía de una comfort letter y a la certificación por parte de una inmobiliaria sobre una venta a futuro. Y como ya hemos escuchado pronunciamientos políticos acerca de la imposibilidad de mantenimiento de lso privilegios urbanísticos frente al proyecto presentado y sin esperar el resultado del estudio realizado por parte de los técnicos del IVF para considerar como no rango de aval el documento y certificación anteriormente mencionados, esperamos una reacción del club victimista, despechada y ruidosa. Ya saben, algo así como «no retomamos las obras» porque no nos dejan. En definitiva y si se cumple nuestro pronóstico, se oficializará el régimen de INSUBORDINACIÓN.
Y ese será el momento de ustedes, los gobernantes. Y esos 20.000 aficionados que veían a su izquierda del palco de La Cartuja más los que se quedaron en casa, estarán atentos a sus decisiones, a su valentía, al cumplimiento de la Ley y al clamor de todo un pueblo dispuesto a ganar esta final. La del honor. La de la vergüenza. La de la ciudad. La de los votantes. La del corazón. La de la historia. La de los que ya no están. La inevitable. La deseada. La victoria de una hermosa y valenciana revuelta que nació por el desprecio y que se hizo fuerte en la adversidad. Si ustedes no nos fallan, el resto va a ser posible.
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