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Alfredo Di Stéfano, rodeado de aficionados después de ganar la Liga 70/71. Bernat Navarro Porter
La Liga que nadie esperaba

La Liga que nadie esperaba

EL TÚNEL DEL TIEMPO ·

Fuera de las quinielas. La gesta de 1971 se labró poco a poco y, tras un inicio preocupante, vino la arrolladora irrupción con victorias de ley, portería imbatida y el asalto al liderato

PACO LLORET

Viernes, 16 de abril 2021

Nadie lo vio venir. El desenlace superó las previsiones más optimistas. Aunque el entusiasmo campaba por Mestalla en el verano de 1970, cuando el Valencia decidió recuperar el Trofeo Naranja después de un prolongado paréntesis de seis años, ni el más fanático de los valencianistas habría apostado por su equipo como candidato al título liguero antes de alzarse el telón. Aquel estado anímico de euforia respondía a dos premisas que triunfan por estos pagos: la novedad y la curiosidad. Hubo una clara ruptura con el pasado inmediato. El relevo generacional dio paso a una profunda renovación. Ese movimiento también generó polémica, algunos de los grandes referentes del club pasaron a la reserva: Roberto y Pesudo; otros, abandonaron la entidad: Waldo y Guillot.

Desde fuera llamaba la atención el aterrizaje de Alfredo di Stéfano en el banquillo. Un nombre sagrado como jugador pero un entrenador sin bagaje en nuestro fútbol más allá de una corta experiencia en Elche, aunque había llevado a Boca Juniors a ser campeón de Argentina. A pesar de ello, el Valencia no entraba en las quinielas. El ejercicio anterior se lo habían disputado los dos clubes rojiblancos de mayor solera en un apasionante codo a codo resuelto a favor de los del Manzanares. Ambos seguían como principales aspirantes junto al Barça y el Real Madrid por inercia histórica. Para asombro general, el Valencia los superó a todos y se proclamó campeón.

Mañana se cumplen cincuenta años de la conquista de un título cuyo impacto ha quedado perpetuado en el recuerdo por muchas razones. Aquella gesta se labró poco a poco, después de un principio preocupante: una victoria en las primeras cinco jornadas. Después vino la arrolladora irrupción. Victorias de ley, portería imbatida y en el ecuador de la campaña, el asalto al liderato. La decoración cambió de forma gradual. A partir de entonces se aplicó en la feroz defensa del primer puesto, los trances superados con épica, los goles legendarios. Todos los obstáculos salvados hasta entonar el alirón a pesar de perder el último encuentro. La gloria llegó por el camino más inesperado.

No ha habido un partido de Liga lejos de casa con tantos valencianistas en la grada como el de aquella inolvidable tarde en Sarrià. Ninguno en toda la historia de la entidad. Esa singularidad refleja el fervor desatado en torno al equipo de Di Stéfano. Una locura colectiva. En los años anteriores, a lo largo de la década de los sesenta, el Valencia nunca pudo finalizar entre los tres primeros en el torneo de la regularidad. Sin embargo, disputó cinco veces las semifinales coperas, alcanzó dos finales y conquistó un título. En ese terreno se encontraba a gusto. Su rendimiento en Europa también fue notable, pero no así en la Liga, salvo en la célebre primera vuelta de la temporada 65-66, bajo la batuta de Sabino Barinaga, cuando se situó colíder.

El declive valencianista en la Liga venía de antes, arrancó en la segunda mitad de los años cincuenta por un sinfín de razones. El Valencia perdió ese tren por cuestiones económicas, deportivas y de gestión. Se había cerrado un ciclo después de haber ganado tres títulos de Liga en la década anterior y de haber sido subcampeón otras dos veces, en ambas cuando el título parecía estar en el bolsillo. El Valencia pasó de ser un fijo en el selecto grupo de equipos con opciones para llevarse el título a situarse en un escalón inferior. En ese contexto, se produce un inesperado terremoto que altera el orden establecido. De repente, el conjunto de Mestalla irrumpe con una fuerza descomunal y asombra a propios y extraños. Al principio parecía flor de un día, después se comprueba que los cimientos son sólidos. Así se explica la pasión sin límites que se crea entre sus incondicionales.

Aquel Valencia se hizo fuerte en Mestalla pero también destacaba su rendimiento como visitante. Su columna vertebral era muy reconocible, al igual que su estilo de juego. Abelardo hizo la temporada de su vida, paró penaltis determinantes y ganó el trofeo Zamora. La defensa trituraba a sus oponentes. No recibió un gol en 17 de los 30 partidos disputados. Sol, Tatono, Aníbal y Antón fueron los que más jugaron, pero Barrachina y Vidagany también rindieron a un alto nivel mientras que Jesús Martínez actuó de comodín, en ocasiones se alineaba en la medular y en otras en la retaguardia. La gran estrella del Valencia era Pep Claramunt. Sus cualidades extraordinarias arrastraban al equipo, gracias a su magisterio y a una energía sin límites aquel equipo iba como una moto, secundado por la clase de Paquito, el capitán, en su último gran año y el apoyo de un falso delantero centro como Pellicer y de un interior como Forment que aportaba trabajo y goles decisivos. Arriba Sergio, Valdez y Claramunt II, cada uno en su registro, aportaban mordiente, picardía, velocidad y goles. Hubo otros actores de menor rango como Poli, Ansola, Fuertes, Jara, Uriarte II, Cota y Nebot, de apariciones fugaces, integrantes de una plantilla que consiguió una proeza y desafió las teorías y los pronósticos. El gran Valencia de la Liga del 71.

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