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«Cuando se llevaron a Romario en camilla, lesionado, pensé que a mí se me llevaban allí también»

«Cuando se llevaron a Romario en camilla, lesionado, pensé que a mí se me llevaban allí también»

Jorge Valdano recuerdo su año como entrenador del Valencia CF: «La ciudad era fascinante, pero no pude ganar dos partidos seguidos»

Cayetano Ros

Viernes, 25 de octubre 2019, 00:25

La charla telefónica con Valdano (Santa Fe, 64 años) discurre fluida del hilo de una de sus mejores cualidades, el sentido del humor. Este sabio del fútbol llegó en una etapa muy convulsa al Valencia CF de Paco Roig y cumplió apenas 10 meses, de noviembre de 1996 a septiembre de 1997, llenos de sobresaltos.

-Llega al Valencia CF en 1996, con 39 años, y van a recibirlo los 'bessons de Rafelbunyol' con naranjas de regalo. ¿Qué pensó?

-Ahh, sí, me pareció simpático, yo había pasado por Tenerife, donde el fútbol se convirtió en una cuestión social. Ese primer contacto en Valencia me llevó a Tenerife.

-¿Cómo fueron esos primeros días?

-Yo llegaba para suplantar primero a una persona muy querida (Luis Aragonés) y después a un entrenador muy eficaz. Y todos mis esfuerzos eran para consolidar defensivamente al equipo, para que el estilo no girara todo lo rápido que a mí me habría gustado. Nos convertimos en consistentes, pero nos costaba ser alegres.

-¿La tradición de un Valencia bronco y copero chocó con su estilo?

-Mi llegada disrumpía algo, pero tenía más que ver con el carisma y estilo contragolpeador de Aragonés. Luego la imagen de Luis se 'aggiornó' en la selección, pero en toda en su trayectoria como entrenador de equipos era el rey del contragolpe. Yo defendía algo distinto, pero me resultó difícil.

-¿Qué recuerda de la ciudad?

-Valencia me pareció una ciudad fascinante, para quedarse toda la vida, lo que pasa que para disfrutarla del todo tendría que haber ganado dos partidos seguidos, y no había manera.

-¿Algún rincón que le gustara?

-Sí, un restaurante pequeño cerca del hotel donde yo vivía, en la Gran Vía Marqués del Turia, el Pilsener se llamaba. Iba todas las noches con algún colaborador cercano.

-¿Los fichajes de Saïb y de Marcelinho Carioca fueron suyos?

-Ni los fichajes ni las bajas. Un día estaba en París y me llegó una llamada donde me dijeron que acababan de vender a Engonga, a Romero y a Moya. Cuando pregunté las razones, me dijeron: '¿para qué te servían?'. Y yo les dije: 'Para jugar al fútbol'. 'Pero vamos a reforzar fuertemente la plantilla', me respondieron.

-¿Qué le vio a Farinós (al que subió al primer equipo)?

-Un chico con una personalidad muy potente, jugador con radio de acción muy amplio. Lo animé a que se animara y se animó demasiado: en su primer partido le quiso quitar un penalti a Burrito Ortega, y hubo que apretarle el freno. Pero me gustaba ese atrevimiento para comerse el campo. El atrevimiento es una de las armas más potentes de los jóvenes.

-¿Y qué pasó con Fernando Gómez Colomer?

-Lo mismo que me pasó en el Real Madrid con La Quinta del Buitre: que las cosas en fútbol empiezan y terminan. Me hubiera encantado haberlo encontrado en plenitud, pero ya estaba en el camino de vuelta y me tocó gestionar eso. Y nunca es fácil.

-¿Romario fue como se lo había imaginado?

-Sí, fue una auténtica pena que no lo haya podido aprovechar en un solo partido oficial. En los entrenamientos nos resultaba fascinante, en los partidos tan desequilibrante como yo había pensado, pero en el trofeo Naranja, por estar sobremotivado, sufrió una lesión muscular de cierta gravedad (tras una chilena). Recuerdo que pasó al lado del banquillo, arriba de la camilla, y le dije a Giráldez (el preparador físico): 'En esa camilla me llevan a mí también'. Y, efectivamente, duré tres partidos. También por alinear a cinco extracomunitarios en Santander. Los dos primeros partidos de Liga los jugamos sin ninguno de los grandes talentos: ni El Piojo, ni El Burrito, ni Romario, todos con sus selecciones, y en el tercero cometí esa torpeza imperdonable.

-También fue despedido el delegado, Juan Cruz Sol.

-Sí. Merecía yo salir del club, pero Sol en ningún caso porque es una figura representativa y una persona maravillosa.

-¿Zubizarreta le sirvió de Cicerone en ese año en Valencia?

-Zubi se mostró como lo que es: un hombre hecho y derecho. Era tal su autoridad que en una ocasión me salvó la vida profesional. El club estaba dispuesto a echarme, el presidente estaba no sé dónde, Zubizarreta tomó su coche y fue, fuera de Valencia. Le habló con toda la claridad y yo seguí ejerciendo durante un tiempo más como entrenador.

-A usted le trajo Jesús Martínez, pero, ¿cómo era Paco Roig?

-Con Jesús tuve una complicidad absoluta. El presidente era bastante más complicado, tuvimos varios desencuentros, y aun así terminamos en buenos términos. Me lo he encontrado de casualidad algunas veces y se ha mostrado muy amable. El mundo del fútbol lleva a mucha gente hasta extremos emocionales en los que luego no se reconocen.

-¿Por qué no volvió a entrenar tras salir del Valencia?

-En primer lugar porque es una profesión muy absorbente. Para entrenar hay que dedicarle la vida entera. Es muy difícil pensar en otra cosa cuando debes gestionar a 23 jugadores, mediar ante los medios, influir en los aficionados... Y yo estoy lejos de ser una personalidad obsesiva, soy algo más disperso. Si viviera tres vidas, una se la dedicaría a entrenar. Pero viviendo una sola, no. Luego ocurrió también que mi cargo, primero como director deportivo y después como director general del Real Madrid, me alejó de la profesión. Hubo alguna oferta importante que me hizo dudar, pero no lo suficiente para caer en la tentación.

-¿Sigue pensando como futbolista?

-El hecho de estar tan ligado a los medios de comunicación, me obliga a tener el punto de vista de un divulgador: procesar el fútbol desde todos los lugares que lo vi pero envolverlo de la manera más fácil posible para difundirlo. Nadie deja nunca de ser futbolista. El arquitecto muere arquitecto y el médico, médico. El futbolista también muere futbolista.

-¿Hay algo en la vida comparable a marcar un gol en la final de un Mundial y ganarlo (en 1986, contra Alemania)?

-No, no hay nada más importante, es la emoción más grande que se puede vivir en el ámbito futbolístico. Y da una cierta tranquilidad que la experiencia más grande me tocó vivirla. Cuando ocurre produce una felicidad excesiva, traspasa los límites, es el clásico episodio en que sales de él diciendo: 'Esto no me está pasando a mí'. En el campo, fue la única vez que me ocurrió.

-Y lloró varios años después...

-Ah, sí, lo conté un día en un homenaje a la radio en El Escorial. Cuando terminó el partido, yo fui el primero en llegar al vestuario, di media vuelta olímpica, para saborear el momento. Hice fuerza para llorar y no lo logré. Dos años después, mi familia me solía mandar una casette con música y mensajes. Salí de mi casa al parque del Retiro, me puse los cascos y escuché lo que había. En medio de dos mensajes, mi hermano me había grabado el gol de la final relatado por una voz que yo asociaba a mi infancia, la voz de José María Muñoz. Tuve que parar de correr y me puse a llorar. Fue como si la palabra completara el sentimiento. Sin la palabra, el fútbol es muy poca cosa y aquella experiencia me lo demostró.

-La pasada semana, en el juicio por el supuesto amaño Levante-Zaragoza de 2011, el defensor de los jugadores granota acusó al fiscal de analizar aquel partido «como si fuera Valdano».

-No me tomo tan en serio como el abogado defensor.

-Pero, ¿se siente un gurú del fútbol?

-Estoy en un momento en el que no mido las consecuencias de lo que digo. Me siento muy libre para hablar. Y como te pasará a ti cuando escribes, nunca sé muy bien qué es lo que hay del otro lado.

-¿Cuántas citas apócrifas se le atribuyen?

-Algún día voy a escribir dos libros: uno con todas las frases que nos robaron y otro con todas las que no dije y me adjudican.

-¿Se siente más reconocido en España que en Argentina?

-Bueno, como en Argentina no se volvió a ganar un campeonato del mundo, cada vez que voy, la gente me reconoce mucho, más que lo que me merezco porque hace años que no doy, por ejemplo, una entrevista de estas características: no por nada, sino porque me piden tantas que ni puedo contestarlas todas ni quiero quedar mal con nadie. Y así va pasando el tiempo. El argentino futbolero es muy piropeador, de la misma manera que en el campo es muy insultador. Es muy agradable caminar por Buenos Aires, pero resulto mucho más familiar en España porque aquí estoy permanentemente en los medios.

-Usted tuvo 'haters' antes de que se denominaran así.

-Siempre me los he merecido, ehh. Hay tantas maneras de ver el fútbol y en la vida que forma parte de lo normal que haya gente que opine exactamente lo contrario.

-Debe ser de las pocas personas a quienes insultaban con la palabra 'filósofo'.

-Sí, fue en el principio de los tiempos. A mí me insultaron de la manera más bella que se pueda encontrar: me llamaron 'poeta', 'catedrático', 'rapsoda'. Todo eran insultos. Cualquier cosa.

-Con el tiempo, ¿se ha hecho más generoso con los futbolistas y entrenadores?, ¿menos dogmático?

-Hace poco Berizzo me dijo que yo, cuando critico, elogio. Me gusta matizar, me gusta ponerme en la piel del otro, y sé que los errores siempre tienen una justificación, o al menos trato de encontrarla.

-Usted siempre defendió un fútbol técnico y creativo, ¿puede disfrutar viendo un partido de Simeone?

-Disfruto de los partidos, disfruto de los jugadores, siempre hay una excusa para sentirme atraído por un partido. Ahora, si tengo que elegir entre el City y el Atlético, solo por el placer futbolístico, elijo el City. Pero conviene no olvidar que yo fui campeón del mundo con Bilardo: eso me convierte en una persona amplia.

-¿Sigue vigente la división del mundo entre 'menottistas' y 'bilardistas'?

-Sí, está siempre presente y en cada país tiene sus representantes. En el fútbol, como en la política, las ideas necesitan estar personificadas. Lo de Menotti y Bilardo, campeones del mundo en estilos opuestos, se ha ido diluyendo, pero en todos los sitios se mantiene. Cambian los nombres pero la batalla es la misma: entre aquellos que piensan que se juega para ganar, y aquellos que piensan que primero está el juego y después el triunfo.

-¿La España campeona del mundo en 2010 fue un milagro?

-Hice un viaje de 24 horas a Sudáfrica solo para disfrutar de esa final. La sentí tan mía como si hubiera sido un triunfo de Argentina. Porque ahí estaba expresado todo el amor que yo he sentido por ese tipo de fútbol.

-¿Estamos yendo hacia el predominio de lo físico?

-No, yo creo que el fútbol está siendo muy técnico, porque cada vez hay menos tiempo para pensar, y hay momentos como el triunfo de Francia en el último Mundial, donde el poder físico toma relevancia. Pero otros momentos, como cuando España bailaba a todos los rivales, el fútbol parecía solo técnica. Es mucho más complejo. Para llegar a la excelencia, la técnica, la táctica y lo físico deben tener su papel.

-¿Con qué tres equipos se quedaría a lo largo de la historia?

-En orden, el Brasil del 70, que fue el primero que me emocionó: el Ajax de Johan Cruyff, que me costó un poco más entenderlo porque tenía una dinámica endiablada; y la selección española de 2010. Esos tres tocaron cumbre.

-Y en un ránking de jugadores, ¿Maradona estaría arriba del todo?

-Me da mucho miedo poner a nadie arriba del todo. Acepto lo de los cuatro grandes de todos los tiempos: Di Stéfano, Pelé, Cruyff, Maradona y, estoy a la espera de que se retire Messi para sentarlo en la misma mesa.

-¿Habrá un vacío cuando se retire Messi?

-Sí, terrible, primero para el futbolero anónimo, después para el hincha del Barça y, finalmente, para la institución entera, porque en el Barça, en estos momentos, Messi es mucho más que un futbolista, Messi es el poder.

-¿Pep Guardiola y Jürgen Klopp son los mejores técnicos?

-Ahora sí, y si tengo que hacer un ránking, primero Pep y luego Klopp. Siempre me he adherido a los equipos que tienen un dominio absoluto de la situación y a eso aspiran todos los dirigidos por Guardiola. Cada año hay matices que lo convierten en imprevisible, pero desde un estilo ambicioso y atacante.

-¿Qué le parece Aimar como entrenador?

-Me hablan maravillas de él y estoy esperando que dé el paso definitivo. Todo lo que dice me parece interesante, con un perfil pedagógico para poner al fútbol en el lugar que se merece dentro de la escala social. Es una aparición muy higiénica en Argentina.

-¿Qué le sigue emocionando en el fútbol?

-Estamos llegando a un momento en que el análisis de un partido va a ser cosa de matemáticos. Estamos demasiado entregados al 'big data' y a los algoritmos. Nos olvidamos del factor humano y ahí cometemos un error que podríamos lamentar.

-¿Se le fue la mano en el elogio en El País a Kang In Lee tras el partido del curso pasado ante el Getafe en la Copa del Rey?

-Esa aparición me pareció deslumbrante y todo lo que me emociona necesito escribirlo. Lo que dije fue lo que sentía en ese momento. El futuro depende de él. El talento natural lo tiene y esa es una ventaja muy grande como punto de partida.

-¿Qué piensa de Celades (fue jugador suyo en el Real Madrid)?

-Me parece una persona magnífica, de una personalidad sobre todo conciliadora y me preocupó su llegada al Valencia en medio de un conflicto generalizado. No me pareció que estuviera hecho para gestionar ese clima, pero ese temperamento tranquilo sirve para todo. Y poco a poco lo está arreglando.

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