PACO LLORET
Martes, 19 de mayo 2020
Al campo más antiguo de Primera División, con casi un siglo de andadura, solo le faltaba por vivir una pandemia como la que sufrimos en la actualidad. Mestalla ya había padecido con anterioridad las terribles consecuencias de algunos acontecimientos de extraordinaria gravedad, desde la Guerra Civil a la riada del 57. Ambos desastres dejaron su huella devastadora. El santuario del valencianismo lo ha resistido todo y ha salido airoso, reflejo del espíritu del club, capaz de superar la adversidad, de renacer de sus cenizas en las peores situaciones. En su larga existencia se acumulan los momentos inolvidables, los fogonazos de felicidad, los reveses dolorosos. La vida en toda su expresión. Muchos tenemos nuestra propia historia íntima con Mestalla, con un inicio probablemente compartido por generaciones desde la infancia, acompañados en el rito bautismal por un padre que ya no está. Después, cada uno ha seguido un camino, con puntos comunes, repleto de vivencias hasta llenar un álbum todavía incompleto.
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Testigo del paso del tiempo, desde sus entusiastas orígenes, con un club ambicioso que le asignó al campo un papel clave y fundamental en su crecimiento y expansión. Los padres fundadores también en esto fueron visionarios. Un acierto que situó pronto al Valencia FC en la élite. Su apuesta resultó certera. Mestalla adquirió prestigio y su nombre cobró fuerza, nació tal día como hoy en 1923, con un terreno de juego de tierra pero que, dos años después, ya albergó el primer partido internacional de selecciones y, al año siguiente, con la hierba recién estrenada, la primera de las numerosas finales de Copa. Un recinto mundialista y olímpico, sede de la primera final en la historia de las competiciones continentales de clubes disputada por dos rivales del mismo país. Una efeméride poco explotada aquí e ignorada donde siempre.
Con su señorial tribuna de influencia británica como signo distintivo a finales de los años veinte que después fue ampliada con el majestuoso proyecto del Gran Mestalla, ha acogido mítines políticos, conciertos de música y hasta final de etapa de la Vuelta Ciclista a España, pero, sobre todo, Mestalla es el espacio sentimental en el que se reúnen los incondicionales a una causa que desafía, contra viento y marea, los vaivenes de la entidad. Ni la venta imposible de sus parcelas, los planes inmobiliarios estrafalarios o las reformas absurdas y forzadas del pasado le restan encanto. Mestalla siempre será el campo donde entusiasmó la delantera eléctrica, voló Eizaguirre, sentó cátedra Fernando, reinó Arias, enloqueció con Kempes, admiró a Puchades y se enamoró de Claramunt. No caben todos. Ellos son algunos de los principales exponentes de una historia de amor única e imposible de romper.
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