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paco lloret
Martes, 10 de noviembre 2020, 23:17
En la galería de recuerdos infantiles siempre se me quedó grabada una imagen: Juan Sol subiendo por la banda derecha de Mestalla con una energía sobrenatural, conduciendo el balón con seguridad y transmitiendo una firmeza absoluta. Sol fue un futbolista pletórico, desprendía una imagen irresistible por su complexión física y su potencia ilimitada. A un niño le impresionaba aquel portento de la naturaleza, rubio, melena generosa, cuerpo atlético, valiente al cruce, poderoso en el salto. La atracción por aquel joven talento futbolístico se completaba con la singularidad de su nombre de guerra: Sol.
Su carrera pudo verse truncada por una grave lesión en Pontevedra. Sin embargo, Juan Cruz Sol Oria demostró que no se amilanaba y volvió a la actividad sin traumas ni miedo, dispuesto a recuperar el tiempo perdido y mostrando mayor entrega. Cuatro finales coperas en cinco años, una Liga, fijo en la selección. Junto a Pep Claramunt vivió ese ciclo espectacular, ambos fueron los únicos que estuvieron presentes en todas estas citas. Jugadores imprescindibles. Su salida en el verano del 75 generó un cisma en Mestalla. Triunfó en el Bernabéu y acreditó sus virtudes. Después vino la decadencia acelerada por una grave lesión, su salida de Madrid para volver a Valencia, su casa, y retirarse como valencianista con más títulos y por la puerta grande.
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Su dilatada carrera comenzó y acabó en el mismo escenario: el Sánchez Pizjuán de Sevilla donde debutó con 17 años. A punto de cumplir los 33 defendió por última vez la camiseta valencianista, aquella tarde con los colores de la Senyera. También allí, en el coliseo de Nervión, debutó como internacional. Su vida, tras colgar las botas, le llevó por varios caminos hasta que de la mano de Paco Roig regresó a Mestalla como delegado. Su conocimiento y experiencia, su don de gentes, su carácter espontáneo y su facilidad para congeniar le convertían en el candidato perfecto. Juan Sol disponía, por añadidura, de un olfato único para intuir el comportamiento de los jugadores y el rendimiento del equipo. En Sevilla me vaticinó sin dudar la victoria en la final de La Cartuja y en París torció el gesto un año después en la previa. Dotado de una cualidad poco común, sabía que en el fútbol conviene desdramatizar y seguir el camino hacia delante. El valencianismo ha perdido a uno de sus grandes referentes. Los niños de los años sesenta lloramos por el ídolo que se nos ha ido y que nos hizo tan felices. Gracias, Juan.
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