Mirada baja. En silencio. Sentado en el suelo del aeropuerto de Sevilla. Con la única distracción del teléfono móvil. Una imagen que se repetiría en ... la jardinera camino del avión. Era Rubén Baraja, en ese momento (octubre de 2010) la gran figura del Valencia junto a David Albelda. El de la Pobla Llarga, casi al lado del vallisotelano, también lucía apesadumbrado. Quique Sánchez Flores ya estaba destituido. No oficialmente –eso ocurriría cinco horas después, en plena madrugada– pero Juan Soler había dictado sentencia con los tres goles sevillistas.
El actual técnico valencianista sólo alzó la vista para hacer un gesto cómplice cuando el madrileño pasó cerca de ellos tras haber estado un rato hablando en un pasillo cuesta abajo que enfilaba hacia la pista del aeródromo con Jesús Wollstein, en ese momento director de comunicación y marketing de la entidad. La mayoría de futbolistas asistían incrédulos a lo que estaban viviendo. Es cierto que algunos seguían su ritual habitual en los viajes y hacían como si nada pasara, pero los valencianos, los de la casa, los implicados, mostraban su dolor por la injusticia que sufría Quique, al que destituyeron cuando el Valencia ocupaba la cuarta posición (con seis victorias y tres derrotas) a sólo dos puntos del liderato. A tanto se atrevió Juan Soler, alentado por Wollstein y tras conversar con Miguel Ángel Ruiz, en aquel momento director deportivo blanquinegro, que había visto el partido desde su casa en Madrid.
Baraja era titular indiscutible en el Valencia de Quique. Es más, en el partido fue el único que intentó dar sentido al fútbol del equipo ante un Sevilla arrollador. El once que saltó al campo lo conformaban Hildebrand, Caneira, Moretti, Albiol, Marchena, Albelda, Baraja, Angulo, Joaquín, Arizmendi y Zigic. Luego saldrían Morientes, Vicente Rodríguez y Alexis Ruano. Los goles de Kanouté, Poulsen y Luis Fabiano agriaron el carácter al presidente, siempre pusilánime, para poner en marcha una noche de cuchillos largos que finalizaría a las 3.52 horas cuando Wollstein leyó el comunicado de la destitución de Quique, al que sustituía de forma interina Óscar Fernández.
Por cierto, Wollstein fue objeto de numerosos comentarios por su vestimenta. Pese a su cargo, acudió vestido con una llamativa sudadera con capucha y no tuvo reparos en aparecer en la sala de prensa, justo tras acabar Quique su comparecencia, para comunicar que cuando llegara la expedición a Valencia iba a celebrarse un consejo de administración, ya que en ella viajaban el vicepresidente Agustín Morera y los consejeros Alberto Martí, Vicente Silla y Juan Galiano.
En el momento que el avión de Air Nostrum alza el vuelo, Soler se plantó en el club en el coche que conducía el consejero Salvador Lluch, con Rafael Salom en la parte trasera. El presidente sacó las llaves de su bolsillo y cuando intentó entrar por la parte trasera de la sede se encontró con dos carros de Mercadona y unas fregonas que se lo impedían. Tras retirarlos como pudo, comenzó la reunión (estaban también Enrique Lucas, Jesús Barrachina, Társilo Piles y el secretario del consejo, José Pastor) a la espera del resto. La expedición llegó sobre las dos de la madrugada (había una docena de aficionados y uno de ellos le espetó a Quique: «Te dejo el boli para que firmes el finiquito, no sientes los colores») y casi dos horas después se sentenció al técnico.
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