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Héctor Esteban
Domingo, 16 de abril 2017, 23:01
El final del partido fue el resumen perfecto de un encuentro empalagoso. Valencia y Sevilla firmaron un pacto de no agresión con escaramuzas de fogueo. El partido ni fue malo ni fue bueno. Mucho tiro a puerta pero casi todo fuera. Sobó el balón el Sevilla y el Valencia aparcó la presión para pescar a la contra. Nadie dio un paso firme al frente para quedarse los tres puntos. Hubo oportunidades, alguna de ellas muy claras, pero nunca se encadenaron en un zafarrancho de combate que nunca existió. Los dos rivales se fueron vivos con el pitido del árbitro. Durante el encuentro dio la sensación de que si alguien ponía una marcha más se iba a llevar el partido. Un gol hubiera bastado. Pero el respeto o la falta de ambición condenó a ambos a la insipidez de un empate sin goles. Un ganador no hubiera sido justo. Un perdedor, tampoco. Al final, empate a nada.
más valencia cf
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El pasado verano, cuando La Liga sorteó el calendario, el encuentro de ayer a priori sería considerado partido de la jornada. Con la Champions en juego. Las cábalas siempre se alejan de la realidad. Ayer comparecieron Valencia y Sevilla en escenarios diferentes. Los de casa con la curva ascendente pero lastrados por el fiasco de la primera mitad de la temporada. Están tan alejados de todo que casi nadie sabe cuál es su objetivo. La salvación es un hecho y ahora sólo queda terminar lo más arriba posible. Como líder del pelotón de la nada. El de ayer fue un puntito más al saco de Voro, a la tarjeta de visita para seguir en el cargo la próxima temporada. El Sevilla de Sampaoli nada tuvo que ver con el del Sánchez Pizjuán. El equipo se ha derrumbado. La tristeza de la eliminación de la Liga de Campeones lleva camino de convertirse en depresión. Tras el crochet del Leicester, todo han sido malas noticias. Monchi, el secreto de su éxito, inicia nueva etapa y Sampaoli -qué espectáculo es verlo dirigir en chándal al equipo desde la banda- está un paso más cerca de la Argentina de Messi que de seguir en Nervión.
El Valencia se presentó más animoso en el partido. Zaza y Orellana tuvieron dos buenas oportunidades para poner en ventaja a los locales. El italiano con una media vuelta que salió fuera y el chileno tras un disparo desde fuera del área que certificó que Sergio Rico es internacional por algo. Si una de esas dos hubiera entrado quizá el partido se hubiera movido por derroteros más rumbosos.
El empuje inicial lo ahogó el Sevilla con la mejor ocasión de la primera mitad. La tuvo Jovetic, que entró en el partido al cuarto de hora por la lesión de Vitolo. Un desajuste entre Mangala y Enzo dejó el balón al montenegrino cuyo lanzamiento escupió la base del poste cuando todo indicaba que iba a ser el primero de la tarde. El Valencia, en este tramo final de la temporada, ha visto como la suerte se ha puesto de su lado.
En el centro del campo, Iborra y NZonzi durmieron el partido y hubo fases en las que el Valencia cayó en esa trampa. Pegajosos. Faltó ritmo. Antes de que el árbitro pitara el descanso, Munir la tuvo de cabeza pero Mariano la sacó sobre la línea de gol en dos tiempos. Era una de esas jugadas en las que el VAR (árbitro asistente de vídeo) alejaría todos los fantasmas.
La primera de la segunda mitad también fue para el jugador cedido por el Barcelona, que lanzó por encima del larguero un regalo de Jovetic. Después Escudero, un lateral izquierdo que ha encontrado su sitio en el Sevilla, tiró un centro que se fue por centímetros fuera. Un toque de uno de los delanteros hubiera sido una estocada mortal.
El Valencia, incómodo por la labor de los dos mediocentros del Sevilla, se excedió en la búsqueda de Zaza. El italiano es tribunero, de esos jugadores que gustan a la grada por su sobredosis de esfuerzo, pero juega casi siempre de espaldas a la portería rival. Las pelea todas. Por arriba y por abajo. El problema es que llega un momento en el que el árbitro pita falta del italiano casi por inercia. Tuvo una buena oportunidad en una jugada que metió el cuerpo para chutar contra Sergio Rico. Después pidió un penalti de esos que se pitan siempre a gusto del árbitro -el ariete insiste en que fue falta-. Y marcó un gol de rematador puro que hubiera sido el de la victoria si no llega a ayudarse del brazo en el control. Voro metió a Cancelo por Munir y después a Nani por Orellana con la intención de abrir el campo. Con la idea de buscar centros para que Zaza reviviera la mañana gloriosa de Granada. No fue posible.
El árbitro no gustó. Ni a unos ni a otros. González González es un trencilla justito al que este tipo de partidos le están holgados. La más clara del partido se la comió. Diego Alves, a veinte minutos del final, salió de su área con las manos por arriba y tocó el balón fuera del área. Las manos eran clarísimas y de haberlas pitado, el brasileño hubiera enfilado el camino de la ducha con una roja en su cuenta. El árbitro ni se enteró para alivio del Valencia.
El Sevilla dio la sensación de estar agotado físicamente tras una temporada demasiado larga. Los locales pudieron emplear una marcha más. Sólo Lato pareció querer saltarse el guión del empate. Es cierto que sí se quiso pero tampoco es menos cierto que quizá se pudo un poco más. Un gol hubiera cambiado la lectura de los dos entrenadores al final del partido. Cuando la valoración se resume en competir es un consuelo de tontos, un mal menor porque se es consciente de que se pudo ganar. Un partido más para el Valencia sin perder y ya lleva cuatro en dos semanas. De los doce puntos posibles, Voro ha sumado diez para salvar al equipo.
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