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Cristiano Piccini (Florencia, 1992) ha encontrado en Valencia su ancla. En el Valencia y en Valencia. El lateral italiano cerró 2018 con un gol en el 93 ante el Huesca que hizo temblar los cimientos de Mestalla mientras insuflaba de confianza al proyecto encabezado por Marcelino García Toral.
De aquel tanto, un título de Copa en la sala vip del viejo estadio de la Avenida de Suecia y viajes por el viejo continente para recordar que el Valencia era, es, uno de los históricos. En agosto de aquel 2019 del centenario, mientras Peter Lim urdía a miles de kilómetros la descomposición del club tal y como había sido durante las dos últimas temporadas, una ambulancia a toda velocidad recogía a Piccini de la ciudad deportiva.
La rótula del lateral derecho del Valencia se había partido durante un entrenamiento. El 'crack' que retumbó en las entrañas del lateral auguraban que iba a enfrentarse a un proceso largo. Pero la realidad superó cualquier escenario que el italiano se plantease. El club de Mestalla vivía su época más convulsa de los últimos años, el Covid frenaba el mundo y la recuperación iba más lenta de lo estaba previsto.
En verano de 2020, con Javi Gracia jugó un amistoso con el Castellón. Aquel día publicaba un tuit: «A disfrutar por fin, han sido noches sin dormir por el dolor, desilusiones continuas, sufrimiento y mucho trabajo». Creía ver a luz del túnel el futbolista pero lejos de volver a ser uno de los pilares del Valencia se marchó cedido al Atalanta. En septiembre de 2020, ponía rumbo a Italia pero el técnico, desesperado, pedía un lateral derecho y Piccini quería volver a casa después de haber jugado un sólo partido. El defensa renunció a una suculenta cantidad de dinero para intentar ayudar a la entidad blanquinegra.
«No está para jugar», advertía el técnico. Otra vez la soledad. Solo en el gimnasio, sólo en el campo. Tres meses después subía al avión junto a sus compañeros. Viajaba al Villamarín, al campo en el que se proclamó campeón 2019 y en el que jugó como local. Sólo jugó 22 minutos, suficiente para empezar. Habían pasado 599 días desde la última vez que se había puesto la camiseta del Valencia en un partido oficial.
Otra vez las recaídas, las turbulencias, las ideas y venidas. Hasta finales del año que acaba de concluir. Fue protagonista ante el Celta. En Balaídos volvió a la titularidad más de 800 días más tarde y precisamente en el último estadio en el que jugó antes de lesionarse. En diciembre provocó el delirio Mestalla con un gol salvador ante el Elche.
Aquel día la alegría fue inmensa en la grada blanquinegra. Por la victoria demasiado tiempo después, pero también por el protagonista. Piccini es un tipo querido entre la afición que escuchó de su boca aquello de que había pensado en dejar el fútbol ante tantos obstáculos en forma de recaídas.
Tras haber mostrado las cicatrices de sus piernas, a 24 horas del choque en el Bernabéu abría su alma. Confesaba en el portal gianlucadimarzio.com, que pese a que él desea seguir a la vera del río Turia cerca del Mediterráneo, el club parece haber decidido no prolongarle el contrato que expira en junio. «Puedo firmar con quien me quiera, mi sueño sería renovar, pero en el club no tienen esta intención. Tendré que analizar propuestas a regadañadientes, porque Valencia es mi casa«, dijo un Piccini que valora poner rumbo a Serbia para jugar en el Estrella Roja aunque será sólo un paréntesis: »Volveré a vivir en Valencia después del fútbol«.
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