paco lloret
Viernes, 21 de febrero 2020, 23:31
En el verano de 1993 el Valencia armó una plantilla poderosa con el propósito de competir al máximo nivel en tres frentes: Liga, Copa y UEFA. El club de Mestalla, que se disponía a celebrar sus 75 años de existencia, ya se había transformado en sociedad anónima deportiva por imperativo legal, deserción de la sociedad local y falta de apoyo político. En este nuevo escenario institucional no tardó mucho en desencadenarse la primera crisis interna cuando en los compases finales del anterior ejercicio se produjo la marcha de Paco Roig del consejo de administración que presidía Arturo Tuzón. El intento de fichaje de Romario fue el detonante del conflicto.
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Para calmar el descontento existente entre una afición que exigía mejores resultados y mayores emociones tras el desencanto provocado por la eliminación en una semifinal copera que se antojaba superable, el club valencianista incorporó a su plantilla a Mijatovic, Pizzi y Gálvez. Tres refuerzos de marcado cariz ofensivo con perfiles diferentes que se sumaban a los delanteros que continuaban: Lubo Penev, Álvaro Cervera y Eloy Olaya, apoyados por centrocampistas de contrastada vocación atacante como Fernando Gómez, Robert Fernández y Carlos Arroyo. Por el contrario, el Valencia perdió a Leonardo y a Voro, dos salidas incomprensibles. El lateral zurdo brasileño era un jugador que desequilibraba con sus incursiones mientras que el central de L'Alcúdia garantizaba una regularidad extraordinaria.
Mientras las aguas bajaban agitadas a orillas del Turia, la Real Sociedad se disponía a inaugurar su nuevo campo. El vetusto Atocha dejaba paso al flamante Anoeta, estrenado con un partido amistoso en agosto, durante la Semana Grande de la capital donostiarra. Pasieguito, el cazatalentos, que había descubierto a Mijatovic en el Partizán de Belgrado, fue el embajador valencianista en los actos protocolarios de inauguración del recinto. Hasta su cierre en la temporada 92-93, el viejo campo de Atocha se había convertido en un feudo inexpugnable para los de Mestalla, cuya última victoria en San Sebastián se remontaba a la jornada final de la temporada 69-70, cuando se impuso por 1-2, triunfo que le permitió clasificarse para competiciones europeas.
Desde entonces, en las 23 visitas posteriores, y hasta el final de sus días, el Valencia nunca pudo volver a cantar victoria, hubo, eso sí, muchos empates y también algún revés importante, como el 6-0 que le costó el cargo de entrenador a Valdez. El nuevo escenario era la antítesis de Atocha, campo amplio, distancia considerable de la grada con el terreno de juego y un césped infinitamente mejor. El calendario de la temporada 93-94 deparó que la visita a Anoeta tuviera lugar en la recta final del ejercicio y en una jornada de miércoles. Antes de ese encuentro habían sucedido muchas cosas para el Valencia que, dirigido por Guus Hiddink, se había encaramado al liderato con un juego vistoso, pero cuando Mestalla se las prometía felices, llegó el hundimiento a raíz de la dolorosa derrota en Karlsruhe. El equipo se vino abajo y el club entró en una espiral de autodestrucción sin límite que se llevó por delante al entrenador y al presidente.
Cuando Arturo Tuzón presentó su dimisión fue relevado por Melchor Hoyos. El primer encuentro en Mestalla sin el máximo mandatario que había gobernado el club durante siete años, tras el descenso a segunda, enfrentó a los locales con la Real Sociedad. El Valencia, entrenado por Paco Real, ofreció una imagen de impotencia ante un rival ordenado.
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El ambiente que envolvió aquel encuentro reflejaba los movimientos sísmicos que sacudían a la entidad. La desorientación cundía en una grada que había visto rodar las cabezas de los dos principales referentes de aquel momento. La revuelta se apaciguó entre la afición pero el equipo empezó a perder frescura y su identidad se desdibujó.
Desde aquella tarde de noviembre de 1993, hasta que el Valencia volvió a enfrentarse con la Real Sociedad el 6 de abril 1994, se habían precipitado los acontecimientos. Paco Roig ocupaba la presidencia y Hiddink había regresado al banquillo después de que Paco Real, Héctor Núñez y José Manuel Rielo dirigieran al equipo en ese intervalo. Una catarata de relevos sin precedentes en la historia del club. Antes de acudir a San Sebastián para jugar por primera vez en Anoeta, el Valencia se había estabilizado pero apenas le quedaban ya opciones de entrar en Europa, su clasificación en una zona media-alta de la tabla le garantizaba, al menos, la tranquilidad.
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El choque acabó sin goles, al igual que había sucedido en Mestalla en la primera vuelta del campeonato. El empate a cero en San Sebastián, el único del ejercicio en desplazamiento, tuvo un gran valor puesto que el Valencia debió superar grandes dificultades: acabó con dos hombres menos por sendas tarjetas rojas. La primera expulsión se produjo a la media hora de juego y fue para Belodedic, en la recta final, cuando los locales más intensificaban su dominio, el colegiado canario Brito Arceo mandó a la ducha a Pep Serer. Las intervenciones prodigiosas de Sempere resultaron fundamentales para conquistar un punto. En el colmo de las desdichas, Iñaqui Ibáñez se lesionó en el calentamiento y no pudo ingresar en el terreno de juego. Una dolorosa luxación de hombro le dejó fuera de combate.
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